La Gualdra 660 / Literatura
[Entrevista a Marina Azahua sobre su libro Archivo agonía]
Actualmente vemos a artistas de cualquier disciplina experimentar con técnicas, materiales y formas de otras disciplinas, entre los escritores no ha sido la excepción: aunque no es un hecho inédito, cada vez más son los poetas que sorprenden con su primera novela, y viceversa, narradores que incursionan en la poesía, el ensayo, etc., la literatura híbrida, la construcción de objetos renuentes a encasillarse en un género parece ser uno de los distintivos que se usará para hablar sobre la obra de autores contemporáneos, quizá un dejo del caos y la fragmentación de la realidad que habitamos.
Archivo agonía (Sexto Piso, 2024) se inscribe en esta tradición, un libro que es una historia de amor contada por medio de un compilado de documentos, una novela de no-ficción o ficción ensayística, un artefacto digno de una lectura minuciosa, así como esta entrevista, donde la autora, con una claridad inteligentísima, nos habla de su primera novela y su proceso creativo.

Beatriz Pérez Pereda: Archivo agonía me parece un “artefacto” inclasificable, es una novela que utiliza un recurso de larga tradición: la epístola, pero también es actual como un libro de no ficción que utiliza recursos de otras disciplinas, la antropología, la historia, la edición y también de la tecnología para fijar la memoria, archivar nuestro paso por el mundo y la vida de los otros, ¿tú cómo describirías, presentarías este libro a tus lectores?
Marina Azahua: La expresión “artefacto”, que usas para describir el libro, me parece perfecta. Porque en el proceso de contar esta historia justamente una de mis prioridades era la materialidad y la tactilidad. Construir una sensación de estar sosteniendo algo que quepa en tu mano y contiene una historia multidisciplinaria. Buscaba que el libro no sólo fuera un texto, sino que fuera un archivo. Aquí la influencia de Drácula, de Bram Stoker, fue fundamental. La novela de Stoker es uno de mis libros de cabecera y me fascina cómo construye una narrativa tan compleja a partir de una serie de documentos que el lector recibe casi como un compendio de documentos históricos y queda sujeto a su interpretación. Una manera de llamar a este tipo de novelas es “novelas de dossier”: libros cuya historia no se cuenta por medio de un narrador, sino por medio de un compilado de documentos. Y claro, esto se vincula a las novelas epistolares, que son un género fundamentado en eso: la compilación de cartas que cuentan una historia.
Más allá de su forma, a mi parecer el libro cabe cómodamente en la categoría de “novela de no-ficción” o “ficción ensayística”, aunque son términos que no están tan ampliamente diseminados. En primera instancia, al centro está la historia de Edith y de su pareja, R. Del amor y las obsesiones que compartieron durante toda una vida y del esfuerzo de R. por salvar la obra de Edith: una colección de fotografías de agonías. La novela es una historia de amor. También es una novela sobre un archivo que corre peligro de perderse. Y como ocurre siempre en la vida, la muerte llega, inevitablemente, a interrumpir. En Archivo agonía la irrupción de la muerte (su representación fotográfica, su posibilidad y su proceso) es lo que abre la puerta a la reflexión ensayística y donde la descripción y reflexión sobre la obra plástica y visual toma el centro. Lo epistolar es en estricto sentido la estrategia narrativa, la estructura. Pero termina siendo la médula de la trama, porque a lo largo del libro nos volvemos testigos de cómo R. intenta convencer a un amigo suyo, el editor Gabriel Fonseca, de que publique un libro con la obra de Edith. Y es así como le envía carta tras carta, intentando cortejarlo al describirle la colección de Edith y mandándole fotocopias de su archivo para lograr convencerlo.
Durante el proceso de escritura me interesaba jugar con la categoría del archivo, no sólo del archivo institucional, sino del archivo íntimo y vernacular, de los archivos del diario, alojados en closets y cajas y cajones y casas, no en universidades o archivos burocráticos de las instituciones o del Estado. Me gusta pensar en las tensiones que existen entre ellos. Como me formé como historiadora y antropóloga, el archivo siempre ha estado al centro de mi quehacer y mi proceso de investigación. Y también me importaba mucho que la materia misma del archivo y el documento se colaran en la historia. No sólo de la manera más obvia, por medio de las imágenes —fotocopias de los cuadernos de trabajo de Edith, que R. manda como anexos a sus cartas a Gabriel— sino como cúmulo de texto e imagen en interacción, alojadas en un archivo imaginario. Es verdad que el libro intenta reventar un poco los límites y las fronteras de los géneros literarios, al contar una historia dentro de todo bastante sencilla. Finalmente, no deja de ser una novela de amor, aunque se cuenta por medio de reflexiones sobre lo que significa acompañar y ver morir a alguien.
BPP: ¿Qué te hizo saltar del ensayo a escribir una primera novela de estas características híbridas, cómo supiste, cómo fue el proceso creativo o intuitivo que te dijo que esto que querías compartir en este caso necesitaba ser novelado?
MA: Originalmente el libro lo imaginé y empecé a trabajar como un compendio de ensayos. Pasé varios años investigando el tema de la fotografía que registra el momento exacto de la muerte. Esto incluyó compilar información sobre casos históricos de registro fotográfico de la agonía, el ejemplo clásico siendo la imagen del monje budhista Thich Quang Duc, quien se prendiera fuego en una calle de Saigón en los años sesenta para protestar. Durante el proceso de varios años de ir trabajando el tema, un día se me aparecieron los personajes. R. en específico, con su personalidad tan única. Y tuve que hacerle caso y seguir el camino que me proponía. Ya en el trayecto de ir transformando la investigación que había hecho y los textos que ya había escrito como ensayos, me di cuenta de que la ficción me permitía un nivel de libertad en la escritura que en el ensayo es mucho más restringido. Y que, por otro lado, podía seguir practicando lo que más me fascina del ensayo: construir digresiones y concatenar ideas y vínculos entre cosas aparentemente inconexas por medio de la reflexión y la pregunta. Pero digamos que a través de la ficción descubrí la magia de la libertad de poder inventar. E inventar cosas en un mundo tan cercado, restringido y violento como el nuestro, me pareció extremadamente liberador. Poco a poco, conforme la novela fue avanzando, lo que quería escribir requería del uso de la segunda persona, por razones técnicas, y así fue como llegué al formato epistolar.
BPP: Los epígrafes de Léger, Woolf y Vicens que elegiste nos avisan sobre el contenido de tu novela, en el caso de Vicens y su legendario El libro vacío, guarda algunas similitudes con la construcción de tu novela: un libro sobre un libro que no existe, que se está construyendo, pero también con el hecho de que hay muchos José García en el mundo cuyos archivos-memorias se perderán sin que nadie las conserve o sin que nadie los haya amado tanto (como R. a Edith) para recuperarlas, ¿qué opinas de esto?
MA: Esos tres epígrafes los imaginé como pedacitos de un enigma, o pistas, algo así como el atisbo en clave de lo que se revela con claridad al final del libro. El epígrafe de Vicens: “Tal vez el estar muriendo sea un rumor que puede no oírse, pero el morir es un silencio que tiene que ser escuchado”, viene de Los años falsos, y se volvió el epígrafe gracias a mi gran amigo y extraordinario novelista Leonardo Teja, quien fue uno de los primeros lectores de la novela. Al comentarla, él me hizo ver la importancia de apuntar a la distinción entre “morir” y el “estar muriendo” y me dio esta referencia que se volvió el epígrafe perfecto. Así como El libro vacío, esta novela es también la historia de un libro inexistente, pero deseado. A veces amado, otras veces detestado. La angustia del proceso de creación, que retrata con tanta fidelidad Vicens en El libro vacío, yo intenté trasladarla a la relación entre creador y editor. Ésta es quizás el aspecto más autobiográfico de Archivo agonía, pues está directamente informado por mi experiencia doble como escritora y editora. Conozco bien las angustias de ambos lados del proceso. De cierta forma hay pedacitos de mí en los esfuerzos de convencimiento de R. y también aspectos de mí en Gabriel, el editor silencioso cuyas respuestas nunca leemos y se han perdido.
BPP: Has hablado de la idea de que un escritor escribe un solo libro durante su vida, repartido en varios libros-capítulos, que se escribe el siguiente libro porque algo se quedó pendiente, inconcluso, en el anterior, ¿qué viene para Marina Azahua escritora, cuál será tu siguiente reto en la escritura, ese pendiente?
MA: Archivo agonía, en su versión más germinal, derivó directamente de temas que habían quedado inexplorados, pero pendientes, en mi segundo libro, Retrato involuntario. Antes de eso, en mi primer libro Ausencia compartida me enfoqué en el análisis visual de obras de arte de múltiples disciplinas, trenzándolas con ensayo literario. Entonces sí, para mí definitivamente hay vasos conductores, ríos subterráneos, que unen a los tres libros. En general hay una preocupación por el vacío, por el hueco, por la ausencia y lo que está presente pero no se ve. El libro que siga —el siguiente capítulo de ese gran único libro, por decirlo de alguna manera— seguramente también será una exploración de muchos de estos temas que me obsesionan: la representación, la fotografía, la muerte, la violencia, el archivo, y especialmente me interesa hoy en día pensar en cómo todos somos archivistas y en cómo y qué significa archivar colectivamente. Disfruté mucho el proceso de trenzar géneros literarios y, aunque siempre seré ensayista de corazón, creo que ya no podré quitarme el gusto por inventar mundos y personajes por medio de la ficción.
Marina Azahua (CDMX, 1983), es escritora, editora, traductora y antropóloga. Cuida textos, propios y ajenos. Su trabajo reflexiona en torno a los gestos archivísticos, las técnicas y políticas de la representación, los efectos de la violencia, y las diversas formas de resistencia colectiva. Escribió los libros de ensayos Ausencia compartida. Treinta ensayos mínimos ante el vacío (FOEM, 2013, 2023) y Retrato involuntario. El acto fotográfico como forma de violencia (Tusquets, 2014). Ha obtenido el Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor y ganadora del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en México.