La Gualdra 655 / Cine
László Tóth (Adrien Brody) es un arquitecto judío originario de Hungría, que sobrevive el Holocausto y viaja a Estados Unidos para obtener su propia versión del sueño americano en la llamada “tierra de las oportunidades”. Primero llega a la isla de Manhattan, donde aprecia con gran asombro y emoción la Estatua de la Libertad; posteriormente viaja a Filadelfia, donde es recibido por Attila (Alessandro Nivola), su primo, quien ya se encuentra establecido en el país desde hace un tiempo y está bastante habituado a los modos de vida estadounidenses.
Tiempo después, por azares del destino, László cruzará su camino con Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un acaudalado empresario de la zona quien, al enterarse de los talentos y la reputación del arquitecto en Europa, decide contratar sus servicios para construir un gran centro comunitario que incluya un teatro, un gimnasio, una biblioteca y una capilla. Se trata de una edificación que reúne los ideales del país en un formato arquitectónico.
László accede con enorme entusiasmo ya que dicho trabajo, además de garantizarle una buena paga, también le plantea la posibilidad de reencontrarse con su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y con su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy), ambas sobrevivientes de la guerra y varadas en la frontera de Austria. Entre ambos hombres se entablará una relación de dinámicas complejas, con momentos que van desde la amabilidad hasta las agresiones tanto físicas como psicológicas.
Disfrazada de épica americana o de falsa biopic, The Brutalist (2024) plantea, dentro de su intrincada narrativa y sus apabullantes imágenes, una poderosa reflexión sobre cómo los sentimientos de rechazo y persecución, pueden perpetuar ideologías tan inamovibles e inmensas como las edificaciones que el protagonista se encarga de construir.
Filmada en formato VistaVision y dirigida con enorme maestría por Brady Corbet (The childhood of a leader, 2015; Vox lux, 2018), la cinta retrata, en un largo de tres horas y media (con un intermedio de quince minutos incluido), las décadas que el outsider protagonista le dedica al ambicioso proyecto, asignado por un magnate déspota y opresor, prácticamente una encarnación del establishment capitalista del país vecino. Corbet reflexiona, sin manipulaciones ni efectismos, en torno a la experiencia inmigrante, centrándose en las problemáticas de intolerancia y represión que acarrea consigo. Una represión que puede ser tanto física y emocional, como de índole ideológica y hasta sexual.
La película también pone sobre la mesa cuestiones relacionadas con la individualidad del artista, cómo ésta se puede perder y en algunos casos manipular o hasta reinterpretar para intereses ajenos a los del propio creador. En ese sentido, The Brutalist abraza la grandilocuencia y apunta por el clasicismo de realizadores como Sergio Leone, Francis Ford Coppola y Orson Welles. Aquí hay claras reminiscencias a Once upon a time in America (1984), The Godfather (1972) y Citizen Kane (1941) respectivamente. También hay conexiones evidentes con la obra de Paul Thomas Anderson, tanto en la manipulación ideológica mostrada en The master (2012), como en la ambición gargantuesca retratada en There will be blood (2007).
Al igual que los grandes cineastas que vinieron antes que él, Corbet encuentra en las imágenes en movimiento un capricho tan vano como el del propio brutalismo, pero también reconoce una cualidad imperecedera e inalterable en el mismo. The Brutalist cuestiona la forma en la que estas obras inconmensurables se pueden utilizar para alterar o modificar la realidad, al grado de justificar hasta los actos más repudiables y donde se replican los mismos patrones de violencia. Porque al final, si el destino importa más que el camino, tal vez el único resultado posible para el ser humano sea repetir los mismos errores imperdonables una y otra vez.