Jonas Tögel investigador y politólogo alemán, en su libro Kognitive Kriegsführung -Guerra Cognitiva-, profundiza este tema, no nuevo, juego de mesa de los estrategas militares, -el poder blando o la guerra cognitiva-.
El poder duro lo constituye la fuerza militar -los tanques, barcos, aviones, submarinos, portaaviones, misiles, antimisiles…-. Mientras que el poder blando, es un conjunto sofisticado de mecanismos de manipulación, que hacen que la sociedad acepte la guerra como algo necesaria e incluso obligada. Comprende técnicas de influencia imperceptibles para el raciocinio, tan efectivas que realmente no tienen resistencia, o no necesitan resistencia; es la forma más avanzada de manipulación que existe hoy en día.
La guerra cognitiva tiene un doble filo, es defensa y es ataque. Los escenarios de guerra militar se perciben siempre como un ataque contra un enemigo. A diferencia. la guerra cognoscitiva es contraintuitiva, es dirigida tanto hacia adentro, como hacia afuera, influyendo tanto en la población propia como en la ajena. Su objetivo es el control. Como defensa, tiene el objetivo de “proteger” a la población para que no tenga ideas “equivocadas”, para que no se deje influenciar por la propaganda de guerra del enemigo, para protegerla de la lucha por los pensamientos y sentimientos que pongan en duda quien es el “enemigo”, para blindarla de la guerra de la información. Como ataque, tiene el objetivo de influir en una población externa; por ejemplo, si se logra que una población extranjera derroque a su propio presidente, ya no es necesario intervenir militarmente en ese país. Este ha sido el objetivo de las revoluciones de colores, la primavera árabe, y el cuestionar las elecciones en Bulgaria, Georgia…
La guerra cognitiva no surgió de la noche a la mañana. Las personas no comenzaron a odiarse y a matarse de un momento en la Primera Guerra Mundial, donde murieron 17 millones de personas. Lo primero fue inculcar ese odio. Para ello se comenzó envenenando los sentimientos y pensamientos de las personas con propaganda, utilizando los medios de comunicación masivo de la época, los periódicos. Ahora no solo se dispone de prensa, como en tiempo de la primera guerra mundial, y radio como en la segunda guerra mundial, y televisión como en la guerra fría, ahora se tiene internet donde cada persona en promedio pasa 7 horas al día en internet siendo bombardeado por imágenes e ilusiones con las que se construye una idea de lo que ocurre en el mundo. Como resultado, con un consumo muy alto de medios y un conocimiento muy detallado de la psique humana, se han intensificado las técnicas de manipulación de última generación, la guerra cognitiva, que se desarrolló a la par de la neuropsicología, y que puso al descubierto que la debilidad del pensamiento humano radica en penetrar en las emociones y sentimientos de las personas.
Edward Louis Bernays, judío de nacionalidad austriaca, -sobrino de Sigmund Freud, de quien aprendió los mecanismos del funcionamiento de la mente humana y del inconsciente, fue el inventor de la teoría de la propaganda, que hoy en día son pilares de la sociedad de consumo e instrumentos de manipulación que nos induce a comprar cosas que, en verdad, no necesitamos. En 1928 publicó el libro Propaganda, donde Bernays explica cómo conseguir que las personas se comporten de manera determinada a través de la vinculación de sus emociones. El éxito de su teoría se demostró en la inducción de las mujeres a fumar, en la introducción del tocino en los desayunos americanos, y en la inducción del alistamiento en el ejercito norteamericano. Su técnica se extendió a la política y la adoptó el nazismo y por esto Bernays, cambio el nombre de “propaganda” por el de “relaciones públicas”.
A partir de ahí, a los estrategas militares se les ocurrió utilizar la alta psicología y en particular el conocimiento de la psique humana como mecanismo de manipulación. Y así se explica, que, en el mundo occidental, la guerra se vea como necesaria, incluso que en una gran parte de la población no le tema a la guerra. La guerra cognitiva, siempre busca la aprobación de cosas bélicas, y lo logra. Utiliza clichés ideológicos, tan ambiguos como contradictorios, a lo que se le llama hegemonía interpretativa. Hasta antes del fin de la guerra fría, el cliché ideológico era la guerra contra el comunismo, tras la caída del muro de Berlín, fue la guerra contra el terrorismo, y ahora, que los líderes y los medios occidentales son amigos de los terroristas en Siria, y de los genocidas y expansionistas israelíes, el cliché es simplemente la ruso-fobia; haciendo caso omiso de que lo que combate la OTAN es justamente lo que practica.
La guerra no tiene nada de democrático, ni de racional. Es un juego de mesa que practican los estrategas militares, sin escrúpulo de cuántas vidas sean exterminadas y cuanto territorio sea destruido, y donde la mesa es el planeta entero. Y raro es que la población sepa esto y lo cuestione; y justamente eso demuestra la eficiencia de la guerra cognitiva. Las técnicas de manipulación son un telón frente a la opinión pública, construido por decenas de miles de empleados de relaciones públicas del pentágono dedicados a crear cuentas, crear mensajes exageradamente simples, para que sean fáciles de asimilar por la psicología social. Ellos aprovechan la parte emocional del pensamiento, que por naturaleza es inmediatista y elude el aspecto racional y humano.
Y paradójicamente en el mundo occidental es muy generalizado el haber mordido el anzuelo. Y los primeros de ellos, consciente, o inconscientemente han sido los líderes europeos.
A todos nos cuesta mucho deshacernos de una idea que tenemos arraigada. Hay en psicología algo que se llama el sesgo de confirmación que dice que todos estamos constituidos de tal manera que filtramos la información nueva que recibimos, nos preguntamos si la nueva información se ajusta a lo que ya sabemos o si la contradice. Si se ajusta a lo que ya sabemos entonces lo aceptamos y creemos que hemos aprendido algo nuevo. Si contradice lo que ya sabemos hay la tendencia natural a rechazar y bloquear esa nueva información. Se aplica la ley del mínimo esfuerzo; porque implica mayor esfuerzo analizar una nueva situación y confrontarla con nuestro pensamiento. Es completamente improbable o nada frecuente tener la disponibilidad de decir, «ahora voy a dejarme convencer fácilmente de lo contrario que pensaba ayer». Normalmente ocurre lo contrario, uno cree que lo que sabe es lo correcto y, al contrario, opone una enorme resistencia a aceptar algo nuevo. Y esto lo conoce perfectamente y lo explota quien domina la guerra cognitiva y nos domina a todos.
Según Albert Einstein “Es más fácil desintegra un átomo, que un prejuicio”. Y, desgraciadamente, los prejuicios rigen la psicología social por encima de la racionalidad.