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viernes, 19 abril, 2024
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La literatura que no existió

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Hice cuentas de los años. Y en la memoria, tal y como en algunas ocasiones aconsejaba Julio Cortázar se podía hacer una segunda lectura de los libros, repasé también las propuestas. Recuerdo que, en su momento, me las compartieron por PDF y que puse en ellas toda la atención porque lo que esperaban de mí era un juicio literario severo, un dictamen (y hasta la fecha he elaborado más de veinte dictámenes literarios), una luz de un mediano faro que les motivase a continuar o a desistir. Porque en esto de la literatura sólo queda ser honesto contigo mismo y si escribes un libro que tiene más de dos críticas en contra tienes dos opciones: o te esmeras en reparar esos puntos que te señalan como deficientes en la estructura general (sin importar el género literario del que se trate) o te das por vencido, pasas página, dejas la obra literaria reposar unos cuantos años y no la vuelves a sacar de ese cajón hasta que realmente te sientas preparado y capaz para afrontar las críticas literarias que en su momento te hicieron generosas amistades. Y hay que ser autocríticos. Son muchos los casos de autores que publican porque cuentan con recursos económicos y pagan la edición de su libro. Y eso es lo más fácil, se los aseguro. Cualquier editorial independiente, y en ocasiones hasta las editoriales comerciales, aceptará publicar tu libro sin hacerte el menos señalamiento respecto a tu propuesta literaria. Se entiende que lo suyo es hacer negocio a costa de aquellos despistados y vanidosos que antes que escribir bien y poseer una propuesta literaria sólida prefieren desprenderse de unos cuantos (dudo que sean unos cuantos) billetes de su honrosa cuenta bancaria. Total, ni la suegra, ni la abuelita, ni la mamá van a notar los fallos de esa propuesta; y se entiende porque en la mayoría de las ocasiones, y me ha tocado saberlo, ni siquiera se dan a la tarea de leer el libro del pariente que tiene dinero y aparte es el intelectual de la familia, el que sí aprendió a leer. Me parece que la autocrítica es casi una sesión de psicoanálisis con tu propuesta literaria. Tiene que ver con juzgar con la misma capacidad y los mismos parámetros literarios con los que juzgas al vecino de enfrente. Pero no solo eso: la autocrítica te conduce por vericuetos donde es muy fácil caer en la tentación de la vanidad o donde, por el contrario, doblas las manos y aceptas que no puedes con esa propuesta, que supera tus capacidades literarias y que aún tienes una extraordinaria oportunidad: entrenar todos los días antes de volverte a subir al ring. Otra sería la historia de la mesa de novedades de nuestras librerías, se los aseguro. 

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Y las propuestas a las que me refiero no sólo se habían subido al ring sino que habían salido victoriosas en la contienda. Tampoco se trata de magia y de aparecer conejos de la chistera mientras se saca un billete de a cien de la oreja del niño que tenemos enfrente. Las grandes obras literarias lo son porque fueron no solo pensadas y repensadas sino porque había una predisposición para la escritura, un conocerse a sí mismo y a su entorno social a través de sus mecanismos, un tener una historia que contar, en el caso de la narrativa, y reconocer de antemano que esa historia no tiene nada de nuevo, pero que difícilmente alguien más la pudo contar. Ahí está una de las claves de las grandes obras literarias y los grandes monstruos de la literatura universal. Lo demás, se los aseguro, es un trabajo de todos los días, es una disciplina casi de corte marcial para lo que ha encontrado uno como pasión en este breve paso por la vida. Trabajo y más trabajo. Hay que ser plenamente conscientes de ello.

Eran cinco propuestas entre novelas, libros de cuentos y poemarios. Una de ellas, una autora destacada en su propuesta narrativa, la pensaba meter a un concurso que organiza una famosa librería de primera novela. En ese momento, días antes del resultado del concurso, yo habría apostado todos mis billetes a ese caballo, y sin embargo ni siquiera figuró en la lista de finalista. Nada. Cero. Luego esta misma autora me había comentado que ya tenía apalabrado el prólogo o la introducción a su libro por parte de un reconocido autor de Guadalajara (de hecho eran paisanos). Le propuse sacar una nota de su novela y de ella en el periódico y me hizo el feo. Señaló, entonces, que ya había hablado con fulanito de tal y que este había prometido no solo escribir la introducción sino apoyarla e incluso recomendarla con su editor y con su editorial, una de las más importantes de México. Esta historia ocurrió hace cinco años y hasta la fecha nunca supe qué pasó con la novela. Claro que en mi ignorancia tal vez ya hasta se había publicado y yo ni por enterado; tampoco es que se pueda leer todo lo que se publica, es una tarea imposible. Entonces busqué en Internet y nada, ni rastro de la novela, mucho menos de su autora. Ella hasta la fecha, si las cuenta no me fallan, es joven aún y quizás me adelanto, no tengo una bola de cristal para adivinar el futuro. 

Una de las propuestas, que no mencioné, por cierto, era la de un autor ya no tan joven que ya había publicado dos o tres libros, uno de ellos con muy buena recepción por parte de la crítica. La sola historia de este autor valdría la pena para una serie de Netflix sino fuese porque es una historia que parece hecha con el molde con la que han hecho cientos de historias en el medio cultural: un hijo de familia que a temprana edad renegó de la escuela, un muchachito que leía todo lo que cayera en sus manos (incluso en inglés, porque lo leía y lo hablaba muy bien), que un buen día decidió salir de su pueblo, ubicado al norte del país, e irse a la ciudad de los palacios a probar suerte; una vez ahí pasó todas las penurias económicas que ustedes se pueden imaginar, y ya por esas fechas, en la que tuve la oportunidad de conocerlo y de leer su propuesta, pasaba feroces temporadas de hambre. La propuesta era muy superior a todo lo que yo conocía en esos momentos de la literatura mexicana. Contundencia, estructuras sólidas, personajes bien construidos, y una trama hasta atrevida en cuanto a temáticas en ese momento. 

La novela se publicó en una editorial más o menos de renombre y no solo le abrió la puerta a ese autor para publicar en una editorial comercial de las más importantes de Mexico: fue el inicio del camino de un éxito fracasado. El autor obtuvo la beca del Sistema Nacional de Creadores, porque ya no era un jovencito y ya había gozado de los privilegios de la beca del entonces FONCA (hasta ahora no sé si sigue existiendo) y entonces sí, no es que comiera en los mejores restaurantes de la ciudad, claro está, pero recuerdo que hasta se trajo a su pareja a vivir con él y ya hasta tenían tres latosos gatitos que siempre presumía en Facebook. 

Pasaron unos dos o tres años y de este autor no se volvió a saber nada. Tampoco es que hubiese dejado de escribir y decidiese enclaustrarse en el silencio y en el anonimato (otra historia muy choteada). Claro que sacó una novela más que tenía una mediana calidad, y al año siguiente, o a los dos, no recuerdo con claridad, sacó una novela que fue un auténtico fracaso desde el título hasta la propia historia. A partir de ahí ya no supe más de este autor. Y con esto quiero concluir: la historia de la literatura mexicana del siglo XXI tiene túneles por donde transitan escritores que no lo fueron, editoriales que se extinguieron y propuestas literarias que jamás volvieron a existir más allá de aparecer en las computadoras de los autores, ahí donde seres grises seguirán corrigiendo y editando esa obra hasta el fin de los tiempos, cuando el Apocalipsis les dicta la hora de partir. Y creo que se irán muy orgullosos, porque, a fin de cuentas, reconocen, hay otro tipo de literatura y es la imposible, la que no existió.     

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