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viernes, 29 marzo, 2024
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Un fauno retrata al centauro: Julio Ruelas 

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Por: MARCOS DANIEL AGUILAR •

La Gualdra 494 / Julio Ruelas / Arte

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Hay personajes imprescindibles para la historia de Hispanoamérica que la historia oficial ha dejado fuera. Personajes que necesitan ser recordados en estos tiempos de desencanto y con mayor razón en estos años en que el arte debe surgir con fuerza para hacer la vida más amable y menos violenta.

En México han sido guardados en un baúl apolillado acciones y pensamientos de ciudadanos, artistas e intelectuales que forjaron instituciones, el arte de este país y una forma de ver el mundo. Uno de estos hombres fue Julio Ruelas, quien murió en 1907, tres años antes del comienzo de la Revolución Mexicana. Este artista plástico comenzó un cambio sustancial en la forma de percibir las disciplinas artísticas, hecho que a la postre desembocaría en la revolución intelectual, cultural y política que consumiría al positivismo y a la rigidez de la política del dictador Porfirio Díaz.

En los libros hay escasas menciones a su figura. Por fortuna, quedan en algunos textos reflexiones de escritores de su época, quienes escribieron en torno a él, como el decadentista José Juan Tablada. Incluso un apasionado del siglo XIX como Carlos Monsiváis o el ensayista Antonio Saborit han dejado ideas sobre la vida de Ruelas, genio de la pintura que plasmó en sus cuadros y viñetas el drama humano a través de la perla de la inteligencia: la fantasía. El miedo a la muerte, el suicidio, los pecados, los deseos y la condena en el infierno fueron algunos de los temas que el artista, nacido en Zacatecas en 1870, manejó a lo largo de su vida.

Sus trabajos son una especie de bestiario medieval. Los seres fantásticos y mitológicos fueron su pan de cada día para representar los más oscuros temores del inconsciente humano, por ello, no es atrevido que animales mitológicos aparezcan en su obra y que su imaginación haya traído a la plástica nacional la esencia del individuo a través de la figura extraordinaria del centauro o la mágica aparición del unicornio. Pero, ¿qué quiso expresar Ruelas, el atormentado y glorioso Ruelas, con estos híbridos, con estos monstruos?

Julio vivió en la Ciudad de México hasta el inicio de la década de 1890. En ese entonces el país estaba regido por la dureza del gobierno dictatorial del llamado pacificador de la nación. El modelo político y cultural impuesto por el gobierno de Porfirio Díaz, bajo el lema de “Orden y progreso”, creó normas sociales con base en las ciencias naturales; es decir, lo que no podía ser comprobado por la razón simplemente no existía. Esta política se convirtió en el talón de Aquiles de una generación de artistas que creían en la libre expresión de sus ideas, en dejarse ir por sus sueños y emociones. Sin embargo, estos artistas y escritores, conocidos como los modernistas, rompieron las formas de la estética, pues de una poesía y plástica acartonadas y burguesas, este grupo creó una nueva expresión, más libre, más atrevida y, de alguna manera, políticamente incorrecta.

La belleza, la sensualidad, la perversión y hasta la lujuria fueron hechas palabras y figuras que desbordaron los espacios intelectuales del país. Artistas como Manuel Gutiérrez Nájera, Juventino Rosas, Jesús Urueta, Efrén Rebolledo, José Juan Tablada, Amado Nervo, y el mismo Julio Ruelas, entre otros, en su afán de libertad vivieron y escribieron en burdeles, en cantinas y fueron relegados y vituperados por el resto de los círculos académicos e intelectuales de finales del siglo XIX. Ante esta burla y menosprecio por su arte, varios de ellos decidieron salir de México hacia Europa. 

