La Gualdra 651 / Cine
Hablar de “lo mejor del año”, es un ejercicio meramente subjetivo, reflejo de los gustos y preferencias de una sola persona. En los casos más afortunados, estos recuentos dan la oportunidad de aproximarse a trabajos de los que tal vez no se tenía conocimiento previo.
Para tal efecto, en esta ocasión hablaré sobre las películas que más disfruté durante 2024 y las razones por las que considero que valen la pena ser mencionada. Primero hablaré sobre el cine hecho dentro de la industria estadunidense, tanto comercial como independiente, para después pasar a los trabajos que nos llegaron desde diferentes partes del mundo.
En el cine hecho dentro de la industria, considero que hubo dos películas destacables por encima del resto: Furiosa: A Mad Max Saga de George Miller y Challengers de Luca Guadagnino. La primera es una reafirmación del australiano como una pieza clave para entender el engranaje en la historia del cine hecho en Hollywood; la segunda es un trabajo que consolida al italiano como uno de los realizadores clave al momento de retratar el deseo y las complejidades de las relaciones humanas.

En el panorama del cine independiente hubo todo tipo de propuestas: desde el absurdo caricaturesco de A different man, estupenda comedia dirigida por Aaron Schimberg, hasta la reivindicación a la nostalgia y la cultura pop lograda por Jane Schoenbrun en I saw the TV Glow; pasando, por último, al naturalismo intimista de Good one, el debut en la dirección de India Donaldson. A mi parecer, los dos trabajos independientes que más sobresalieron el año pasado fueron The brutalist, de Brady Corbet; y Anora, de Sean Baker. La primera, una épica de tres horas y media sobre manipulación, rechazo y persecución; la segunda, una excepcional comedia de ritmo frenético y de tono desinhibido, con un protagónico inmejorable a cargo de Mikey Madison.


En el cine de otras latitudes también hubo una gran variedad de historias por contar. Una de las cineastas más valiosas de Italia es Alice Rohrwacher, quien el año que recién terminó nos otorgó La chimera, una maravillosa historia de realismo mágico sobre la vida, la muerte, la codicia y el amor. Desde Letonia llegó Flow, de Gints Zilbalodis, bellísima animación sin una sola línea de diálogo que plantea un poderoso mensaje sobre compañerismo, empatía y supervivencia. De Rumania se pudo ver la estupenda Do not expect too much from the end of the world, de Radu Jude, una punzante sátira, tan hilarante como desoladora, sobre el fin de los tiempos en el capitalismo tardío. Haciendo una crítica similar, pero con un tono mucho más serio, el japonés Ryusuke Hamaguchi plantea una urgente meditación sobre el progreso del hombre y su relación con la naturaleza en Evil does not exist.


Otros trabajos destacados incluyen The seed of the sacred fig del iraní Mohammad Rasoulof, un urgente thriller que critica la represión perpetrada por las autoridades en su país de origen. All we imagine as light, de Kayal Kapadia, es una mirada a la cotidianeidad de Mumbai, en la India, desde el punto de vista de tres mujeres con diferentes sueños, anhelos y aspiraciones. La Cocina es otro filme que sigue estableciendo a Alonso Ruizpalacios como uno de los cineastas más interesantes dentro del panorama cinematográfico mexicano. Desde Francia llegaron dos cintas que, curiosamente, tienen elementos de ciencia ficción y horror: por un lado, The beast, de Bertrand Bonello, una reflexión sobre las vidas pasadas y las conexiones emocionales en la era digital. Por el otro, la hiperbólica The substance, de Coralie Fargeat, posiblemente el fenómeno pop más emblemático del año.


Es incierto saber qué nos deparará el cine de 2025, pero, si algo me han dejado en claro los últimos 12 meses es que año con año hay películas maravillosas, originales y diversas. Lo importante, a mi parecer, es tener la disposición y voluntad de descubrirlas.