La Gualdra 638 / Dossier / Truman Capote 100 Años
Truman Capote encarna diferentes personas en una sola.
Es el self-made man surgido de la pobreza más abyecta hasta las riquezas más fabulosas; es el hijo del sur rezagado de Estados Unidos que conquistó las altas torres de acero y cristal neoyorquinas; el escritor precoz y polifacético, creador de una nueva prosa y de un nuevo estilo; el narrador promesa del gótico sureño en sus primeros triunfos y aquél de la novela de no ficción y el true-crime; el bien portado ciudadano estilo Dr. Jekyll que esconde en su alma al vicioso Mr. Hyde de los finales fatales; el amigo entrañable, el alma de la fiesta y confidente de la socialité, y a su vez el cobarde que traicionó los más íntimos secretos de los ricos y famosos en las revistas de lectura popular.
Su vida se ha analizado ya bastante desde lo familiar, de cómo sus primeros años lo convirtieron en un niño taciturno ante la ausencia del padre y sobre todo de una madre que encadenaba amantes y enfrentaba sus propios demonios; de cómo terminó al cuidado de tres tías abuelas o de cómo no logró amistarse con los chicos del internado donde finalmente su madre lo inscribió. Desde la psicología se podrían hacer sendas disertaciones de cómo todos esos factores y circunstancias conformaron un ser de personalidad cohibida, su voz de canario y su marco exiguo casi como el reflejo exterior de un interior atormentado. Y de sus obras también se ha vertido tinta sobre páginas blancas o expuesto en coloquios de la academia sesuda.
Pero quizá hay un tema fundamental que ha sido relegado o apenas intuido por sus lectores y estudiosos. Y es también, me parece, la clave última para penetrar el misterio que lo rodea.
El propio Truman lo afirmaba sin ambages: toda literatura es chisme.
Los ejemplos abundan en occidente, los libros bíblicos de Esther y Ruth, el comadreo en los personajes femeninos de Austen en Emma o el prejuicio que destruye al amor en Orgullo y prejuicio; la charla de la señora Cadwallader en Middlemarch de Eliot, las habladurías en Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, las acciones de Marsay en la novela de Balzac o de Lockwood, el casero de Heathcliff, en Cumbres borrascosas.
En el caso de Capote, el chisme figura prominentemente en su última e inacabada novela Plegarias respondidas, de la que se publicaron tres extensos pasajes en la revista Esquire y que le valieron el rechazo de todas sus amistades previas.
Aquí, Truman, en la cima de su éxito social y literario, se propuso crear la versión estadounidense de otra gran novela del chisme: En busca del tiempo perdido. Si Proust había logrado un retrato intimista de la sociedad parisina en tiempos de la bella época, un estudio de cómo el cambio de siglo y las tecnologías nuevas quebrantaban el orden social y las familias de abolengo sucumbían ante los nuevos ricos, Capote escribiría a su vez un mosaico de la alta sociedad de su época, sus virtudes y vicios, y retrataría a los poderosos que controlaban el mundo como nunca nadie antes había hecho.
Su editor le advirtió, al leer las primeras entregas del manuscrito, que de publicarlos le acarrearían la ruina. Truman, ensimismado en sus glorias y en el poder de su prosa, vaticinó erróneamente que los aludidos no se reconocerían en el escrito.
El texto más polémico, titulado La costa vasca por el famoso restaurante francés que frecuentaba, fue la bomba de chismorreo que le explotó en las manos y en la cara. Sus amigas de alcurnia, sus cisnes como las llamaba, donde figuraba la esposa del dueño de la CBS o la hermana menor de Jacqueline Kennedy, huyeron horrorizadas de su lado. Ann Woodward se suicidó tres días antes de la publicación del texto y su cisne favorito, Babe Paley, varias veces nombrada la mujer más elegante del país, murió de cáncer de pulmón un año después sin jamás dirigirle la palabra otra vez.
Tras esto, Capote se hundió más en el alcoholismo y falleció un año antes de su aniversario sesenta en el ostracismo más profundo.
Sin embargo, este proyecto literario no fue el único que tomó al cotilleo como mecánica de creación. Su obra maestra, A sangre fría, inició como una noticia que leyó en el New York Times una mañana mientras bebía el café.
Capote se interesó tanto en el multihomicidio de una familia de Kansas, la muerte como obsesión chismosa por excelencia, que durante seis años entrevistó un sinnúmero de veces a los asesinos encerrados en prisión. No fue una investigación periodística, sino la forja de una narración que se propuso diseccionar las raíces del mal desde el corazón de las tinieblas. Y estos desalmados condenados a la horca tampoco sabrían que sus confidencias algún día serían la trama del gran libro del autor.
Anteriormente, la noveleta Desayuno en Tiffany inicia con la conversación intempestiva, un chisme de bar, entre el narrador y otro sobre un tercero, uno de los personajes más icónicos de la literatura estadounidense: Holly Golightly.
La charla les descubre que ninguno de los dos, aunque sus confidentes en el pasado, nunca realmente la conocieron a cabalidad. Y el lector tampoco sabrá entonces de Holly más que de las indiscreciones que de ella se dicen.
En su primera novela, Otras voces otros cuartos, igualmente los rumores desvelan y velan la verdad. El niño en busca de un padre del que sólo conoce historias y chismes y que se revela mudo y mancillado, la familia guardando secretos que sin embargo todos esparcen, la homosexualidad nunca declarada, pero evidente a la luz del sol. O también en su primer cuento publicado, “Miriam”, donde un fantasma no hace sino exhibir la vida privada de la protagonista que enloquece lentamente.
Capote, en uno de sus últimos momentos de lucidez, justificó el chisme porque en su manos se volvía arte. A pregunta expresa respondió: “Soy un gran creador y el chisme simplemente es barro”.
Daniel SanMateo. Filósofo por Paris IV Sorbonne, autor de Luciérnagas en el desierto, 2012; Nunca más serás tan joven como ahora, 2017, entre otros. En 2023 ganó el Premio LIJ-UAEMex por Zo piloto.