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viernes, 19 abril, 2024
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Yo también hablo de Rosario…

Historia y Poder

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

Más que un símbolo, una mujer reconocida en las calles más pobres de un México ennegrecido por la mugre y el desaliento, el estado mexicano desapareció a miles porque les incomodaba, porque infundía el terror, la tortura, la cárcel o la desaparición forzada con sus fechorías para desalentar a las organizaciones sociales que peleaban -y lo siguen haciendo- por un estado donde el sacramento sea la libertad sindical, la libre protesta, la reivindicación social del salario justo y el cese de la miseria más horrenda.

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Ha muerto una notable mujer mexicana que a todos nos dio el ejemplo de protestar ante la barbarie: ¡cómo justificar la desaparición de su hijo de apenas 19 años que siendo militante o simpatizante de un grupo guerrillero le fue arrancado de sus manos para nunca más saber de él y en cambio emprender ella toda una vida de lucha para solidarizarse con las otras madres e hijas que ante el aniquilamiento se esforzaron por defender sus ideales, sus causas, sus muchas propuestas ante el desorden de un país patas para arriba, organizado para robar presupuestos, simular justicia, darse la gran vida, perpetuar su desorden organizado.

Rosario Ibarra de Piedra fue un parteaguas para abrir la protesta mexicana ante el mundo de la gran barbarie que las mafias mexicanas que dominaban la vida pública para saciarse de miles de millones de pesos y con ellos darse una vida de lujos y además corromper a la prensa, a jueces y policías, a organizaciones fantasmas o a intelectuales abominables que aceptaron su derrota con una vileza sin parangón y se entregaron de lleno a la mentira, la adulación, la tapadera insensata que tanto nos dañó y quizás para siempre.

Los grupos guerrilleros en México fueron una realidad que se manifestó ante la imposibilidad de entablar por la vía legal un entendimiento ante las atrocidades de las guardias blancas soporte de caciques y latifundistas, de los cuerpos represores de la Dirección Federal de Seguridad que desde la Secretaría de Gobernación imponían el terror, la desaparición y la muerte de luchadores sociales, de una juventud hastiada de soportar represiones, demagogias, regresiones en la lucha partidista.

El Grupo EUREKA de doña Rosario pronto se movilizó en las ciudades más importantes del país para protestar ante el desacato de gobernadores y municipales que abusaban de su poderío para amedrentar a quienes justamente luchaban por mejores condiciones de vida y en cambio se les asesinaba, a los sobrevivientes se les hacinaba en la tortura sistemática, el terror a las familias, el olvido en la noche profunda del desaliento.

Su lucha fue emblemática en el mundo y contribuyó a que se visibilizara a un estado represor como el mexicano que fue de fama mundial por el agandalle por más de 90 años, único en el mundo para dar soporte a una camarilla que envileció la política y la convirtió en instrumento de la simulación para dar paso al pillaje y el soborno y hacer de un selecto grupo de ricachos como los más ostentosos del mundo y con los salarios mínimos más bajos del hemisferio para sus pobres.

Tuve el honor de trabajar con ella coadyuvando con un grupo de teatro y la obra REPRESIÓN en donde en plena hegemonía del terror éramos muy solicitados por la calidad y técnica del montaje en innumerables escenarios donde nuestra protesta fue firme y contundente y aunque siempre nos sentimos amenazados -en honor a la verdad- fui detenido y torturado y enviado a los sótanos de Tlaxcoaque, luego a la federal y de ahí, -ya enfermo- al tenebroso reclusorio norte, para entonces una de las cárceles más grandes del mundo y aunque tan solo estuve 12 días y mi delito era del fuero común, reivindicó -comprobó-esa acción a mis 22 años la fama negra de peligros que cargábamos por la acción cultural tan claridosa y denunciante.

Siempre la quisimos y respetamos como una mexicana inigualable, recuerdo a uno de sus hijos- Carlos- que tartamudeaba de forma inusitada, doctor él, y acudían al Foro Isabelino en la Colonia San Rafael, claustro de los estudiantes rebeldes de la UNAM donde era nuestro refugio y nuestro centro creativo y a la par, portal de la denuncia en donde por temporadas nos intercambiábamos públicos, eventos de gran altura humanística, encuentros políticos y culturales de resonancias milenarias.

Adiós a una gran mujer que quiso ante todo al noble pueblo mexicano y vio y  sintió la entrada de la cuarta trasformación de nuestra patria adolorida y se va con ella -y se queda para siempre-la generación que nos hizo ver al México centenario luchón y vencedor: Heberto Castillo, Valentín Campa, Arnoldo Martínez Verdugo, Demetrio Vallejo y por supuesto a ella, a sus 95 años, llena de honores, de reconocimientos y sobre todo, la admiración de un pueblo que la saluda sin despedirse nunca y la acepta como guía y ejemplo de valentía y de entrega a las causas que tanto nos agobian y fortalecen.

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