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jueves, 28 marzo, 2024
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Julia Pastrana: una historia de agravios más allá de la muerte

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Hay actos cometidos entre seres humanos tan despreciables e infames que superan cualquier historia de ciencia ficción; las agresiones entre ciertas personas ponen al descubierto la maldad en su máxima expresión, así como la generación de miedo para manipular o el diseño de estrategias mundanas que manejan los temores, los sufrimientos y la condición física para controlar y oprimir. Recordemos que incluso la felicidad es vendida como un bien lejano por el clero y otras instituciones, haciéndonos creer que solamente el sacrificio y el dolor nos pueden hacer acreedores a los beneficios celestiales. Para el Derecho, la dignidad se reconoce como la calidad única y excepcional de todo ser humano por el simple hecho de serlo, cuya plena eficacia debe ser respetada y protegida íntegramente por el Estado sin excepción alguna; a nivel federal, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos condiciona la dignidad a la existencia de un desarrollo integral y sustentable, al fortalecimiento de la Soberanía de la Nación y su régimen democrático, a la competitividad, al fomento del crecimiento económico y el empleo y a una más justa distribución del ingreso y la riqueza (Artículo 25 párrafo primero). En este contexto quiero recuperar la lamentable historia de Julia Pastrana, a quien le negaron, en vida y en muerte, dicha dignidad, pues las personas que se cruzaron en su camino, jamás reconocieron en ella las virtudes que tenía, pues además de ser muy inteligente e ilustrada, hablaba varios idiomas, era bailarina, actriz y cantaba excelentemente en español, inglés y francés, tenía además una voz mezzosoprano; esta virtuosa mujer era reconocida como la mujer simio, la mujer lobo, y en el mejor de los casos, la mujer más fea del mundo como resultado de padecer hipertricosis (crecimiento excesivo de vello en todo el cuerpo); además, padecía de algunas deformaciones en las mandíbulas. Los grandes dotes artísticos de Pastrana no pudieron opacar su condición física; su esposo, el estadounidense Theodore Lent, se encargó precisamente de recordárselo a cada instante; por lo tanto, la explotó al máximo llevándola a circos de Europa y Estados Unidos, la encerraba en los cuartos de hotel y solo de noche se atrevía a sacarla a pasear esporádicamente. Hay tanta abominación en la historia de Julia Pastrana que resulta imposible dar crédito a tantas atrocidades, ya que cuando su bebé muere, a las pocas horas de haber nacido, por cierto, con las mismas características físicas que Julia, ésta fallece también a consecuencia de la negligencia con la que fue atendida a los 26 años; el esposo vende ambos cuerpos a la Universidad de Moscú, luego los vuelve a reclamar y continúa pisoteando la dignidad de Julia y su bebé, quienes fueron embalsamados; por cierto, el recién nacido fue clavado en una base para que permaneciera erguido. Así se demuestra que la muerte no terminó con la desgracia de Julia Pastrana como persona y la infame ambición de lucrar con ella mas allá de su muerte, pues Julia fue exhibida y explotada por más de un siglo, pues incluso, en 1921, el empresario noruego Haakon Lund compró sus restos para continuar exhibiéndolos durante décadas hasta que las críticas hicieron que Julia y su bebé terminaran en un almacén del que fueron robados en 1976. Según se ha dicho, el cuerpo del niño fue comido por roedores, por lo que solamente el cuerpo de Julia pudo ser recuperado para darle sepultura en su tierra natal. En lo personal, celebro que pese a la distancia, al tiempo y gracias a la tenaz lucha de la artista mexicana Laura Anderson y algunas autoridades mexicanas, Julia Pastrana pudo por fin descansar en el Panteón de Sinaloa de Leyva, de tanta maldad humana, de un exceso de agravios a su dignidad como mujer y como ser humano, al igual que su hijo. Es lamentable cómo una persona puede atentar y agredir con tal crueldad a otro semejante; no cabe duda de que la barbarie no se erradica con la evolución y la modernidad, por el contrario, las formas de extinguirnos y ultrajarnos avanzan y se especializan. La historia de Julia debe darnos luces sobre la forma de relacionarnos con nuestros semejantes, pues no es posible que permitamos el pisoteo de nuestra dignidad humana con independencia de nuestra condición física, económica y social; de igual forma, no debemos tolerar ninguna muestra de desprecio a ningún individuo por el hecho de su condición o apariencia física; así, discriminar, martirizar o menospreciar a una persona como se hizo con Julia y su hijo no tiene nombre y solo demuestra lo nefasto que pueden ser algunos seres que no debieran pertenecer a nuestra especie. 

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