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jueves, 28 marzo, 2024
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De filtraciones irresponsables

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Hace cerca de un mes, Alejandro Encinas, subsecretario de Gobernación, puso a disposición del público el informe de lo ocurrido en Iguala con los estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa en aquel triste 26 de septiembre de 2014, de acuerdo a lo investigado por la comisión de la verdad.

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Para entonces, muchos de los medios de comunicación aseguraban que no había novedad, que el informe dado a conocer por Encinas no hacía más que confirmar lo que ya sabíamos del caso.

Y hasta ahí, y hasta cierto punto, tenían razón. Pero no porque se confirmara la llamada “verdad histórica”, sino al contrario, porque se confirmaba y solo parcial y fragmentariamente, lo que ya sabíamos en las calles, lo que se decía en las protestas, en investigaciones de defensores de derechos humanos o en trabajos periodísticos, pero no en la versión oficial cuya defensa cansó tanto a Murillo Karam. 

En el regateo de la aprobación política, algunos a regañadientes, admitían el mérito de la investigación que llevó incluso a que se giraran órdenes de aprehensión de altos mandos militares y se admitiera la comisión de un crimen de Estado, pero decían, ufanamente, que el presidente Andrés Manuel López Obrador se vería imposibilitado de cumplir su promesa de encontrarlos con vida, cosa que nunca prometió. 

Para unos, para otros, y para todos, se encuentra disponible para su lectura el informe de la comisión de la verdad que actualmente está en revisión por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) a petición de las familias.

Por ser un documento de acceso libre, sobra decir que dicho informe se trata de una versión pública que omite nombres, pines, teléfonos, y narraciones textuales que pueden entorpecer el debido proceso y, por lo tanto, dificultar el acceso a la justicia para las víctimas, prioridad máxima en estos momentos.

No obstante, las familias de los 43 estudiantes y sus representantes legales, tuvieron acceso a la versión íntegra del mismo informe en su calidad de víctimas.

Hasta ahí nos habíamos quedado y esperábamos que el GIEI hiciera su evaluación, cuando la periodista Peniley Ramirez, del diario Reforma, retoma el informe, lo parafrasea en su columna, y confiesa que le fue filtrado una copia del mismo, sin testar. 

Ese texto y esa conducta suscitó el debate ético durante el fin de semana. 

A decir verdad, y desde esta personalísima opinión, no hay nada en la columna que merezca la atención que recibió. No aporta novedades a lo que ya sabíamos, no contradice la versión oficial propuesta por la Comisión de la Verdad, no pone siquiera en duda nada de lo expuesto.

Lo que sí hace es revelar detalles morbosos y amarillistas que lastiman y vulneran a las familias de los desaparecidos, y que, sumados a capturas de pantalla publicadas en redes sociales por la misma periodista, muestran, entre otras cosas, a partir de qué evidencia se hace la reconstrucción de hechos, y con qué testimonios. 

Ante estos hechos no podía esperarse menos de las autoridades que el cumplimiento de la obligación de denunciar y exigir que se investigue el origen de la filtración que recibió Peniley porque con ello se vulneró a las víctimas y a un proceso judicial, y se alejó la posibilidad de recibir justicia. 

Eludiendo toda autocrítica y, al contrario, en un arranque de ego desbordado, la periodista se autocomparó en su tuiter con Julián Assange y se enfundó en la gastada bandera victimista de persecución en la estrategia de quien roba y luego grita “al ladrón, al ladrón”. 

La situación es ya de por sí complicada, Alejandro Encinas ha señalado que cerca de cuarenta personas relacionadas con el caso Ayotzinapa han fallecido. Algunos pocos por razones naturales, otros por asuntos razonables, pero otros, cuyos testimonios podrían ayudar, han sido asesinados. 

Si eso había sucedido a pesar de la discreción con la que se había llevado el asunto. ¿Qué puede esperarse a partir de la filtración? 

A pesar de los avances, el caso Ayotzinapa no parece cerca de simplificarse. Las manifestaciones ya comienzan a salpicarse de violencia, y hasta las relaciones diplomáticas con Israel, estado que asila a Tomás Zeron, tienden a tensarse. 

A pesar de ello, no hubo pudor alguno que detuviera la megalomanía irresponsable. ¿A quién sirve ese periodismo? 

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