Julio Ruelas no fue la excepción. Entre 1891 y 1894 estudió en la Academia de Arte de Karlsruhe. A su regreso a la “ratonera”, como lo dijo alguna vez el poeta Tablada, Julio se encuentra al mismo México mezquino y sin inspiración o gloria. Sin embargo, en este retorno las condiciones habían cambiado para él. Bajo la tutela del mismo Tablada, y bajo el patrocinio del poeta y abogado Jesús E. Valenzuela, este grupo modernista llegó a meter a la escena pública inéditas formas poéticas por medio de círculos cada vez más extensos, y sobre todo, a través de la creación de su medio de difusión: la Revista Moderna, la cual tuvo dos épocas. 

Ruelas llegó a ser el director de arte, el icono e incluso la inspiración para estos decadentes, rebeldes y apasionados tanto a la creatividad como a la vida mundana. Eso eran ellos, la representación de lo que el resto de la población no se atrevía a ser. Pero Julio, el maestro del pincel, era un poco diferente al resto de sus contemporáneos. Mientras que sus compañeros poetas se aferraron solo al rompimiento de las formas de la poesía, sin la preocupación o la exploración de sus contenidos (por ello ahora esos versos suenan un tanto anacrónicos), los dibujos de Ruelas trascendieron con una fuerza cortante y expresiva que aún lastiman en el siglo XXI. 

Sus óleos, acuarelas y dibujos no solo buscaron la perfección de la forma, sino que se arrojaron a descifrar los sueños y miedos que integran la condición humana. Sus cuadros no solo plasman una imagen o historia, sino que son todo un sentimiento, pero el sentimiento vivo que provino de su cabeza, su pasión por iluminar el lado más oscuro de la mente; el rompimiento de tabúes para llegar a burlarse de los dioses, pactar con los demonios y llegar a escenas inundadas de terror psicológico hecho a base de lo que las personas no se atrevían a reconocer: que todos puedan llegar a ser Caín tratando de matar a Abel.

La fantasía mitológica, mezclada con la realidad, fue recurrente en su lenguaje gráfico. Sus centauros, seres de la mitología griega clásica, mitad humanos mitad caballos, por ejemplo, le sirvieron para representar a seres de la vida cotidiana; así, en el cuadro Entrada de don Jesús Luján a la Revista Moderna (1904) se observa al director de esta publicación, Jesús E. Valenzuela, como un semidiós, un centauro que invita al escritor y mecenas del grupo, Jesús Luján, a entrar al jardín de la lujuria y las delicias del arte. Por su parte, Luján está montado en un hermoso caballo blanco, con patas traseras y cola de toro de lidia. Al fondo, sin hermosura y divinidad ni del equino ni del centauro, se observa a Ruelas en la figura de un travieso fauno, con patas de cabrío endemoniado, ahorcado en un árbol, hecho premonitorio que antecede a su deceso en 1907.

Alimentado con sus lecturas de la Biblia, los clásicos grecolatinos, las historias de caballería medieval y la filosofía alemana, este artista mexicano tomó estas narraciones y las hizo suyas. Les imprimió su toque personal para contar otra versión de la vida. Los caballeros romanos o medievales, montados en sus equinos, pierden valor y astucia con Ruelas, y se convierten en bufones. Como una parodia de San Jorge y el dragón, este maestro de la plástica mexicana coloca a este jinete de brillante armadura arriba de su brioso compañero, pero en vez de matar a la serpiente, el guerrero huye asustado por la furia del dragón de fuego. La imagen en Ruelas se convierte, gracias a la subjetividad en la interpretación de la historia, en un mito, pero con otro final, en donde los caballeros no fueron valerosos y en donde la mitología pudo ser modificada, gracias a él, para crear nuevo valores y temperamentos.

Con el mismo sentido burlón, en un dibujo de 1901 hay otro guerrero armado. La escena se divide en tres partes: acto primero, un caballo blanco huyendo a galope y aterrorizado; acto segundo, el belicoso corriendo y tratando de agarrar a su equino; acto tercero, un fauno, tal vez sea el mismo Ruelas o su ingenio, espantando a la gran bestia y al valeroso con armadura. La desmitificación de los personajes y sus valores, la agonía o aflicción de otros, la burla y el horror de los guerreros fueron su afición pictórica. Es decir, el mexicano buscaba la liberación de las formas y los fondos culturales para todos, por medio de su trabajo artístico. 

