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lunes, 6 mayo, 2024
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Pasividad ciudadana: ética epicúrea convertida en cultura política

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS • Araceli Rodarte •

Todos los días vemos a una clase política ocupada en privatizar los presupuestos públicos y en hacer negocios con los grandes capitales poniendo a su disposición los recursos comunes de los ciudadanos, y confirmamos la generalización de una conducta cínica de esa minoría que presume sus riquezas en las redes sociales; sin embargo, lo más preocupante es la reacción social de baja intensidad ante tales acontecimientos. Para comprender esta pasividad podemos recurrir a las éticas de un periodo en la historia que tiene signos muy similares al nuestro: el cinismo, estoicismo y epicureísmo de la época helenística (de Alejandro Magno al siglo segundo). La particularidad de nuestro tiempo es que estas éticas se han convertido en cultura política negativa.

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Esas éticas fueron producto de un ambiente de inseguridad (fuego y sangre) e incertidumbre, de la derrota de las polis en la conformación del cosmopolitismo helénico, y del fracaso de todas los intentos de reforma social; de ahí nació una actitud ética que centra su sentido de realidad en lo más próximo a los sentidos, lo que puede tomarse con las manos, de ahí que las posibilidades de construcción social futura (y aun presente) son percibidas como mera ilusión, renace con gran fuerza el individualismo y todos los fines de la conducta giran alrededor de él. El sentido de lo público adquiere su mínima intensidad: no hay defensa de la polis y del animal cívico aristotélico. Se construyó una física materialista que fundamentaba la ética del valor en lo inmediato y próximo.  Por tanto, los estoicos piensan que sólo es factible actuar sobre aquello cuya modificación está al alcance, lo demás es inútil; la convicción de que los acontecimientos públicos están fuera del alcance, ocasiona poca disposición al cambio. Lo que está al alcance es  acomodarse a las circunstancias ‘reales’. Recordemos que la disposición al cambio es hija de la esperanza y de la idea de que la historia es posibilidad, justamente lo que estas éticas niegan acusándolas de irrealidad.

Epicuro predica la moral relativa, en la que el bien es referido solo al placer humano, llama al principio de placer que tiene como resultado el fruto de la vida serena: no es un placer vicioso sino el cálculo que consigue alejar las perturbaciones del alma, esto es, la ausencia de preocupaciones. El hombre de Epicuro no está sujeto a movimientos de indignación porque se debe alejar del riesgo; dice Epicuro: “pasa desapercibido mientras vivas” lo que significa renunciar a cualquier ocupación política, sobre todo si lleva riesgos. El hedonismo sereno conduce a los ciudadanos a renunciar a sus tareas cívicas progresivamente. La impasibilidad estoica lleva a soportar los ignominias como algo malo, sí, pero necesario o fuera del alcance de la acción propia. Cuando el fin de la acción es el hedonismo-prudente producto del desencanto, y lleno de fatalismos que inactivan, la ética se convierte en la cultura política dominante en el pueblo de México. Consecuencia: pequeñas élites se apropian de lo político y actúan por su enriquecimiento sin conciencia cívica. Hasta que se produce la chispa.

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