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viernes, 29 marzo, 2024
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El olvidado Ávila Camacho y el México que viene

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

La historia del México posrevolucionario tiene claros protagonistas: Calles y Cárdenas los inmediatos; los del régimen hegemónico, sus defectos y virtudes a Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, Díaz Ordaz y de ahí rumbo al presente. Sin embargo, salvo exploraciones profundas de nuestra historia nacional, quedan en relativo olvido figuras que, quizá por su estilo sobrio y equilibrado, no despiertan debates apasionantes y llamativos. Podríamos citar a dos en particular: Manuel Ávila Camacho y Adolfo Ruiz Cortines. En este texto, y siguiendo con las reflexiones que despierta el más reciente texto de la historiadora Soledad Loaeza, titulado A la sombra de la superpotencia. Tres presidentes mexicanos en la Guerra Fría, 1945-1958, editado por el Colegio de México, nos referimos al conocido como el presidente “caballero”, Manuel Ávila Camacho.

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Luego de la administración de altísimo componente social encabezada por el General Cárdenas, fundador del presidencialismo mexicano y forjador de la dinámica corporativista de la participación política, como fórmula para dar continuidad a la formación de instituciones y estabilidad constitucional en el México post Maximato, encabezó esa pirámide en formación que era el sistema hegemónico, Manuel Ávila Camacho, un moderado miembro de la familia revolucionaria. Se quedaría atrás el General Mújica, quien, además de paisano del General Cárdenas, era ideológica y políticamente más cercano y afín.

El texto de Loaeza explora la posición de los presidentes mexicanos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra inmediata, como ya lo explicamos en la anterior entrega, empero no se detiene meramente en la compleja relación de las administraciones de Ávila Camacho, Alemán y Ruiz Cortines con el poderoso vecino del norte, sino que aborda al tiempo, las implicaciones, limitaciones y circunstancias que en ese contexto (el de la relación con Estados Unidos), implicaron para un sistema político en formación. Y en ese aspecto, hay interesantes notas respecto al papel reformador de Manuel Ávila Camacho. Después del agitado sexenio de Lázaro Cárdenas, en el que prevaleció el poder del presidente, frente al intento de imponerse como caudillo Calles, y de un ambicioso programa social, que llevó a la reforma al artículo tercero constitucional, para definir a la educación como “socialista”, por citar un solo ejemplo, la selección del poblano Ávila Camacho, resultaba una respuesta que parecía invitar a un esfuerzo de reconciliación entre el ala más radical de los revolucionarios y el centro. Así pues, el sucesor de Cárdenas pareció esforzarse en ese objetivo, y entabló un diálogo no solo de respeto, sino de inclusión e incluso consulta con los dirigentes del recién fundado Partido Acción Nacional, invitándolos incluso a formar parte de su gabinete. No solo eso, presentó una reforma electoral que recogía muchas de las demandas de la oposición, y buscó darle forma al pluralismo, bipartidista, según la autora, en la fórmula de liberales (ya no revolucionarios) versus conservadores (y no reaccionarios). Finalmente se atrevió a la refundación del partido de la revolución, para sacar del juego electoral al ejército y formalizó esa intención imponiendo a Miguel Alemán Valdés, un civil, al que seguirían, hasta el día de hoy, presidentes sin pertenencia a la milicia.

La reflexión entorno a la historia no es ociosa. Bien se ha dicho que la historia no se repite, pero rima (se atribuye a Mark Twain la cita parafraseada aquí). México optó en libertad por una opción transformadora en 2018, y no hay transformación sin rompimiento, confrontación política y polémica. Sin embargo, peligrosamente nos acercamos muy de vez en cuando en nuestra agenda pública a la polarización. Cabe pensar que sí acaso se supone necesario cierto grado de agitación en la vida pública, y sin duda se requería un giro con sensibilidad social, que pusiera énfasis en la atención a los más vulnerables, en un país en el que campea la desigualdad, una vez rota la inercia, se hace necesaria la estabilidad para que toda transformación se convierta en reforma y encuentre cause social, institucional y constitucional de largo plazo. Ahí, la figura de Ávila Camacho retoma importancia. Luego de la necesaria tormenta política, es prudente la calma que consolide nuevos esquemas, nuevas prácticas, un orden diferente. La sucesión presidencial cada vez se hace más presente entre nosotros. En este sentido, volver a la historia, y a la experiencia de la consolidación de las instituciones en nuestro país, puede darnos pistas, respecto a nuestro álgido (y bienvenido) debate actual. Las conclusiones de esta invitación al análisis le tocan a usted, amable lector.

@CarlosETorres_

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