La Gualdra 655 / Literatura / Adelanto Editorial
Por fin, ma, sí que me dejó esperando hoy. Soy yo, su niña. Yo sé, pues, qué milagro que la llamo, pero es que usté no sabe el ritmo de la ciudad. En el rancho, lo más emocionante que sucede es esto, que le llame alguien a alguien, pero acá en la ciudad eso es de todos los días, todas las personas tienen un teléfono en su casa, y estamos en el güirigüiri: ya sabe, chismosa como siempre; hasta hay algo que se llama larga distancia, mamita, nomás que sale bien caro, así que mejor le entro directo al tema. Usté sabe que cuando me fui del rancho le dije que jamás sería como mi apá, borrachazo. ¡Ay!, ¡cuánto disfruté verlo ahí todo caído y muertote en el barranco! Usté me dijo que si me iba a la ciudad me pervertiría, que mi apá se pervirtió acá, por el vino, algo así me dijo. Pero, ma, ¿qué le respondí?, que yo no iba a ser así. ¿Y qué cree? Sigo siendo una mujer hecha y derecha. Ajá, bueno, la verdad es que no me he casado. Tengo que confesarle algo. Usté ya tiene una nieta, se llama Victoria, como su abuela, ¿no le da gusto? Cuatro añotes. Pues sí, no estoy casada, le digo. Pues porque el hombre no quiere. Es que… déjeme le explico, ma, permítame, no hace falta que le rece a Santa Mónica ni nada. Acá en la ciudad, algunas personas no se casan, y el papá de mi hija, pues… Ya vio que le dije que nunca sería como mi apá, que en paz descanse, el desgraciado. Pues no lo soy, pero el papá de Victoria sí lo era. Igualito, mami, se iba a beber caña toda la noche, usaba la camisa igual de abierta con la panza de fuera, y seguro que tenía otras viejas, pero a mí, ¿qué?, porque yo soy como usté, ma, yo, trabaje y trabaje, porque a mi Victoria no le va a faltar nada, a esa niña la voy a hacer enfermera, ya va a ver. Y de usté aprendí esa paciencia, lo que el padrecito llama templanza, pero la verdad es que tuve un límite… no aguanté que me pegara, amá, un día andaba bien pedote y lo vi entrar al cuarto de Victoria cuando estaba bebecita y le dije que a dónde, y nomás se volteó a cachetearme, así como las que mi apá nos daba, ¿se acuerda? No, ma, no estoy injuriando ni levantando falsos: ahora me va a decir que lo estoy inventando. No, yo no invento nada, le juro que mi apá nos agarró a golpes, hasta yo tuve que curarle una herida en la ceja. ¿Cómo no se va a acordar?, si a mí todavía me sabe la sangre como si fuera ayer, y por eso hice lo que hice: ahora resulta que se hace la inocente. El papá de Victoria me hizo lo mismito, por eso estoy segurísima, y por esta, que mi apá sí nos tupió, porque cuando este hombre me agarró del chongo, recordé sus gritos, que usté lloraba como becerrita, y yo también, no crea. Pero no lo dejé porque es bueno o no tan malo como mi apá. Entonces le hablé a mi suegra y ella le ordenó que se fuera a Estados Unidos, allá donde se fue el primo Sotero y nunca regresó, según para que se tranquilizara. La cosa es que el hombre se fue. ¿Ma? ¿Amá? ¿Sigue ahí? ¿Mami? ¿Mami? Ay, pensé que se había cortado. Esto apenas sirve, y yo, con toda la morralla aquí. Le digo que así estuvimos unos meses Victoria y yo, solas. Viera tan inteligenta que es mi niña, bien lista, ya hasta le enseñé unas letras, y a escribir su nombre, pa que no sea como nosotras, que apenas leemos. Ya va, ma, ya va, ma, ¿qué?, ¿a poco no quieres saber de tu nieta? Bueno, pues… El hombre este al principio estaba llame y llame para decirme que me extrañaba y que mis ojos no sé qué: así, igualito a mi apá cuando se ponía romántico. Hablaba con su hija aunque ella no entendía aún muy bien quién es quién. Sólo me conoce a mí y no me gustaría que eso se quedara así. Ya sé que no va a venir a la ciudad para conocerla, sé cómo es usté, aunque llevemos seis años sin vernos, sé cómo es usté, para eso le hablo, pues, porque el hombre este, con el pasar del tiempo, me dejó de llamar y de llamar a su hija. Una compañera del trabajo, la cizañosa, ya sabe, como la tía Clotilde, que en todo se mete, me dijo que de seguro se consiguió a otra, a una güerita, como las de la tele, ma, como la Pinal en la película esa que le hace llorar. Entonces dije: cuernos, y que me puse a buscarlo, pero el manganzón nada me contestaba, y las llamadas eran muy caras, ni