Por otra parte, el director de arte de la Revista Moderna coloca a una de sus bestias de ensueño para manifestar sentimientos reprimidos que son puramente humanos. Ahí está el unicornio, el que debería ser caballo mágico, con su cuerno y alma pura. Ruelas lo pone a jugar y lo distorsiona. En un dibujo está un unicornio agresivo que persigue, embiste con furia y sin pudor a dos faunos glotones, demoníacos, avaros. Por otro lado, coloca al sujeto de su deseo y desdicha, a una mujer desnuda, transgresora, fuerte, voluptuosa, y a su lado un caballero, tal vez un príncipe o señor feudal, montado en un dragón negro que con todo su poder la rapta y a la vez la desprecia con la mirada. 

El tema de la mujer es uno de los más recurrentes en la obra, no solo de Julio, sino de los modernistas. Sin embargo, a diferencia de la belleza casi divina que los artistas de su época profesaron a las formas femeninas, el zacatecano las dibujó empoderadas y al mismo tiempo con cierto recelo, como si ellas fueran las culpables de un mal y un bien que lo persiguieron a lo largo de su vida. Mujeres poderosas, femmes fatales, con hermosos rostros y esculpidos cuerpos, deambulan entre sus litografías. En una de ellas, hecha exprofeso para la Revista Moderna de México, en su segunda época, dibuja a toda una amazona arriba de un cuadrúpedo, huyendo a galope, pues el cadáver de un siniestro centauro, que regresó desde la muerte, la persigue con guadaña en mano, dispuesto a cobrarle la vida. 

Este es, tal vez, un vestigio de la profunda desolación en la que habitó este artista, un atormentado y eterno insatisfecho –romántico y existencialista al fin– que plasmó la soledad y el sufrimiento del mundo en cada uno de sus trazos. La vida para él era una prisión, una agonía como la que William Shakespeare construyó en torno a Hamlet, y cuya válvula de escape fue el goce por la reflexión transformada en arte. Si alguna vez ya se había autorretratado cual fauno ahorcado en un árbol, probablemente Julio sea aquel personaje de una de sus viñetas, donde un miserable hombre es amarrado de un pie a la cola de un equino para que este, a toda velocidad, le desgarre la piel, le rompa el alma y el deseo.

Este artista, más que un pintor de cuadros, fue un narrador visual que con una sola imagen evocaba situaciones, una historia y una emoción íntegras. Al ver sus formas, el espectador se da cuenta, presiente que hay mucho más en el fondo, más elementos en la evocación que en los complejos o finos trazos de Ruelas. A diferencia de sus compañeros del modernismo (movimiento pujante y totalmente hispanoamericano), Ruelas llegó más allá, donde el fondo de la pictórica da sustancia y perfecciona a la forma y no al revés. Trazo y contenido fueron las rutas de este joven artista que cambió el curso de la gráfica en México, pues la llevó a la modernidad expresiva del siglo XX. 

Un visionario, según Monsiváis, y un adelantado de su tiempo, características que sus contemporáneos no vieron y que sus detractores y predecesores no han alcanzado a contemplar. Ruelas fue la punta de lanza para el rompimiento del positivismo y del mismo modernismo en el país. Más cerca de la siguiente generación de intelectuales pertenecientes al Ateneo de la Juventud, donde la idea era más importante que la manera en cómo expresarla; él, sobre todo, supo conjugar, antes que todos, ambos criterios para lograr un círculo de fuego que pocos entendieron en su momento.

México, al comenzar el 1900, exigía un cambio sociocultural. Este dibujante hizo lo suyo, imprimió con firmeza su puño de gráficas lleno de sueños y de cambios algunos años antes de que cayera el sistema caduco en 1910. No obstante, para ese tiempo el cuerpo sin vida de Ruelas yacía en el lejano y solitario panteón parisino de Montparnasse.

* Este ensayo es parte del libro Gestos del centauro, editado en 2021 por Ediciones Periféricas y el ITAC. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_494

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