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lunes, 18 marzo, 2024
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Navidad y verdad, en homenaje a Ernesto Sabato

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Por: Erik Herrera •

Viene la Navidad de nuevo a nuestro encuentro. Se reencuentra con el mundo la Verdad encarnada que nació hace dos milenios, y que volverá triunfante para inaugurar un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero el mundo la esquiva, la traiciona hoy con harta frecuencia.

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¿Por qué es tan difícil pensarla, decirla, abrazarla? En el caso, por ejemplo, del pequeño político que es la regla casi sin excepción, la respuesta parece estar en que su quehacer tiene mucho de demoniaco, al decir de Weber; en que, al carecer de vida interior, de genuina personalidad, miente con naturalidad, sin que le cueste esfuerzo alguno, como señala Ortega y Gasset; en que anda «ensordecido en sus bufonadas», según advierte Sabato en su libro, Antes del Fin. 

El gran político, en cambio, sabe y quiere recorrer los caminos de la verdad al precio que sea, como el pagado por el Mahatma Gandhi para derrotar un imperio, por el mártir y tribuno A. González Flores en la Cristiada para votar contra los nerones de la época, y antes por Tomás Moro, ese hombre de «dos mundos», ese humanista del Renacimiento con «facciones políticas de titán», que defendió con el martirio su Fe católica ante el repulsivo Enrique VIII, y que en la hora misma de su decapitación, bromeó, exhortando a su verdugo respetar su barba porque ¡ella era inocente! Es el morir a «tiempo y con gracia».

En el caso del pequeño intelectual, del pequeño comentarista de medios, su afición por la mentira o a las medias verdades, se hinca en el fango de las ventajas que produce la adulación; se funda en su filisteísmo que lo hace alérgico a los heroísmos; dicha afición se basa en su ser gelatinoso, acomodaticio, carente de pasión.

En contraste, el gran intelectual la piensa y la dice, «aunque la verdad le despedace» porque es el naufragio el «mayor triunfo para este perpetuo navegante sobre Gólgotas», en palabras de Ortega y Gasset, que replica Sabato citando a Camus: «uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen». Sin duda ese intelectual, buscador de la verdad, es fundamentalmente un testigo que no se deja sobornar.

Oigamos algunas verdades que hoy se entierran sin lágrimas: «Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres, son los ricos». Solamente Wilde la pudo decir. Y Sabato lo dijo de manera semejante al señalar que hay que derrumbar ese modo de vida en que «los bancos han reemplazado a los templos». 

Afirma Sabato: es falso que, ante el colapso del comunismo, la única salida sea el neoliberalismo, incluyendo al revestido de lentejuelas seudo culturales de izquierda. Las futuras generaciones derrumbarán esta falacia, la considerarán propia de bárbaros, reencontrarán ellas la síntesis genial que concilia libertad y justicia, naturaleza y cultura, generosidad y democracia para que ésta «deje de considerar subversiva al hambre de los pueblos», la de los migrantes pobres para los que no hay lugar en países mezquinos y racistas con millonarios de fortunas astronómicas, muchas de ellas en paraísos fiscales.

He aquí otras verdades dichas por Ernesto Sabato al hablar del hombre-masa: «ese extraño ser con aspecto todavía humano, con ojos y llanto…, pero en verdad, engranaje de una gigantesca maquinaria anónima». Ese individuo-masa sin personalidad, es decir, vacío, puro cascarón que se llena con consumismo de buen fin, con frivolidad de todos los días, con conformismo borreguil, con mendrugos del poder a cambio de la abyección.

Puro cascarón que se viste a la moda de la ideología de género, escondida tras expresiones coloridas como «igualdad sustantiva», que sustituye a la lucha por la justicia social, que exalta pedofilia, sodomía, aborto, promiscuidad para envilecer el alma de niñez y juventud, y la cual nada tiene que ver con los derechos auténticos de la mujer.

Asumir tal moda, patrocinada por Occidente, que trastoca el orden de la naturaleza, que hace del deseo caprichoso un supuesto derecho, del libertinaje un alegado progreso, es traicionar la verdad, el ser esencial de las cosas que funda todo deber y todo derecho; es claudicar como humanidad, como persona.

Y esta otra verdad: «la burocracia y el poder, dice Sabato, han tomado el espacio de la metafísica y de los Dioses». Todo hoy es ruido de poder, constante, ensordecedor, aniquilador del silencio reflexivo que salva, de la inteligencia y noble sentimiento que redimen a los pueblos conscientes. 

Y al hablar de la entereza de Matilde, su cónyuge ya enferma, postrada durante años, criatura indefensa, dice este argentino de la pampa: ¡Cuánto más grande es la mujer que el hombre! Tras la enfermedad de Matilde, un día, en pequeña iglesia de París, Sabato comulga por primera vez, según lo relata con emoción en su testamento literario, Antes del Fin.

La Navidad es tiempo propicio para levantarse del polvo, para mirar hacia la estrella salvadora de Belén, para renacer y afrontar con coraje, con buena voluntad, los «hechos esenciales de la vida», haciendo a un lado todo lo demás, porque de otra manera, cuando el cántaro se rompa contra la fuente, nos daremos cuenta «de no haber vivido», como ha dicho un sabio. 

A mis gentiles lectores zacatecanos, a La Jornada Zacatecas, mi agradecimiento y lo mejor en esta Navidad y Nuevo Año por venir. Estaré de vacaciones; hasta pronto si hay vida y licencia.

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