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miércoles, 24 abril, 2024
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Sin cultura no hay paz [tampoco justicia, y mucho menos libertad…]

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Por: ÁLVARO LUIS LÓPEZ LIMÓN* •

La Gualdra 556 / Cultura de paz

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Pensar el estado que guarda la sociedad en la que vivimos nos permite formular algunas interrogantes y propósitos. ¿Cómo enfrentar la experiencia desoladora producto de la violencia, el sufrimiento y la injusticia social que hoy fustigan, individual y colectivamente, a la población mundial? ¿Podemos los científicos sociales comunicar –de alguna manera– las experiencias dolorosas de dicha violencia o nos enfrentamos a lo inefable, a lo inenarrable? ¿Será posible tomar conciencia de los cuerpos del dolor y miedo individual y colectivo, producidos por territorios de intimidación, aturdimiento psicológico, terrorismo y devastación económica? En este escenario, ¿tiene algún significado hablar de una cultura para la paz? ¿O es la construcción de una cultura para la paz la condición de posibilidad para el advenimiento de la justicia social? ¿Es posible convertir sus ideas y principios en acciones cotidianas, actos de conciencia individual o quizás en políticas públicas, que reordenen la vida en todos sus aspectos?

Consideramos que sí, aunque sabemos por experiencia que no es fácil dejar de ser espectadores para convertirnos en actores, mucho menos en las condiciones generalizadas de violencia que ya han adquirido carta de ciudadanía y se han adherido como lapa a la crisis sanitaria global (COVID-19) que estamos viviendo, frente a la cual los gobiernos en todo el mundo adoptaron medidas inimaginables: confinamiento global de la población, cierre de fronteras y los efectos previsibles, desaceleración y parálisis de una gran parte de la actividad productiva.

Debemos subrayar que la crisis sanitaria global no ha impedido el rumbo de los conflictos, ni Azerbaiyán y Armenia por Nagorno-Karabaj, en la región etíope de Tigray, en Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Ucrania, o en lugares destacados del espectro mundial, y no se diga en América Latina, la región más violenta del mundo, con tasas de homicidios elevadas y mayor incidencia de violencia urbana, secuestro, la justicia por mano propia y los conflictos ambientales, entre otros.

Frente a este escenario, el camino de nuestros propósitos no es transitable fácilmente; prevenir o transformar conflictos que han engendrado violencia, restaurar la paz, la justicia y la confianza en poblaciones que aún viven o emergen de la guerra, poblaciones enteras que se han quedado hacinadas, campos de refugiados, expulsados de sus hogares, barados en aeropuertos o centrales de autobuses, etc.; ya que recuperar y validar espacios de cohesión social, fortalecimiento de valores, credibilidad y confianza de un tejido social fragmentado requiere de mínimos éticos, tales como honestidad, respeto integral, corresponsabilidad en todas las acciones de la vida cotidiana.

Construir individualmente una vida plena de conciencia, que cultive las prácticas congruentes y actos solidarios es un trabajo lento y minucioso; ya que desvelar lo que subyace a la acción colectiva como mediadora de la incertidumbre social, nos permite edificar un universo simbólico solidario y de sentido en la reconstrucción de la dignidad humana.

Bien valen los esfuerzos, individual y colectivamente, porque sin cultura no hay paz, tampoco hay justicia y mucho menos libertad.

 

*UAEH / UAZ.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra556

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