Profunda consternación ha ocasionado el fallecimiento de Héctor Castanedo Quirarte en amplios sectores de la población zacatecana y se pueden decir muchas palabras de aliento a sus familiares y amigos, a su pueblo mismo y hay nacimientos que fueron muy esperados para el advenimiento de regocijos y el crecimiento de las familias y despedidas que calan hondo, muy a pesar de un tiempo que nos acostumbró a que la muerte es quizá lo más natural en un mundo de epidemias y de guerras y catástrofes ecológicas.
Se le podrá poner el mote de maestro, arquitecto, delegado, compañero, jefe, lo cierto es que Héctor pronto descolló desde muy joven como un apasionado de la arquitectura popular y de las estructuras sagradas de la construcción ancestral de los zacatecanos, encontrar las políticas afables que le dieran entrada a una nueva visión y de práctica concreta que impidiera el desorden urbano, la crisis de los colores, la indolencia ante las fisonomías urbanas cambiantes y sin una estrategia de gobierno y esa fue su virtud, aglomerar, coincidir, expandir y madurar, encontrar el elemento crucial para una nueva visión sin contratiempos, defender el patrimonio histórico.
Dueño de una vasta carrera y de premios y distinciones y nombramientos, el Maestro Héctor deja entre su admirable trayectoria a toda una generación que supo de su entrega y lo trató de cerquitas: Arturo Burciaga, Lupita Marchant, Bernardo del Hoyo y muchas y muchos más que supieron de sus facultades para dirigir y ser admirado porque supo aprovechar las oportunidades y decidirse a la equidad, el equilibrio, el interés público y que Zacatecas fuese nombrada patrimonio cultural de la humanidad.
Adiós a un gran hombre, un preservador de la imagen querida de los zacatecanos, un testimonio de seriedad, servicio público y eterna enseñanza.