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jueves, 25 abril, 2024
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Consecuencias y salidas (posibles) a la guerra Rusia-Ucrania

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Por: RICARDO BERMEO •

En el complejo escenario geopolítico contemporáneo, bajo el signo del caos, por la conflictiva -posible- transición hegemónica, entre las dos principales potencias económicas, Estados Unidos, como actual hegemón, y China, como rival, en medio de una nueva guerra fría, con posibilidades de convertirse en los próximos años en confrontación directa, como lo he antes apuntado, estaríamos asistiendo a los prolegómenos de una tercera guerra mundial; en este contexto, tiene especial relevancia continuar analizando las consecuencias y posibles salidas a la invasión ilegal de Rusia a Ucrania, en la medida en que está en juego la vida de cientos de miles de víctimas ucranianos, cuyo país puede terminar devastado; así como de soldados y civiles rusos y pro-rusos, además de que se trata de la segunda potencia militar (principalmente por el armamento nuclear ruso, y no deberíamos olvidarlo en ningún momento, por el gravísimo riesgo de una conflagración nuclear). La geopolítica es una dimensión fundamental para comprender el conflicto, pero nunca podrá dar cuenta o sustituir con una “explicación”, el inmenso sufrimiento humano que la guerra provoca.

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Diversos analistas sostienen que Ucrania fue utilizada como una trampa, en la que Putin cayó, incluyendo en esa apreciación, el error estratégico cometido por la cúpula rusa, al considerar que ocuparían al vecino país mediante una campaña rápida. Asociada a esa trampa estaría la estrategia global de Estados Unidos, a través de la OTAN, cuyo plan, entre otros objetivos, incluía cortar los lazos económicos entre Alemania -junto a otros países europeos-, y Rusia, donde habría que incluir el episodio del Nord Stream I y II, en el ojo del debate público, si bien, soterrado por las insalvables asimetrías de poder y control efectivo de los medios de comunicación masivos, después del informe del Seymour Herch, famoso periodista norteamericano que dio cuenta en ese trabajo -cuya veracidad ha sido firmemente negada por el Gobierno Norteamericano-, afirma -con su investigación- que fue una operación de Estado(s) entre E.E.U.U y Noruega. Por otro lado, estaría la versión “oficial”, divulgada posteriormente, tampoco confirmada, que atribuye a un grupo pro-ucraniano como posible responsable de volar el gaseoducto y, principalmente, disminuir el poder militar de Rusia, atándola a una guerra dirigida a “debilitarla”, y también a impedir que fungiera como paraguas militar en la disputa contra China.

Una interpretación es la de quienes dan cuenta de que, desde el otro lado, los cálculos atlantistas (OTAN), se equivocaron, incluyendo el efecto -mucho menor de lo esperado- de las sanciones económicas durísimas impuestas a Rusia. Esa capacidad no esperada, amenaza con prolongar el conflicto armado un tiempo indefinido, donde, además, la mayor capacidad militar rusa, a pesar de su ineficacia demostrada en las primeras fases, aseguraría su permanencia en territorio ucraniano, y tendría -también-, como consecuencia la devastación de Ucrania, generando un sufrimiento indecible -y no calculable- para las víctimas de la guerra.

Otro escenario, cercano al de la estrategia atlantista, sería el de que Rusia se estaría efectivamente debilitando, y que en un tiempo no lejano, el efecto combinado del costo humano de la guerra y la crisis que el efecto de las sanciones económicas, y del gasto militar que está obligada a sostener, terminarían provocando un cambio de régimen al interior de Rusia, en donde la animadversión popular en contra de la guerra, lo que junto con la deslegitimación de Putin entre la élite, tendrían ese resultado contrario para el actual régimen, donde algunos incluyen el deterioro acelerado de la figura de Putin, hasta la de su defenestración y la de su círculo de colaboradores.

Un tercer escenario, una bifurcación posible de cualquiera de los dos anteriores, es el que se derivaría del escalamiento de la confrontación bélica hasta desembocar en el empleo de armamento nuclear, un peligro reiteradamente advertido por muy diversos observadores, lo que en un extremo -posible de alcanzarse en cuestión de minutos- puede suponer una destrucción de la vida a escala global. 

La densa niebla ideológica, generada por la propaganda bélica entre ambos bandos, vuelve una tarea imposible, el considerar cuál sería más plausible entre los tres escenarios. El debate central que ha dividido a la izquierda, y no solo a la izquierda, es entre quienes han cerrado filas a favor de Ucrania, y de su legítimo derecho a defenderse de la agresión armada de que sido objeto, apoyándola con el envío de armamento -cada vez más pesado-, para intentar voltear en contra de Rusia el curso de la guerra; de no hacerlo, ya habría sido derrotada; argumentando para sostener esa posición, que es necesario mejorar la posición estratégico-militar de Ucrania ante una posible futura negociación entre ambos países. 

Mientras que, en otra posición, se encuentran los que defienden la urgencia de enfocar todas las baterías para llegar a un cese al fuego, centrándose en presionar para establecer negociaciones para lograr un acuerdo de paz, y no apostándolo todo a la entrega de más y más armamento; a esta posición a favor de la negociación, están asociadas otras consideraciones, una de ellas de carácter técnico, el hecho de que las tropas ucranianas no están preparadas para operar con ese tipo de armamento que requieren elevados niveles de coordinación, logística, etc., lo que requiere tiempo, y eso supone prolongar la devastación hasta cuando sea ya irreversible, y Rusia haya establecido defensas estratégicas en el territorio pro-ruso. También, y principalmente, la de que el escalamiento de la guerra podría, muy probablemente, desembocar en el uso de armamento nuclear.

Pero más allá de esas salidas posibles, lo cierto es que se trata de una guerra de poder, y como tal está sobredeterminada por el enfrentamiento que, a nivel mundial, reconfigura activamente la cartografía de la situación global contemporánea. Es necesario incluir más coordenadas y variables, cambio climático, capitalismo, neoliberalismo, crisis económica, armamentismo y militarización, ascenso de la extrema derecha, debacle de la democracia liberal, etc., para ir integrando los mapas de navegación indispensables para orientarnos. En esta dirección, y más allá del nivel geopolítico (simplificado aquí al reducir el análisis al plano de las relaciones interestatales) en que sitúo esta aproximación. Dentro de esas coordenadas, me parece fundamental incluir un tercero estratégico, la perspectiva que sitúa en primer plano, la lucha de clases y la urgente necesidad de buscar -apoyándose en ella-, procesos sociales profundos para emprender un cambio de orden sistémico. En medio de tan convulsivo contexto, y horizonte socialhistórico, es preciso apuntar hacia lo que podríamos considerar como alternativas efectivas posibles, mediante las cuales pulsar nuevas capacidades constituyentes, para, mediante ellas, retomar en nuestras propias manos -individual, y sobre todo, colectivamente- la forma en que querríamos -y por ello podríamos- caminar, construyendo juntos los modos de vivir en común, a las que legítimamente aspiramos.

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