Uno debe ser siempre serio, mi madre me decía continuamente que no contara todo lo que sentía porque la gente podría tirarme al descrédito, yo lo que digo que, a estas alturas de la vida, lo que más me preocupa e inquieta es el destino de nuestro continente, los pasos que ha dado, la simiente de su historia patria, lo inolvidable que han sido estos decenios.
En Panamá tuve dos experiencias de verdad delirantes y muy intensas en cuanto a las facultades psíquicas que cada uno de nosotros tiene y mientras por el mundo onírico o sensorial, esa zona donde hay pactos y señales, redescubre uno la maravilla, el mensaje, poner todas las palabras en el corazón de ahí ir sintiendo a cada paso cómo es que se cimbran las ciudades con las personas más sencillas, menos indicadas, acaso, con la estatura de vernos cara a cara y después buscar las razones.
Soy cronista, soy una esponja, todo lo que veo lo voy guardando finamente en mi cerebro, nada se me olvida y todo es un bosque de miles de imágenes y veo cada árbol, cada hoja, el crujir de los símbolos.
Entrevisté a medio Panamá, sobre todo a empleadas y artesanos, taxistas y hoteleros, trabajadores de la calle y a otros periodistas, venía de Costa Rica con muchos temores y sinsabores, condenas y cadenas de amor con libertad condicional, limitada por la facultad de traer siempre en la bolsa 500 dólares y no menos, pues la amenaza de cada país es que uno debiera ingresar con boleto de salida marcado y esa cantidad vociferante de dineros, a mí lo que siempre me importa era la raza, la plebe, la chusma popular y vaya que da sorpresas.
En agosto de 2023 y con la ruta marcada hacia Colombia y Venezuela, Panamá se me mostraba con crónicas inmediatas de señores entrados en edad que me contaron paso a paso su territorio, sus zonas indígenas, sus experiencias con el general Noriega, la invasión norteamericana de 1997, los saqueos a comercios, los cumpleaños del canal, los tratados supremos firmados en los sucesos del siglo. Luego, y ante todo, el general Omar Torrijos, símbolo de independencia y dignidad, luego su hijo, su mirada en el incidente, su historial común entre los jóvenes obreros y los altivos pescadores de la cinta costera o los camellones del agandalle.
“No entre por ahí” es la constante y yo que soy un buscador si no de pleitos, cuando menos de ser un hombre libre que enfrente los retos y acudir donde los paisajes son los más paradisiacos y fabriles y así acudí por mi propio pie a las exclusas del canal, a las zonas de cocodrilos, a los barrios de prostis y drogadictos, nada de que extendiese cámaras o grabadoras, pues en mi cuerpo ajusto sistema de grabaciones que me permiten retomar y recabar imágenes y audios con verdadera y afortunada realidad subterránea o tan común como un reportero con las puertas abiertas por mi falta de prejuicios.
Pues después de casi 10 días de vagar y recabar miles de datos, decidí lavar algo de ropa en el hotel, la extrema humedad impedía que mi ropa se secara. Abrí las ventanas y puerta a un balcón alucinante, antes me tomé varias cervezas panameñas con 16 grados de alcohol, en la mesa había empanadas, chocolates, ceviche, nieve y pastillas para la garganta. Esa noche en mis sueños el cuarto se llenó de personajes, estaba saturado, estaban tres difuntos, obvio que ahí no se pregunta uno si en qué condición están, pero veía a mi madre regañar a una amiga que siempre dice que cuando sueña una muerte esta se cumple. Luego estaba un amigo que recién acababa de fallecer y yo me preguntaba porqué no me saludaba y lo veía más joven, fue una noche intensa, llena de sobre asaltos, tensiones, mensajes y decisiones.
Al día siguiente mi respuesta fue el haber dejado la puerta y ventanas abiertas. Salí en unas horas rumbo a Colombia a buscar a Juan Pérez Herrera y a su esposa Constanza la Roota que estaban en las selvas y bosques esperándome desde hacía muchos años.
La siguiente experiencia fue en febrero de 2024, regresaba del Paraguay y tuve que permanecer casi 9 horas en el aeropuerto de Tocumbo, Panamá fue entonces hablar con decenas de trabajadores y mujeres despachadoras, entrevistas muy cuidadosas, videos con hábitos barriales, preguntas y libros y que voy viendo a un colombiano que años antes había conocido en Chile rumbo a la Argentina.
En esa ocasión, mi hijo estuvo toda la noche buscando la puerta y el avión que nos llevaría en 2019 rumbo a la Argentina, yo estaba tan cansado que me dormí y a las 7 de la mañana un poderoso avión canadiense de 500 plazas nos llevaba con transbordo. Ángel se durmió y a mi me tocó de compañía un colombiano que decía radicaba desde hacia muchos años en Toronto y me contó de experiencias mágicas, círculos donde si uno sabe invocar, se aparecen espíritus de nuestros familiares y hablan a través de nuestros conocidos en dichos rituales, además de muchas otras cosas que tenían que ver con la invocación y la reiteración de mandalas y oraciones sagradas.
Yo maravillado, le tomé fotos, me dio direcciones, mientras desayunaba lo que la aerolínea nos daba con mucha finura y hasta helado. Yo lo que ansiaba era ver por la ventanilla la zona de los andes donde los uruguayos habían hecho historia en 1971. Nos despedimos. Nunca Olvidé su rostro.
Y que lo veo el año pasado en el aeropuerto, iba en compañía de otra persona, antes lo miré fijamente para no equivocarme, la misma vestimenta, el sombrero, su nariz inigualable y lo abordé, le quise recordar la experiencia en Chile en el avión y todo lo negó, solo movía la cabeza negando. Su acompañante tenía la mirada perdida.
Yo me dije, ah caray, qué raro.
Meses después, reflexioné: ¿qué sucedió? ¿Acaso son fantasmas de los aeropuertos?
Me preocupa Panamá, después de ver documental en la misma zona de las exclusas del canal, entendí el porqué del orgullo y el porte altivo de la mayoría de los casi 5 millones de panameños que se sienten bordados por la mano de Dios.
Ora dicen que su presidente está de acuerdo en que los norteamericanos recuperen el poderío de los dos canales, el nuevo y el viejo.