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jueves, 12 diciembre, 2024
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Cortejo fúnebre, de Sergio Pérez Torres

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Por: Raúl García Rodríguez •

La Gualdra 567 / Poesía / Libros

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Cuando comencé a leer Cortejo fúnebre, recordé un poema que escribí hace años, un poema que hoy no puedo encontrar porque seguramente lo deseché porque era malo, porque así pasa más veces de las que uno como poeta quisiera reconocer. El texto no terminó en ningún libro, ni en ninguna revista, ni siquiera en el limbo de una libreta de anotaciones, ese poema perdido, iniciaba más o menos así:

Nadie sabe cómo iniciar una charla / con una tumba

O tal vez era:

Nadie sabe cómo debe terminar una charla / con una tumba

Podríamos cambiar charla por confesión, y tumba por lápida, o por cualquier otra cosa parecida, pero como podrán darse cuenta, el poema nació muerto, el poema no se iba a lograr. Pero hoy quise exhumarlo brevemente, ya reducido a huesos, para decir que desde que empecé a leer Cortejo fúnebre imaginé a Sergio Pérez Torres, su autor, contradiciendo mi poema con maestría. Sergio sí que parece saber cómo iniciar la charla, y también sabe cuál es la mejor forma de terminarla.

En cada uno de sus poemas, lo vi parado sobre tumbas famosas, encontrando la palabra correcta, la entonación exacta para hablar. En sus palabras hay precisión formal, pero también hay desenfreno cuando debe haberlo, versos con toques de erotismo sazonado en cenizas, y también hay sangre, no siempre derramada, sino circulando aún tibia, al ritmo de un corazón que sabe de prosodia

Y aún, en mi imaginación, ¿qué es lo que obtenía Sergio a cambio?, ¿qué respuesta recibía de parte de aquellas piedras con el nombre cincelado de los muertos?: Recibía el silencio más elocuente que panteón alguno haya escuchado, el mismo silencio que guardan los enamorados al acabar su letanía.

Ahora quienes no han leído Cortejo fúnebre, han de estarse preguntando, ¿a qué viene todo esto de las tumbas? Pues bien, en este libro hay cinco tumbas o cinco apartados, que a manera de capítulo llevan por nombre: Sobre la tumba del Zarévich, Sobre la tumba de Nicolas Tesla, …la tumba de Leopold Bloom, …de Neil Armstrong, y el quinto y último apartado, Sobre la Tumba de Jonás.

Lo que pone en práctica Sergio es una dialéctica vital de amor y desamor. Sobre la osamenta de cada uno de estos célebres personajes, Sergio echa puños de tierra luminosa creando mundos independientes que rotan en torno a un mismo sol desahuciado como el nuestro. Escribe retrospectivas a futuro, como lo hacen quienes se acaban de enamorar y de desenamorar. No es por ser pesimista, pero el destino de todo amor es un destino ineludible: el de la reducción esquelética, y luego el polvo y luego, la nada.

La primera de las tumbas (como ya lo había adelantado) es la del Zarévich. En ésta, desde los primeros poemas cae nieve cálida, allí el fuego de algunos versos, de algunas imágenes contundentes y afiladas como un colmillo, gotea sangre tibia que levanta pequeñas nubes de vapor de un suelo blanco como la tundra, como el vaho de un lobo siberiano: para muestra una parte de este poema, el poema número III:

Él era diferente / como huir de un bosque para entrar en mí / sus ojos clavados como garras, colmillos / y lunas crecientes, una cuna llena de canciones

Y también está este poema breve (XIII):

La voz quebrada debajo de los otros / porque esta casa no conoce el abandono / se doblan las palabras sobre sus signos / como el hielo apenas dibuja una sombra

Luego viene la tumba de Nicolás Tesla, donde ya lo recurrente no es el lobo y el invierno, sino la electricidad, el relámpago, y el fuego que la luz provoca en la madera y que devasta, al igual que renueva lo que toca. Como en estos versos: “El cielo se encierra en una tormenta / los truenos devastan el sonido de las alas”.

Se trata de las alas de un pájaro blanco, que se dirige hacia ningún lugar, como la paloma de la paz que no decide posarse en ningún lugar que los hombres habiten, ese lugar sólo habitado por el ser amado.

