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jueves, 27 marzo, 2025
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“Hará un mejor gobierno que el mío”

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Por: Arturo Romo Gutiérrez •

Eso dijo y reiteró Andrés Manuel, el presidente que sentó las bases de la transformación moral y material de México. Nada sencillo fue enfrentar y derrotar la feroz embestida de los poderosos intereses depuestos, que se valían de todos los medios lícitos e ilícitos para detener la marcha del régimen naciente, pero nada ni nadie ha sido capaz de incinerar el espíritu de lucha del pueblo mexicano, en pos de su liberación social y nacional: ni las calamidades provocadas por las groseras e injustas injerencias imperiales, ni las pandemias desgraciadas, ni las trágicas desviaciones del desarrollo nacional.

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En los anales del pasado remoto y del reciente, constan los fracasos de los malignos maquinadores y brillan las realizaciones del espíritu creador, la reciedumbre y la perseverancia de un pueblo decidido a conquistar la cima de su destino histórico.

Grande es la proeza de haber iniciado el proceso de regeneración de la vida nacional sobre el sustento de una revolución de las conciencias y por medios pacíficos y democráticos. Claro está que, como en todo lo que es nuevo, así como hubo aciertos notables, también se incurrió en evidentes equivocaciones, y unas y otras serán objetivamente desveladas, luego del ejercicio de autocrítica que aún está por realizarse.

A partir de logros y desvíos y ahora frente a un nuevo y formidable desafío, cabalmente delineado en renacidas ambiciones imperiales, ha emprendido su quehacer la mandataria Claudia Sheinbaum. Su ejercicio ha sido innovador y visionario, sereno y calculador, sin aspavientos innecesarios, ni verbo grandilocuente. Su desempeño ante el agraviante mandatario estadounidense ha sido el apropiado: paciencia, cabeza fría, y bagaje argumentativo incuestionable; y, en lo interno, están a la vista los logros sobresalientes que ha agregado en materia de seguridad, economía y atención a los grupos vulnerables de la sociedad, todo lo cual le ha atraído el respeto internacional y el cariño desbordado de su pueblo.

Pero los enemigos de la grandeza nacional no cejarán en sus empeños desequilibrantes, y, por ello, se ha de mantener en tensión las energías sociales para desmontar toda tentativa reaccionaria; rodear a nuestra presidenta de solidaridad inteligente y efectiva; cerrar el paso a las malévolas intentonas futuristas, lo mismo promovidas por una derecha infatigable, que por ambiciosos infiltrados; crear las condiciones políticas que son indispensables para hacer a un lado a los lastres heredados, personajes ubicados en posiciones estratégicas empeñados en obturar la libre y diligente realización de su mandato; y transformar el apoyo popular a su gobierno en una fuerza colectiva organizada, pues si es cierto que la institución presidencial tiene un peso sustancial en la orientación de los acontecimientos -como lo acreditan las lecciones magistrales de la historia- es necesario que militen, a su lado, las fuerzas portadoras del cambio histórico: los trabajadores del campo y de la ciudad, manuales e intelectuales, los soldados leales a la Patria y ¿por qué no? los empresarios de filiación nacionalista. 

Es éste el poder incontrastable que ha de consolidar el vasto movimiento de regeneración moral y material de México, ya enraizado en las conciencias de los mexicanos, sin temor alguno a las oligarquías internas ni al imperialismo del exterior.

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