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jueves, 28 marzo, 2024
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Escuelas de Pinos, Mazapil y Nieves, (1796-1802)

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

No faltaron a lo largo de todo el antiguo régimen novohispano las solicitudes y reclamos de vecinos y autoridades que demandaban ante las autoridades poner fin al estado de abandono en que encontraba la educación. Es el caso de ilustrados y filántropos como el cura de Tianguistengo en la Provincia de México, D. Juan de Bustamante, que con el fin de “poner algún remedio a los males de que adolecía la instrucción de la juventud, por la falta de escuelas de personas aptas para enseñar, no solamente en el lugar referido, sino también en otros muchos del país”, dirigió al virrey de la Nueva España una representación en la que lo ponía al tanto de la situación que guardaba dicho pueblo en el ramo educativo.
Sensible y consciente de la queja del cura Bustamante, el virrey Venegas, “persuadido del abandono en que se encontraban las pocas escuelas primarias de aquella época, así como de la necesidad de atenderlas y de aumentarlas”, estableció comunicación con todos los intendentes de las provincias del virreinato, solicitándoles le hicieran saber por medio de “informes acerca del número de escuelas existentes y sus alumnos, de los libros de texto que usaban y de los recursos con que se sostenían”. La recomendación del virrey Venegas se sustentaba en el argumento de que: “[…] el motivo y el progreso de la instrucción tenía su principal asiento en la ignorancia del pueblo, incapaz de conocer y practicar sus principales deberes sociales, morales, religiosos y políticos, sin la necesaria o indispensable instrucción”.
La carencia de escuelas y de maestros no era privativa de la provincia de México, era más bien la constante en todo el territorio novohispano, sin faltar desde luego la intendencia de Zacatecas. Elías Amador que nos proporciona la noticia del pueblo de Tianguistengo y de su cura preocupado por llevar las luces a su juventud, da los pormenores de la situación que observaba la instrucción de las primeras letras en el territorio zacatecano por el año de 1796.
El estado lastimoso que guardaba la educación se reflejaba por el hecho de que existían subdelegaciones como la de Sierra de Pinos en donde no había una sola escuela en toda su demarcación. Habían existido tiempo atrás, cuando los curas y maestros doctrineros más que enseñar a leer a los naturales, se preocupaban por inculcar los preceptos de la doctrina cristiana y el idioma castellano. En ninguno de los pueblos, haciendas o rancherías (que no eran pocos) no existían escuelas por la simple razón de que no se conseguían maestros. A lo único que se reducía la instrucción era a la enseñanza de los rudimentos de la religión a cargo de “una u otra mujer anciana” que catecismo en mano hacían recitar las oraciones a los niños cuyos padres ponían en sus manos. Por tales motivos, quien fungía como subdelegado de ese Partido en el año referido, José Ignacio de Herrera, en noticia que envió al intendente interino José de Peón Valdez con fecha de 8 de febrero, le hacía ver que: “Se carece de un maestro hábil dotado de buenos y sanos principios de educación civil y cristiana que posea la ortografía y la aritmética. De tal conducta que con ella solo recomiende su Doctrina y que, renunciando estas precisas y preciosas cualidades, sea capaz de formar unos jóvenes que algún día honren a la Patria. Si la superioridad llevase a bien la fundación de una escuela pública, el derecho de entradas que se cobra en esta alhóndiga podrá cubrir el pago de la dotación de un tal maestro como se ha propuesto y se necesita”.
Aunque el subdelegado se refería sólo a la cabecera de su Partido, aprovechaba la ocasión para dejar claro el perfil, virtudes de por medio, que debería de poseer el maestro: cristiano y de una cultura por encima de la del promedio de sus contemporáneos. Así mismo el subdelegado sugería la fuente de donde se sacarían los recursos pecuniarios para el pago del sueldo del maestro. Sería en años posteriores cuando Vicente de la Rosa, a la sazón, subdelegado o jefe político del Partido, quien coordinó y cooperó (e incluso facilitó la cantidad faltante en calidad de préstamo) con dinero de su propio bolsillo, entre 1801 y 1802, para hacer posible la fábrica material de la primera escuela pública de primeras letras con la que contó ese lugar.
En situación similar a la de Sierra de Pinos, antes de que ocurriera la apertura de su escuela, se hallaba Mazapil. Su subdelegado, Salvador de Rivas comunicaba al intendente Peón Valdés, que en su Partido “no había escuelas, y que los naturales vivían en una lamentable ignorancia”.
Por su parte, Pedro José Martínez Murguía, autoridad política de Nieves, daba cuenta a su superior haciéndole saber que en dicha subdelegación había algunas personas que a título personal se ocupaban de la enseñanza de grupos de niños, “[…] siendo de cargo de los padres de éstos, la satisfacción de su trabajo al maestro, y por esta razón los hijos de aquellos pobres que no alcanzan para pagar su cultivo, se quedan con notable lastima sin la más leve instrucción, por no haber fondo que pueda sufragar este gasto”. En Nieves las únicas escuelas, si es que se les puede llamar así, que había, eran de tipo particular. Por lo demás, en este partido a lo largo del siglo XIX la enseñanza elemental privada se mantuvo, pues era mayor el número de escuelas de este tipo que existían por encima de las públicas.
Referencias.

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