Pero también la tormenta de estos poemas suele ser más interna que externa, y son muchas las imágenes que dan cuenta de ello, como esta de “los truenos rojos que llamamos venas” (III) (una de mis imágenes favoritas, por cierto, me recordó en contundencia al “relámpago verde de los loros”, de La Suave Patria) y más tarde veremos que estos truenos rojos, hacen alusión a lo que Sergio llama luego, “una corriente eléctrica en la sangre”.

Ahora recitaré el poema IV, que de principio a fin es recorrido como los buenos conductores de electricidad, por una carga y descarga constante de electrones, área del conocimiento en la que Tesla sobresale en la historia de la ciencia:

¿Puede sentir este pulso incrementándose / como un rayo que cae a un árbol seco / para que recuerde los labios de la luz? / Todo el asombro de matar la sombra / lo deslumbrante de una lumbre que se apaga / mis ojos hechos para verme volando en ceniza.

En el tercer apartado titulado Sobre la tumba de Leopold Bloom, el discurso se hace más largo e íntimo, cada poema es casi prosa poética que a ratos corteja con el flujo de conciencia de Joyce…

También ésta es la parte del libro en la que la palaba “cortejo” del título del libro, se aleja de su sentido “fúnebre” para casarse con esa otra acepción más común, la del diccionario que define al verbo cortejar. Cortejo: Intentar conseguir el amor o los favores de alguien halagándolo y buscando su compañía”, es decir, el cortejo como ese vistoso y musical intento de los pájaros, por asegurar la permanencia de su especie a través del acto amoroso que, por el momento, parece no tendría fin.

En el poema VIII el cortejo va así:

Han cantado que el amor está en el aire / escondimos la respiración hablando de bacilos / lo cierto es que mi sangre se hace débil al momento de su aroma dirigido en un ataque / El suyo no podría ser un cuerpo extraño / reconozco el contorno de cada miembro / incluso al dibujarlo sobre la regadera / puedo apagar la luz y encender su cuerpo / aunque jamás estemos sólo él y yo / millones de bacterias habitan en nosotros

Pasamos a la cuarta parte, a la cuarta tumba, a la de Neil Armstrong donde los cuerpos antes dichos, pierden peso en la microgravedad de la contemplación de un cielo estrellado, acaso ya con un dejo de nostalgia por lo que está por terminar:

Su cuerpo pierde peso en el espacio / se aleja hasta volverlo ni siquiera un punto / pero reconozco ese modo de estar / con la fe del que reza a la noche abierta

 

La última tumba es la del profeta Jonás, donde los poemas fluyen como espuma de agua salada y mantienen un ritmo constante, no tanto de ola que golpea la orilla, sino del enorme e incansable pulso de una ballena azul, con su corazón del tamaño de un automóvil compacto:

Uno de mis poemas favoritos es el sexto de este último apartado:

“Ni siquiera alcanzo el silencio / el latido de la ballena retumba en el mío / lo obliga a moverse con su corriente eléctrica / ¿un segundo corazón / será para un rompimiento gigante? / no es posible acostumbrarse aquí / suena al inicio de una guerra / ¿Por qué los pulmones de este animal / volvieron al mar después de conocer el aire?

Para concluir, quiero decir que, en los poemas de Sergio Pérez Torres, la vida y la muerte lleva máscaras más allá de las máscaras, máscaras tan auténticas como la piel viva que recubre a nuestra calavera. Se trata de un duelo íntimo, una visión lúcida de lo que somos y que sólo revelamos a unos cuántos elegidos.

La elección de Sergio de conjuntar personajes tan alejados entre sí como el hijo de un zar y el primer hombre en pisar la luna, (sólo por mencionar a dos) es todo menos un capricho, es más bien una elección que nutre de diversidad y alcances su obra con elementos múltiples que lejos de dispersar, enriquecen.

Antes de terminar, quisiera volver sobre mis pasos para hacer una aclaración. Para la mayor parte de este comentario recurrí a la división. Hablé por separado de cada una de las tumbas, pero con el riesgo de perder de vista el paisaje que ofrece este selecto panteón, como quien, por ir viendo cada uno de los árboles, pierde de vista al bosque. En este caso, el bosque es la poesía de quien, en pleno dominio del oficio poético, nos presta sus ojos para ver un mundo íntimo que puede ser interpretado de formas infinitas.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_567

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