podía pagarlas. Me rendí, la verdad. Supuse que, como a mi apá, a este hombre también le metieron el pie frente al barranco del pueblo… acuérdese que el padrecito nos obligó a decir que mi apá se cayó por pedote, él solito. Mejor escúcheme. Yo dije: aprendí una lección, porque el siguiente hombre no va a ser como mi apá ni el papá de Victoria. Sí, ma, otro hombre: no nos tenemos que quedar vestidas de negro toda la vida; si viera cómo se vive acá, usté se me muere, pero se me alegra bailando danzón en el zócalo. Conocí por una vecina a otro hombre, Josué, muy honrado, que no le daba cuscús que tuviera a Victoria: uno hecho y derecho, trabajador, no sé, bien diferente. Y así la llevamos unos meses, el Josué me traía flores a la casa y me decía cosas bien bonitas, hasta jugaba a las muñecas con Victoria, cosa que su papá, jamás. Me sentía feliz, ma, bien feliz, pero un día, que me llama un licenciado diciéndome que el papá de Victoria quiere verme, y yo así de: mira tú, a este no le metieron el pie. Total, que respondí que sí, pero no le dije nada a Josué porque, pues pa qué preocuparlo, ¿no? El lic ese me dijo que me vería en un hotel en el centro, de esos gigantes, como los que salen en la tele con tipos de sombrero. Pues llegué y me quedé ahí sentada un rato esperando: nada, que va saliendo el papá de mi hija, y no, ma, cómo le explico, era otro hombre. Se veía guapo, guapo, así como cuando mi apá se ponía sombrero, la corbata de bolo y perfumadote. Hablaba así medio chueco. Eran, ¿qué?, tres años de no verlo, más o menos. Estaba macizo, panzón, llenito de tanta comida. Me contó cómo era Estados Unidos, de que loncherías en cada esquina y que todo el mundo tiene carros, sí, ma, varios carros, no nomás uno. Yo me hice la enojada, obvio, ni lo pelaba, pero pues… bueno, a la mañana siguiente, después de que nos despertamos, me dijo la verdad. Me dijo que se había casado allá con una güerita. La cizañosa tenía razón, ¿ya vio?, la maldita ponzoña. Y pues resulta que esta güerita no puede tener criaturas, así que regresó a México porque quiere llevarse a Victoria para hacerla gringa y criarla con su esposita. Yo me enojé, pero ahora sí en serio, no como la noche anterior. Estás pero si bien pinche loco, le dije, Victoria es mía y ella se queda conmigo. Me respondió que hasta yo me podía ir con ellos, de que a trabajar de muchacha, pero no, ma, yo no quiero irme para allá, ni hablar inglés sé, ¿y por qué otra señora va a cuidar a mi hija? Le dije que no, ni por toda la mejor vida que haya en ese país. Me fui de su hotel, pero estuvo llame y llame. No le dije nada a Josué, claro, de esa noche que tuve con el papá de mi hija, porque son cosas que suceden. Yo la vi a usté con el primo Aarón después de que mi apá pasara a mejor vida, no crea, la vi, amá, si yo no era tan inocente como usté cree. No pasa nada, ni es grave, no hace falta que llore, no importa eso, no chille, ya, déjeme le cuento porque en verdad estoy en un apuro. Pasaron semanas en las que el papá de Victoria me estuvo llame y llame, pero yo no le contesté nunca. Más o menos ahí me di cuenta de que estaba con encargo. Ay, sí, mamita, otra vez. Y también más o menos ahí me dejó de llamar el papá de Victoria y fue el abogado quien me llamaba. Me decía bien grosero que sabe dónde vivo y que la policía me va a quitar a Victoria. Yo le he dicho que primero me matan pero él sólo se ríe, que qué voy a hacer yo siendo una pobre indita. Bueno, ma, a lo que truena. Le llamo porque le dije a Josué hace unos días que estaba con encargo y se volvió loco, también. Me agarró de las greñas y me azotó contra la pared. Me gritaba que él era estéril, que se había operado y no sé qué. Ay, la verdad es que ya no sabía qué hacer, y dije: cuernos que me quitan a mis hijas. Porque la otra también va a ser niña, va a ver, y se llamará Milagros, porque eso es ella, un milagrito. Entonces, agarré mis chivas, me vine a la estación, y por eso le llamo, ma, pa preguntarle si me puedo esconder en el rancho con usté, porque no quiero tener que meterle el pie al papá de mis hijas como hice con mi apá.
* Cuento incluido en La Tesis de la soledad de Rodrigo Ramírez del Ángel, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2024.