Josefina Domínguez Martínez hizo de su negocio una manifestación de cultura y dedicación. Con 15 años de experiencia en la venta de dulces y artículos para festividades, su puesto en el bullicioso Centro de Zacatecas, se convirtió en un símbolo de la riqueza cultural que definía a esta ciudad.
Desde el inicio de su aventura emprendedora, Josefina trabajó incansablemente junto a su familia. “Somos nosotros, mi esposo y mi hijo me ayudan”, comentó con una sonrisa. Su local no era solo un punto de venta, sino un espacio donde la familia se unía para celebrar cada festividad que se presentaba a lo largo del año. Aunque el negocio era pequeño, la pasión de Josefina por lo que hacía era inmensa. “Vendemos durante todas las temporadas”, explicaba, y mencionaba que, aunque su oferta principal eran semillas y luz, durante fechas especiales como el Día de Muertos y el Día de las Madres, sus productos se adaptaban a las tradiciones de cada celebración.
Con el Día de Muertos a la vuelta de la esquina, Josefina se preparaba para una de las temporadas más esperadas del año con su puesto en la Plaza Bicentenario. “Lo que más vendemos son las calaveritas de azúcar y de chocolate”, señalaba, mientras describía con entusiasmo los adornos que formaban parte de los altares levantados en honor a los seres queridos que habían partido. Las coronitas y tumbitas de azúcar glass, así como el colorido papel picado, eran esenciales para quienes buscaban rendir homenaje a sus ancestros.
Sin embargo, no todo lo que ofrecía en su local era adquirido. Josefina también se sentía orgullosa de confeccionar diademas para las catrinas. “Esas las hago yo, son de tela de raso”, decía con satisfacción, reflejando su compromiso no solo con su negocio, sino con la tradición que representaba.
A pesar de su amor por lo que hace, Josefina no podía ignorar las dificultades que había enfrentado en los últimos años. “La verdad, ahorita ya está bien difícil”, confesaba con un tono de preocupación. La disminución del turismo en Zacatecas impactó su negocio, haciendo que las ventas fueran más inciertas. “Ya no viene tanto turismo, o no sé qué está pasando”, se preguntaba, añadiendo que, a pesar de tener mucho dulce para esas fechas, la situación económica había llevado a que su venta fuera más bien para “sobrevivir al día”.
“Ahora ya no hay ninguna festividad que me genere más ganancias”, lamentaba, reflejando un sentimiento compartido por muchos comerciantes que dependían de la estacionalidad para mantener sus negocios a flote. “Todo es lo que se va saliendo”, decía, mientras mostraba con orgullo los productos que adornaban su puesto.
El puesto de Josefina no es solo un lugar de venta; es un espacio donde las memorias de los muertos se entrelazan con las esperanzas de los vivos. Cada año, cuando el Día de Muertos se aproxima, su local se convierte en un punto de encuentro para quienes buscan honrar a sus seres queridos. A través de su trabajo, Josefina no solo sostiene a su familia; también se convierte en un puente entre el pasado y el presente, recordando a todos que las tradiciones son el alma de nuestra identidad.
Mientras los colores del papel picado ondean en el aire y las calaveritas brillan en el mostrador, Josefina Domínguez Martínez sigue firme en su labor. Con cada producto que vende, no solo comparte dulces, sino también la esencia de una cultura que se niega a desvanecerse, a pesar de los desafíos que se presenten.