9.8 C
Zacatecas
viernes, 19 abril, 2024
spot_img

La muerte en la tradición y en nuestra integridad humana

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Vivimos momentos de nostalgia, de llanto y de dolor. La celebración de Día de Muertos es apenas un respiro en una sociedad lastimada por la pérdida de seres queridos por enfermedad o por violencia, ante el agobio de la inseguridad que no cesa y que se percibe en casi todos los puntos cardinales del país.

- Publicidad -

En tierra adentro, las heridas se marcan como sello indeleble y sólo nos queda como refugio nutricio, la familia, su necesidad de fortalecimiento como sistema medular, seguido del apego a nuestra cultura que, en estas fechas, hace un despliegue de las tradiciones que emanan de la cultura espiritual, y que, como medio de proximidad, es legitimada por la comunidad, donde la convivencia es hoy el gran desafío de la política social.

México es una nación fuerte y extraordinaria, que a pesar de su problemática multifactorial, se aferra a su riqueza cultural como medicina insustituible que necesita para fomentar positivamente, la auto y heteropercepción de la identidad individual dentro de la pluralidad que prevalece y que ante esa diversidad, su pueblo enriquece la esencia del rostro propio y de su ser.

Para fortuna nuestra, la práctica cultural se visualiza en forma constante en calles, barrios, pueblos y ciudades porque además del empleo, oficios, seguridad, salud, la cultura, a través de la investigación, sensibilización, apreciación, animación y difusión artística, es un punto troncal de la política pública que promueve el desarrollo, aunado a los heroicos esfuerzos de la ciudadanía por mantener vivas sus tradiciones.

En el Día de Muertos, la nación mexicana es un campo florido de cempasúchil, junto a velas y veladoras, plañideros en camposantos, rezos y suspiros atravesados por la tristeza, sin olvidar que la pena se adereza con la gastronomía de cada región, camote con piloncillo, guayaba y anís; tamales, barbacoa, pozole, carne en chile colorado, caldo de res, pescado y el pan de muerto, como protagonista principal.

Titilan como estrellas ardientes, los altares, los marcos en las puertas de negocios y edificios gubernamentales, así como cielos colgantes de papel picado en las calles, y en los mercados y tianguis tradicionales, observamos la venta de dulce de alfeñique, calaveritas, ataúdes, catrines, gallinitas, cerdos, melcochas y lagrimitas de azúcar y chocolate.

Se suma la algarabía colorida de bebidas espirituosas, atoles y ponches que aligeran la culpa y la condena de vivir frente a los que han muerto, lo que es una contradicción, quizá con una explicación psicoanalítica, pero que, a la luz de la cultura, se vive con alegría y esperanza, sin importar el tormento; con pasión agridulce, humor e ironía.

Para México, la muerte es compañera inseparable, se le trata con sorna, burla e irreverencia, se baila y se come con ella, al fin y al cabo que para muchos es muy corta la vida y habrá que vivirla con prisa y con gozo, pero así sentimos y vivimos, mientras no se trate de nuestra propia muerte, sabiendo que somos presas de una oculta agonía que disfrazamos con disimulo y aceptación forzada.

La vida es una mascarada apabullante, terrible, marcada por la complejidad de un nuevo siglo que no alcanzamos a comprender y cuyo sentimiento de soledad nos genera una orfandad indescriptible donde todos somos sospechosos de ser sospechosos y la muerte es un camino misterioso que habremos de transitar en un acto de absoluta justicia porque todos habremos de morir.

Lejos quedaron los días de guardar, de reflexión interior, de necesario apostolado por la humildad, ejemplaridad, compasión, solidaridad, dignidad, lealtad y el respeto por los otros, incluyendo el derecho inviolable de sus vidas, frente a una espiritualidad que se corrompe.

Por ello, la cultura es un amplio sendero al conocimiento, a la libertad creativa propia y ajena; de algún modo es un efectivo medio de reconciliación y de afirmación de lo que cada persona es que permite delimitar y afianzar nuestro lugar en el mundo.

Zacatecas, enclave estratégico del Virreinato por la riqueza de sus minas, fue lugar propicio para las piras o túmulos funerarios, esculturas ricamente adornadas que correspondieron al poder adquisitivo de los deudos de familias prominentes y aunque sigue siendo un rasgo de discriminación entre pobres y ricos, la costumbre de elaborarlos desapareció, para adoptar el altar de muertos, predominando hasta nuestros días, la visita al panteón, adornar con flores las tumbas, rezar, comer y llevar música para convivir en familia; asimismo, se pide el “muerto” en grupos de niños y adultos disfrazados que en forma de juego “bendicen” o “maldicen” los lugares que visitan, y que les dan o no “comidita”.

En este sentido, sin importar las muchas situaciones de pérdida y dolor inexplicables de muchas personas y familias, sus pueblos se mantienen apegados a sus costumbres, fieles a la solemnidad del ritual, porque saben del valor de la tradición, su legado, quizá el único que nadie puede arrebatarles, dado que gravita en el corazón mismo de sus creencias y su razón de ser.

Finalmente, día tras día, la muerte nos acecha, y en tanto no nos sorprenda con su gélido índice, disfrutemos en familia, los instantes dulces y amargos que la vida nos regala, sin perder de vista la defensa de nuestra riqueza cultural, la más poderosa fuerza para reanimar el tejido social, y urge que seamos firmes en este propósito porque simboliza la preservar la vida de nuestras comunidades.  

Una oración para nuestros queridos muertos, que el llanto estalle y culmine en una alegre expiación y amor por la vida.

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -