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jueves, 9 mayo, 2024
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De Mercados aztecas que asombraron al mundo

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

Una de las maravillas que más dejaron absortos a los conquistadores españoles fue presenciar el bullicio, el ordenamiento, la variedad y el multicolor que 60 mil almas día con día se las arreglaban para comerciar en el famoso mercado de Tlatelolco donde desde el afluente de la lagunilla llegaban miles de canos con mercaderías y tributos de cuando menos 5 millones de habitantes de otros pueblos subyugados por el poderoso poderío militar de los tlatoanis mexicas.

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De memoria puedo decir que a lo largo de los años he buscado reinventar en mi entender lo que acontecía: por supuesto que he revisado cientos de fuentes documentales que repasan, vislumbran y cronican el esplendor de la capital azteca y en especial las cifras espectaculares que en el mercado de Tlatelolco acontecía, pero hasta la fecha nadie -excepto yo, y no es soberbia- pueden acercarse a un retrato fiel de esa maravilla que a continuación expongo.

Likad: de entrada, sabemos que la historia del pueblo de Tlatelolco pronto se fusionó con la de los aztecas que llegaron vilipendiados como los falta de aseo y de suerte, y restringidos a los pantanos y las isletas, estos -los aztecas- pronto desarrollarían métodos de avasallar a la naturaleza y convertirla en fuente de su civilización y que propiciaron que  los señoríos de Texcoco, tlacopan y Tenochtitlan se constituyeron contra los déspotas de Azcapotzalco precisamente para iniciar una nueva era en tan asombroso valle.

De tal suerte que en 200 años la maravilla se profundizó: ya superamos que en el mercado de Tlatelolco había los famosos jueces que azotaban o metían a la cárcel a los comerciantes abusivos que querían transar a sus pares o a los compradores, que el estruendo de las lenguas indígenas al unísono eran para el oído extranjero la majestuosidad de una humanidad en ciernes, entre los conquistadores se palmeaban para entender que si era cierto: ya habían estado en Constantinopla, en Turquía, en Grecia, en los esplendores de Italia, pero jamás habían visto tal acontecer como el que ante ellos Tlatelolco exponía.

De manera efectiva resumo y repaso y subrayo y aporto: el mayor centro de comercio real de la gran Mesoamérica fue sin lugar a dudas este lugar donde los llamados pochtecas eran los hacedores comerciantes empresarios y contaban con tribunales donde las diferencias se solucionaban si o si y aquí es donde entra lo maravilloso.

Se sabe que en dicho mercado venían y comerciaban productos de lo más variado, ya las frutas y las verduras, carne de venado, de puma, de liebre y  de conejo, de faisanes y otras aves como el ganso y el pato canadiense, había restaurants donde servían mole rojo, o verde, en molcajetes servían auténticas delicias como el “vuelve a la vida”, camarones y ostiones y pulpo con aguacate, jitomate y chile, tortilla tostada, chocolate y pan de maíz con vainilla y miel: existían las barberías para cortar el pelo o rapar de plano, tiendas de muebles donde las familias podían adquirir camas, literas, sillas, mecedoras, mantas, cobijas: tiendas de ropa, bufandas; casas de masaje, casas de prostitución, baños públicos, saunas, hoteles pa descansar, boticas medicinales con toda clase de ungüentos y yerbas medicinales, peyote, hongos, damiana, tiendas de chicles y golosinas, tiendas de piedras preciosas sin labrar o ya artesanadas, etc.

Destacaban las tiendas de artesanías donde verdaderos maestros y maestras reparaban joyas u ofrecían obras de arte con oro, jade, latón, cobre, mientras que se vendía más adelante carne de tortuga, de tejón, de serpientes, grandes tiendas de zacahuil y tamales con carne humana, bocoles con enchiladas y huitlacoche, amaranto con dulce de chocolate y una gran variedad de especies de toda la nación indígena.

Destaca la vendimia de excrementos humanos para el abono, grandes toneladas para diversos usos, destaca también la venta de esclavos para servicios y hasta para comerlos, había familias que alimentaban muy bien a su esclavo, lo bañaban y -a sabiendas de su destino- lo preparaban ya fallecido en un enorme tamal donde las familias se lo deglutían en medio de pulque y bebidas de peyote.

Había tiendas donde se vendían instrumentos musicales con una gran variedad de tambores, flautas e instrumentos con sonidos de la naturaleza, silbatos con un alcance de alto kilometraje.

Existía pues, el mundo de la maravilla, la conexión y el entusiasmo, el trueque maravilloso, la dureza y la justicia, el extasiarse con colores y sabores, el apetito y el masajeo, la vistosidad, la posibilidad de tener vivas aves del paraíso, tucanes, pericos, flamingos, águilas reales, las plumas más vistosas del quetzal, del faisán dorado y un sinfín de cosas del nuevo mundo salvaje mexicano.

Pronto todo ello fue destruido, inundado, tapiado.

Pronto se llenó de horripilantes escenas que vencieron al pueblo guerrero.

En las escuelas mongolas, chinas, japonesas, rusas y europeas del siglo XIX- y quizás de todo el mundo- se enseñaba a los niños de lo valeroso de los conquistadores españoles y de lo asombroso del pueblo azteca, sus comandos militares, su linaje heredado a la corona española y muchas otras cosas más.

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