La Gualdra 660 / Narrativa / Libros
Por Mario Alberto Medrano
Hay novelas que se quedan en la memoria del lector ya sea por la historia o por los personajes, en el caso de Manci (Lumen, 2025), de Silvia Pasternac, es por la segunda debido a que Manci, la protagonista de la obra, es una mujer rebelde, sarcástica, valiente, astuta y cargada de una sensibilidad intelectual.
Esta novela, la primera de Pasternac, tiene un arco narrativo cronológico, pues va desde el nacimiento de la protagonista, que ocurrió poco después de que su madre, Eugenia, comiera arroz con leche, hasta su libertad como adolescente, las posibilidades de casarse, y decidir no hacerlo. Lo anterior, visto con la mirada de los tiempos que transcurren, podría no ser realmente significativo, pero para el siglo XX, en una sociedad costumbrista y anticuada, la bravura, incluso al grado de ser un tanto cara dura de Manci, era digna del escándalo.
La historia de esta familia (Eugenia y Salomón, los padres; Isaac, Irene, Doriko, Bartolomea, Sari y Manci, los hijos e hijas) transcurre en Transilvania, ciudad en el centro de Rumania. La prole, que no tiene mucho de particular, se ve arropada y rechazada por el tiempo que les toca vivir, una Europa que comienza a desvanecerse, erigirse y volver a desvanecerse, después de la Primera Guerra Mundial, que culminó con la caída del Imperio Austrohúngaro, y una segunda gran guerra aún más devastadora. En medio de ese caos, del mundo bélico y el ascenso del capitalismo, la caída de dictaduras y Estados militares está Manci, una mujer que tiene como precepto central el Pikuaj nefesh (la preservación de la vida –a toda costa–).
La vida de Manci son muchas en una sola, nacer en medio del desasosiego, bajo la árida sombra de la religión, en un familia de escasos recursos que atravesó los vaivenes de dos guerras dentro de un país que la literatura ha convertido en la cueva del vampiro decadente. Manci es, a su manera, esa vampira que chupa la sangre, pues sea dicho, esta mujer es bribona, audaz, sí, con un encanto para engatusar y salirse con la suya. Y no estoy pintando una imagen femenina de Don Juan, sino una Hedda Gabler con rasgos quijotescos.
Dividida en siete vidas, Manci comienza con Primera vida. Manci la urraca; Segunda vida. Manci y el hombre para siempre; Tercera vida. El sillón hueco y la vida que peligra; Cuarta vida. Manci y el mantenido; Quinta vida. Manci y lo eterno que se termina; Sexta vida. Manci y el postre que a veces da la vida; y termina con Séptima vida. Regreso a la santidad.
De los siete capítulos de la obra, son el quinto y el séptimo donde se entreteje de mejor manera el manejo del personaje, la peripecia, la trama renovada y la narración minuciosa. Con esto no quiero decir que los otros no lo sean, pero estos dos destacan por entre los demás. Asimismo, cabe reconocer que la columna vertebral que son los capítulos muestran con mucho detalle un personaje muy singular, quien huye de la responsabilidad, de las ataduras, que sobrevive a pesar de la tragedia y tiene, casi siempre, un pie en la fe y el otro en el sacrilegio.
Dentro del musculoso panorama literario actual, donde las mujeres llevan la voz de mando, quienes son las que mantienen a las editoriales (valga decir que aquí cito a Camila Sosa Villada, quien me lo dijo tal cual en una entrevista), faltaba una figura pícara como la de Manci (y la de Pasternac). La mayoría de las autoras han llevado su obra por los terrenos de los ríos subterráneos de la violencia, la maternidad y la existencia, con personajes densos y oscuros, y ejemplos están María Fernanda Ampuero, María Gainza, Fernanda Trías, Lina Meruana o Fernanda Melchor. Pasternac narra la vida de Manci como si de tejer y destejer arcoíris se tratara: a medio caballo entre la ficción hilarante, sardónica y llena de humor, y del hecho histórico tan cruel, inamovible e inmarcesible.
La experiencia de Pasternac como guionista dota a la novela de tres aspectos, a) la amplia y detallada mirada que ofrece el cine en cuanto a los paisajes; b) el detonador de la acción mediante los diálogos, pues hay muchos muy mordaces; c) y el punto de vista: Manci no podía estar narrada por otra persona que no fuera Manci misma, pero no como primera voz del singular, sino como si se tratara de una voz omnisciente, de una narradora que está por encima de los acontecimientos, que sabe todo, intuye todo y juega con el lector.
Manci es una novela muy disfrutable. Se lee de un tirón, la narración es fluida y amable con el lector. Pasternac tiene mucho oficio. Con esta primera novela se lanza al ruedo editorial y literario como una autora arriesgada, inteligente y mordaz.
Mario Alberto Medrano. Editor, reportero y escritor. Ha colaborado en diversos medios impresos y digitales. Es autor de los libros de poesía Nebde y El pie bajo su escombro.