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jueves, 18 abril, 2024
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El arte de Holbein y el cadáver de Cristo hoy

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Por: Mauro González Luna •

Hablar del cadáver de Cristo en estos tiempos de exaltación del éxito, del placer, del confort, pareciera fuera de lugar; pero no es así. El dolor, el sufrimiento, el abandono, la angustia, la muerte, la derrota, inundan hoy el orbe entero. Ellos recorren de prisa el «salvaje laberinto de los hechos», laceran el rostro desfigurado del mundo frente a la frivolidad de la Nueva Sodoma, frente a la riqueza descomunal de unos pocos, frente al filisteísmo que detesta considerar sagrado el suelo donde hay sufrimiento, como bien dijo Wilde en «De Profundis».

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Y es entonces, ante el cadáver de Cristo, que la persona humana se identifica con el Dios hecho hombre, hecho carne sufriente, vulnerado, como lo ve San Juan de la Cruz; Cristo, víctima por antonomasia, como lo define el último Max Horkheimer, -incluso dicho místico español insinúa que el varón y la mujer son de alguna manera también víctimas-.

Es el Cristo que «no necesita ni de propiedad ni de salud, es Dios que «realiza su perfección a través del dolor», en un acto sublime de amor por los seres humanos, sus amigos. Es entonces cuando la persona humana, de buena voluntad, al identificarse, al contemplar desconcertada el Cristo en la Cruz, el Cristo yaciente en el sepulcro, cree en la divinidad del Nazareno, confirmada luego de tres días con el sello infalible de la Resurrección.

Ninguno ha pintado el cadáver de Cristo como Hans Holbein, el Joven, pintor alemán del Siglo XVI. Se trata del «Cristo Muerto», lienzo de dos metros de largo y treinta centímetros de ancho, pintado en 1521. Pintura de «imponente fuerza trágica y expresividad arrebatadora». A tal grado que el genio de Dostoievski, cuyo cántico de alabanza a Dios pasó por «el fuego de la duda», según sus propias palabras, se detuvo ante ella, contemplándola postrado durante horas en su visita al Museo de Basilea, un memorable 18 de agosto de 1867.

Tal hecho es descrito por la esposa del genio ruso, Anna Grigorievna, así: “Paramos en Basilea para visitar el museo, donde se exhibía un cuadro del que mi marido había oído hablar. Se trataba de un cuadro de Holbein, representado a Cristo tras el inhumano martirio, ya liberado de la cruz y en estado de descomposición. La vista de aquel rostro tumefacto, lleno de heridas sangrientas, era terrible…

«El cuadro hizo una gran impresión a Fiódor Mijáilovich y lo dejó abatido, mientras yo, al no poder resistir por más tiempo, debido a mi debilidad, pasé a otra sala. Cuando regresé…, le hallé aún delante del cuadro, como si estuviese encadenado. En su cara llena de temor leí la misma expresión que había notado más de una vez cuando se acercaba una crisis epiléptica. Entonces lo tomé delicadamente por el brazo, le alejé de la sala y le hice sentar en una banqueta, esperando de un momento a otro la crisis que por fortuna no vino. Fiódor se calmó un poco; pero al salir del museo, insistió en volver a ver una vez más el cuadro. Volvimos”.

Y ahora en pleno Siglo XXI, providencialmente, irrumpe de nuevo la representación del cadáver de Cristo en una obra de arte hiperrealista, fruto del estudio de la Sábana Santa y del genio de artistas españoles -Álvaro Blanco y otros- que la llevaron a cabo. Una obra surgida del abrazo entre historia, arte y ciencia. Desde el 13 de octubre de 2022, se expone en la Catedral de Salamanca, España: es la exposición titulada, The Mystery Man, el “Hombre del Misterio”.

Será una exposición peregrina, pues recorrerá el mundo para que éste contemple el derrumbamiento del Dios hecho carne, cuya fuerza radica en la debilidad, siendo ésta infinitamente más fuerte que la pasajera y mezquina fuerza del mundo. «En la flaqueza se perfecciona la fuerza», dijo el Nazareno que exalta a los humildes y humilla a los soberbios. Es la flaqueza que abre las puertas de la esperanza a los pobres, a los abandonados, a los despreciados y perseguidos por su color o por su Fe, a los migrantes reprimidos, a las mujeres vejadas, a las víctimas sufrientes en esta hora convulsa de la historia. 

Dedico este artículo con afecto y admiración a los valientes migrantes pobres del mundo que huyen del hambre, la violencia y la injusticia, y que se enfrentan a la indiferencia, a la hostilidad y la represión de tantos seres desalmados, amantes del poder, del placer, del confort y de la fuerza.

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