Ha vuelto a la ciudad – museo: a sus plazas y calles, el Festival Internacional de Teatro de Calle, aquel que vigorosamente nació en 2002 como un emprendimiento certero de la vocación cultural de Zacatecas, y también como una condición necesaria para su desarrollo turístico.
Primero que el turismo, están la cultura y la educación, deberían serlo en presupuesto y en jerarquía institucional, pero lamentablemente no es así, la precariedad económica que corroe a la Entidad, proviene de su falta de creatividad y apertura política para propiciar riqueza, de modo que el inicio de la edición XIX del Festival, presentado con retraso, sin cartel y sin programas de mano, ha sido un valioso intento por devolver a la ciudadanía, una actividad que año tras año legitima, sin importar los traspiés que accidentalmente suceden, ya sea por el formato del escenario, la calidad del programa o la programación.
De modo que ya con cierto frío de la pasada noche de noviembre 12 en Plaza de Armas, deslucido por la invasión de un grupo de manifestantes que buscaba al gobernador, los organizadores dieron la esperada tercera llamada para comenzar la magia maravillosa del teatro a cielo abierto, con una Compañía de la Ciudad de México que presentó la Obra “Amarillo”, que requirió de la audiencia, capacidad de abstracción y empatía para conectarse desde la belleza subjetiva del arte con la realidad, con el problema brutal de la migración, un tema huérfano de apoyos reales, debido a políticas fallidas de los gobiernos en turno.
Una y otra vez, el poder del arte teatral decantado en el desarrollo de una obra, se puede observar la conciencia de la representación, que responde a una energía, un conjunto de apariencias y de palabras que recibe y experimenta el espectador en conexión con los actores, que se convierten en magos de la imagen y la caracterización, con el poder de trasladarnos a esferas nunca antes vistas ni vividas, y que invariablemente abordan la encrucijada de la muerte, en un paréntesis agónico de luz y de oscuridad como la vida misma.
El actor o actriz existen porque los vemos y viceversa, por ello, el arte es fundamental para la vida, porque en un tiempo finito, la reanima y la refuerza para seguir bregando a pesar de la oscuridad a la que nos ata la muerte. El libro de John Berger “Cumplir una cita”, expone que el espectro de la muerte siempre ha asediado al hombre. La Muerte y el Tiempo siempre han sido aliados. El tiempo minaba más o menos lentamente, y la muerte, de súbito. No obstante, la Muerte siempre se concebía como compañera de la vida, como la precondición de aquello que llegaba a Ser a partir del No Ser: uno no era posible sin el otro. El tiempo era el instrumento de la Muerte y uno de los componentes de la vida, pero lo intemporal – aquello que la muerte no podía destruir- era otro de ellos y era en consecuencia, indestructible.
Así lo intemporal, pertenece al arte y a la cultura, porque el primero, si es verdadero, sobrevive al tiempo y a sus detractores, y la segunda es el escenario cotidiano de la vida y constituye un vórtice imparable que nos impulsa como aspiración legítima, a la búsqueda de la libertad, aquella que se renueva y diversifica constantemente, para sentir en este tráfago de muerte, la fuerza vital de la esperanza.
Tal es la importancia de este festival, que de alguna forma nació como una rama del Internacional Cervantino que, indiscutiblemente, tuvo un esplendor singular bajo la guía del maestro Bruno Bert, quien durante siete años lo dirigió como su director artístico, a niveles excepcionales de calidad y convivencia a nivel de barrio. Luego, nació la coordinación de Red de Festivales, que con los dos responsables que ha tenido, se ha esforzado por mantener la pluralidad que lo caracteriza.
No obstante, su problema desde 2010, ha sido el presupuesto y quizá, la apatía y rechazo de las dos administraciones que desde esa fecha lo han encabezado, porque no mostraron congruencia de sus dichos con los hechos, respecto al impulso que financieramente demandaba la cultura en Zacatecas.
Baste como ejemplo, el trabajo dinámico y constante de las autoridades culturales, bajo el auspicio del Gobierno de Aguascalientes, su crecimiento es exponencial comparado con el de Zacatecas, y no sólo en difusión artística, sino en infraestructura cultural, la Universidad de las Artes, foros y centros culturales sobre estaciones de trenes, un trabajo meritorio digno de respeto, que no ha logrado concretarse aquí, a pesar de su extraordinario patrimonio cultural.
Podría ser que la postura política del gobernante es definitiva para el sector, por ello, en Zacatecas que recién inicia, hacemos votos porque la congruencia de su convicción se manifieste para fortalecer al sector cultural, y a quienes participan en él, para enriquecerlo desde su propia especificidad, con referencia al Instituto Regional Unesco, a La Junta de Monumentos y Zonas Típicas, a la Subsecretaría de Desarrollo Artesanal y a su cabeza, el Instituto Zacatecano de Cultura, que, desde el área de su responsabilidad, cumplen funciones vitales y complementarias en el desarrollo cultural de la Entidad, la premisa más significativa de un gobierno.
Mientras tanto, a disfrutar del teatro y de sus infinitas posibilidades para apartarse del letargo, que su vitalidad nos devuelva la esperanza del presente y del porvenir en el espacio finito de nuestras vidas, en el amanecer florido de la ciudad.
Este texto va dedicado con cariño y reconocimiento a quienes por más de 30 años -unos más antiguos que otros- han mantenido el telón abierto a pesar de las dificultades y se han entregado gozosamente a la otredad que llamamos teatro, gracias a Antonio Rocamontes, Juanita Morales, Erasmo Nieto (+), Guillermo Zapata, Claudia Solís, Noé Germán, Itzia Baltazar, Iván Guardado, Luis Miguel Ríos, Janea Estrada, Rosalina López, Manuel Trejo, Manolo, Alberto Huerta, Pilar Alba, Sergio Salinas, Efra Camaleón, Julia Robles y la siempre bella, Fuensanta Valdez.
