Más a menudo de lo que suele creerse, en México los sueños se hacen realidad, particularmente las pesadillas.
En esas estamos ahora, sólo que a escala nacional, y bastante más allá con el triunfo, en un vecino país, el más poderoso del planeta, de un candidato cuya bandera es el odio hacia nosotros, con amagos de represalias, y aun la guerra incluidos.
No es poca cosa, y sí motivo de preocupación, empero sobre todo de ocupación, y es ahí donde reside nuestro drama: ya que no tenemos hoy, en el ámbito de lo público, manera de ocuparnos de de cuanto nos atañe, pues quienes participan de ese espacio no suelen representarnos en absoluto, y la respuesta del ocupante de la presidencia de la República a la campaña de injurias, medias verdades y calumnias del futuro presidente de los Estados Unidos, resulta confirmatoria de nuestros peores temores: pues felicitar por su triunfo, y aun ofrecer colaboración, a quien te manifiesta su intención de aplastarte sería de risa loca, de no ser enteramente trágico.
Por lo que respecta al ámbito local, precisamente donde se hará sentir primero el efecto Trump, cualquiera que éste sea, pareciera ser que aún no nos enteramos del triunfo del republicano, o bien estamos convencidos de que no cumplirá sus amenazas, esto así probablemente hasta que sea demasiado tarde, y entonces… pues ya para qué.
Para quienes nacimos en los intersticios del siglo pasado, el mundo que conocimos hace un rato se comenzó a despoblar; sólo a finales de la última semana perdimos a dos de nuestros más grandes referentes: Leonard Cohen, quien estetizó nuestras nostalgias aún antes de que las hubiéramos; y Rogelio Naranjo, genial espejo del poder, cuyos reflejos desataran la furia de algunos presidentes… de los de antes.■
