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jueves, 18 abril, 2024
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Dignidad: la respuesta a la violencia

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

A las escenas de violencia de las que hemos sido testigos en los últimos años, y particularmente en los últimos meses en Zacatecas, se sumaron las de los acontecimientos del pasado sábado en Querétaro. La barbarie, en una expresión de maldad auténtica, en la que cualquier regla de la razón se abandona, a favor de la del dolor, de la fuerza como instrumento del sufrimiento. Ello nos ha obligado a dejar de suponer que el problema llegó con la guerra desatada hace ya década y media por una decisión política. Ese país que nos aterroriza con escenas de extrema inhumanidad, no habita solo en el crimen. No somos la primera generación en advertirlo. Octavio Paz escribió en su celebrado Laberinto de la soledad: “Porque el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos. ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro? Nadie lo sabe”.

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Creo importante abordar que la causa esencial de esta situación podría encontrarse en la dignidad y su ausencia, el acoso a ésta, la agresión y su resultado: la humillación. Cada vez más estudios demuestran que el rompimiento de ese estado de reconocimiento personal que es el sentimiento de dignidad frente a sí mismo y los demás, es inherente al equilibrio social y una condición necesaria a las emociones de solidaridad, empatía y respeto. Es posible apuntar hacia la omnipresente desigualdad y la inevitable impunidad en las que nos encontramos, como causas replicadoras tal humillación. Probablemente, las redes sociales no hacen sino intensificar dichas condiciones y extrapolar lo que antes quedaba en el vecindario, en la anécdota de una ocasión para ser ahora parte de lo público. El periodista galés Jon Ronson, ha escrito el interesante texto titulado: Humillación en las redes. Un viaje a través del del mundo del escarnio público, en el que aborda como la justicia se ha “democratizado”, puesto que ya es más común que cada vez, por propia cuenta, una masa enfurecida se encargue de “ajusticiar” a quiénes suponen, les humilla. En el libro se desarrolla además la importancia de la dignidad en las personas, y, sobre todo, de las consecuencias para los humillados.

A saber, desde cuándo vivimos en un estado de humillación permanente en nuestra sociedad. Lo importante hoy, es dejar de lamentarnos por situaciones que cada vez más nos orillan a aceptar esta realidad: nuestras costumbres más arraigadas y los elementos que les dieron causa, son violentas, y es momento de romper con ello. Desde la explotación laboral, hasta el machismo, pasando por una religión, que contraria a su esencia, no impone la compasión sino el castigo, entre otras muchas, sin olvidar nunca, las innegables aportaciones al problema que son sistémicas: la desigualdad y la impunidad.

La violencia, de no atenderla en clave corresponsabilidad (con el Estado, sí, pero desde nuestro ámbito personal, familiar y de comunidad), nos devorará, sí es que no lo ha hecho ya y la costumbre apenas nos permite despertar cuando su presencia es tan atroz que es imposible no reaccionar. La crisis de civilización que nos asecha requiere una respuesta histórica, social y política sí, pero sobre todo ética, en clave compasiva, solidaria, empática y humanista.

El día en que este artículo hará su aparición (8 de marzo), me parece sumamente adecuado: una de las violencias más enquistadas, que hemos normalizado de manera histórica es el machismo y su funesta consecuencia para con las mujeres. Ellas, hoy, como siempre, nos darán muestra de por dónde empezar. Confiar nuestra conciencia a su manifestación por justicia y dignidad, es un buen comienzo para desandar esta historia de violencia y humillación.

@CarlosETorres_

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