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jueves, 18 abril, 2024
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Artesanos, en peligro latente de exclusión

Alba de papel

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

En un marco de fiesta se celebró el pasado 19 de marzo, el Día del Artesano, fecha emblemática, que también honra a San José, el padre terrenal de Jesús, cuyo oficio de carpintero, lo consagra con fuerza desde la entraña misma de la tradición dentro de la cultura espiritual de los pueblos originarios.

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Ante las muchas vicisitudes que vive el artesanado de cualquier lugar, al que corresponda, habrá que añadir a la dificultad de su oficio, la poca claridad para comprender los conceptos de artesanía tradicional, arte popular, hibridación y manualidad que da por resultado, una confusión que menoscaba el trabajo hecho a mano con los elementos naturales del agua, viento, fuego y tierra.

Un quehacer ancestral cargado de mitos es el oficio artesanal, que histórica y culturalmente ha sido disminuido, no tomado en cuenta y no considerado lamentablemente, como una actividad productora de riqueza económica, sino que ha sido vista muchas veces, como una parte decorativa y social, que dista mucho de serlo, ya que en su urdimbre está la esencia de la memoria, la identidad y la tradición.

En distintos momentos de su devenir, no han faltado los esfuerzos por reconocer a los oficios artesanales de México, como patrimonio cultural de las regiones que lo conforman, no obstante, su sobrevivencia sigue marcada por la incomprensión y la exigencia de una formalización que requiere educación, y que a la postre, los condena a la marginación y en muchos casos, a la extinción.

Por ejemplo, piense en un alfarero indígena que sujeta una carretilla cargada de cazuelas, ollas, platos y jarros, camina por distintas calles hasta completar jornadas de 10 horas ¿Cuánto será el monto final de su venta?… otra pregunta, por encima del uso del barro al que se le exige para consumo humano, estar libre de plomo, ¿Cuántos mexicanos prefieren el acero inoxidable, el peltre, el vidrio o el plástico?

Dependiendo de cada región, la artesanía y el arte popular se consume, pero faltan políticas públicas de accesibilidad, capacitación y comercialización que permita visibilizar los oficios y sus artífices, como parte fundamental del patrimonio cultural intangible, que es el que más riesgos presenta, omitiendo peligrosamente, que su existencia, coadyuva al fortalecimiento del tejido social.

 Esta una visión del presente, anclada al tiempo pasado, por lo que implica la diferenciación brutal de las comunidades de origen y la ciudad, cuando los desplazamientos también obligan a muchos artesanos, particularmente indígenas, a buscar mejores oportunidades para vender su arte.

Las primeras (sus comunidades), fueron lugares de calma, de configuración de la identidad, de señoriales fiestas, de una ética singular que se fue perdiendo, debido a una inercia corrosiva no advertida a tiempo, que estalló abruptamente en un avasallamiento de inseguridad y de violencia, que ha empujado a los artistas populares a emigrar a otras urbes, dejando atrás, ese sólido puente de la memoria y del ser, ligado a la historia de su comunidad.

En otros lugares, sus manos fueron y son los ojos que recorrían la finitud de su comarca, la que caminaban a pie, donde se impregnaron sus recuerdos de adultos con la edad festiva de su infancia, colmada de colores, formas, texturas, sabores y vivencias; Lo vivieron en la aridez o en la espesura de la tierra: entre cactus, pinos, matorrales, palmas, ahuehuetes, bajo el manto nuboso y solar, el canto de las aves y la secreta inspiración de la noche.

Quizá, este será el sentimiento que crea una artesanía, una obra que es resultado de la iluminación de un hombre o de una mujer, con la capacidad para contar la historia de su lugar de origen, y de hacerlo con el poder de lo simbólico.

Una romántica reflexión que se resiste a morir en un territorio prodigioso como el nuestro, pletórico de riqueza, de recursos, a donde para los artesanos, abruptamente, el común denominador es la pobreza, mucho más en el sureste, que tiene una mayor concentración de grupos indígenas, los mayores depositarios del arte popular mexicano, herederos indiscutibles de técnicas y saberes que han logrado conservar, gracias a su resistencia cultural.

Este podría ser un diagnóstico preliminar de la situación que vive el artesanado en México, donde la inclusión y el reconocimiento a su maestría, debiera ser un tema de debate en la política nacional y local de cada estado, coincidamos en la apremiante tarea de regular, organizar, planificar acciones que los incluyan, respetando su singularidad y por lo tanto, la especificidad de sus necesidades.

 Es difícil para el sector artesanal, mantenerse económicamente y contar con seguridad social; muchos de ellos, buscan un trabajo fijo, no importa si está mal pagado, es un respiro para seguir haciendo artesanía, porque no se tiene dinero, sino hasta que aparece el cliente adecuado que la compra. Es una tensión constante, que los agobia.

Que no se olvide que, al dejar su comunidad, al llegar a la ciudad, descubre su falta de piedad, y como está plagada de consumismo y de reglas pragmáticas de un mercado de ofertas y demandas que no logra comprender. Es una experiencia dolorosa de cientos de talleres familiares que trabajan textiles, canteras, piteados, ónix, alfarería, platería, cartonería, maderas, fibras, entre otros.

Con humanidad y en defensa de lo nuestro, valdría mucho, diseñar un esquema de viabilidad y de gestión que lo incluya a todos, que se luche por resolver el choque cultural entre tradición y modernidad, frente al proceso de industrialización o de empresa, que silenciosamente, sólo promueven poder y sometimiento, porque es muy difícil que un artesano se interese por que su taller cambie a una microempresa y él se convierta en un microempresario, con un formato de educación fiscal sin beneficios reales para él.

Finalmente, hay mucho por hacer, por ahora, pugnemos por una mayor inclusión en los planes de desarrollo cultural, turístico y económico, porque ésta, es la triada del presente y del futuro.

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