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martes, 19 marzo, 2024
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Théodore Géricault

Pasión por el detalle…

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Por: ÁLVARO LUIS LÓPEZ LIMÓN* •

La Gualdra 558 / Arte

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Jean-Louis André Théodore Géricault (1791-1824), hurgó en los abismos de la humanidad para mostrarnos almas y expresiones de seres absortos en sus delirios, acto estético que exhibe la pasión por el detalle. Por encargo de Etienne-Jean Georget, Géricault pinta en 1821 quince cuadros de monomaniacos internados en la Salpêtrière, de ellos quedaron cinco. Imaginemos a Géricault deambulando por esos senderos cenagosos, con paso lento y rumbo al manicomio, transportando todo tipo de cosas y herramientas, para pintar in situ a estos seres a los que –más allá de las formas de su rostro– retrata sus pertenencias, que una cofia, una medalla, una muleta, un gorro, etc. Sí, al otorgarles voz, permite que aflore lo escondido ahí, –bajo doble llave– en el tenebroso subsuelo del alma. Estamos frente al cuadro de la llamada Hiena de Salpêtrière.

Tal parece que, al asomarnos por el recuadro de una ventana se nos presenta, apareciéndose sorpresivamente como espectro, una mujer madura, pero no muy mayor de edad, aunque la severidad de su rostro la avejenta. Nos mira sin mirar, que no ve a nadie, no mira, ni siquiera a quien la está dibujando, tal parece que su mirada se ha posado más allá del horizonte, en algún no-lugar. En humilde indumentaria, cubre con una cofia blanca su cabello gris y alborotado. Su cuerpo parece estar envuelto en una manta verde, que –a su vez– envuelve el fondo. La mirada aviesa, la tez verdusca, los ojos como rescoldos, sus orlas inflamadas y sanguinolentas. Sus labios apretados parecen reprimir un lamento; su nariz hinchada revela incomodidad; el ceño fruncido y sus ralas cejas grises enmarcan unos ojos enrojecidos y vidriosos, párpados húmedos y mirada dura. Mientras una lágrima, apenas perceptible y a punto de caer, revela algo, un cierto malestar o quizá el anhelo fijo de una obsesión, impotencia o inexpresable locura. Esta pintura nos habla desde lo más hondo del alma humana y, al igual que esta mujer, inspira tanto compasión como miedo.

En fin, existe un lugar, un punto del orden de lo inconmensurable, de la locura, del sin-sentido que el arte bordea y delimita, espacio en el que adviene la creación. La escritura poética, la obra de arte, la música, el teatro, quizás dan soporte al analista, en la construcción de una interpretación –siempre limitada– en la que asoma como resonancia aquello que no puede ser dicho. Digámoslo, hemos aprendido del arte a crear lugares para que el acto subjetivo se exprese, para que el discurso se despliegue como borde de aquello que, como diría Lacan, no cesa de no escribirse y, sin embargo, se escribe en el síntoma.

 

Referencias

  • Descuret, J.B.F.. (1857): La medicina de las pasiones o las pasiones consideradas con respecto a las enfermedades, a las leyes y a la religión. Barcelona: Imprenta Pablo Riera.
  • Freud, S. (1986): Obras Completas. As., Amorrortu editores S.A.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra558

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