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miércoles, 24 abril, 2024
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Una película de Villeneuve: Dune

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En 1976 aparece, en el número 8 volumen 3 de la revista canadiense SF Studies, el artículo “Isaac Asimov´s Foundation Novels: Historical Materialism Distorted into Cyclical Psycho History”, de Charles Elkins. La pregunta planteada es ¿a qué se debe la alta popularidad de las novelas de Asimov si están tan mal escritas? De manera particular lo están desde el punto de vista de la crítica marxista de la literatura, que valora las obras en función de su capacidad de contribuir a la desalienación de sus lectores. Que la obra del autor de “Las corrientes del espacio” mixtifica se delata porque, si el lenguaje es el medio por el que se representa la realidad, y los cambios en esta acontecidos, las estructuras lingüísticas de Asimov indican que, a pesar de los miles de años de transformaciones sociales por él postulados, nada cambió en los medios de representación del mundo. Elkins señala, además, que para Asimov lo “esencial” de lo humano es invariante a lo largo del tiempo, y las relaciones sociales, por ende, están como engarzadas a esa supuesta esencia. Incluso, para el ruso-estadounidense, la historia se repite, globalmente al menos, con pasmosa especificidad. Queda claro, entonces, que en esas obras literarias se privilegia un punto de vista “cosificado” de la realidad social, por utilizar la categoría básica del marxismo occidental. De remate, Asimov modela las estructuras de gobierno del futuro como si fuesen remedos de los imperios romano y británico. ¿Qué, entonces, logra cautivar a miles de lectores de esas obras? Elkins sostiene que el atractivo de la obra de Asimov yace en lo mismo por lo que el marxismo es una doctrina tan extendida: la postulación de una “ciencia” de la historia que establece las leyes que gobiernan el porvenir de la humanidad. Así, la psicohistoria es una versión vulgar del materialismo histórico. Por eso, en aquella, las masas no tienen un papel determinante: son “hordas ignorantes” sujetas al fatalismo histórico. Con esto se elimina la premisa fundamental del marxismo: las masas son, dialécticamente, sujeto y objeto de la historia. Un contraste revelador se da entre la “Trilogía de las fundaciones” y la novela de Frank Herbert “Dune”. Esta aparece en 1965, las fundaciones durante los años de 1942-1950 como cuentos en la revista “Astounding”. De acuerdo a Herbert, en el futuro de la humanidad se ubica un redentor, resultado imprevisible de la manipulación genética de una orden secreta matriarcal denominada “Bene Gesserit”. Aparece en medio de conflictos políticos en un universo regido al modo feudal. Su inmarcesible misión será liberar al universo conocido de un emperador para coronar otro a través de una boda. Hasta donde se sabe, el éxito de la novela de Herbert, y de las muchas continuaciones de esta, es comparable al de las novelas de Asimov. ¿Cuál puede ser su atractivo?, ¿gusta la gente de ubicarse en una perpetua edad media mental? Al parecer, el gusto por el fatalismo histórico contenido en hipotéticas leyes de la historia compite con la debilidad por la contingencia de los profetas y redentores. Si se enfoca la obra de Herbert desde el punto de vista de la organización social que plantea se nota la diferencia con la ideología de Asimov. Un planeta como Arrakis-Dunas se mantiene seco y desértico, así como a sus pobladores nativos sometidos, porque esas condiciones son propicias para la generación, recolección y comercialización de la “especia”, fuente última de todos los conflictos por constituir el bien más preciado de ese universo. ¿Es acaso una alegoría del tercer mundo y la teoría del centro periferia? Bajo la mascarada feudal Herbert construye un orden capitalista. Y lo puebla de conflictos comerciales e intrigas políticas. No ve ninguna salida de esa estructura, excepto una catástrofe que rompa el continuo histórico de explotación y despojo. Asimov descree de cualquier irrupción, todo está predicho en las ecuaciones de la psicohistoria como en los manuales de la URSS (e.g. Bujarín, Stalin) y las caducas esperanzas de muchos partidos comunistas. Lo ha dicho al menos un crítico de cine (Fernanda Solorzano) la película de 2021 de Denis Villeneuve, “Dune”, “privilegia el relato bélico”, según parece, porque permite “construir imágenes hermosas”. La estetización de la guerra es el recurso del fascismo, de acuerdo a Walter Benjamin, pero nada más lejos de esto que la historia de Paul Atreides y resulta una mala descripción del trabajo de Villeneuve. No trata la novela, y tampoco la película, del despertar de una conciencia individual, sino de la construcción de un “sujeto social” capaz de hundir ese capitalismo disfrazado de feudalismo. Son los “fremen”, habitantes del desierto, quienes, al unirse con su “mesías” alcanzan a irrumpir en el amplio terreno de la historia, su historia, la que hacen y dirigen. Bajo ese tinglado repleto de duques y brujas, que tan fácil de identifica con “feudalismo”, Herbert señala las relaciones de intercambio desiguales entre un centro, que nombra “imperio”, y una periferia, el planeta Arrakis. Tal parece ser el contenido objetivo de la novela y de la película de Villeneuve. La versión de David Lynch es otra cosa, pero tal merece una explicación aparte.

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