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miércoles, 24 abril, 2024
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Las hojas otoñales

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Por: Víctor Manuel Chávez Ríos •

La Gualdra 549 / Emilio Carrasco / Río de Palabras

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“…Y entonces una chispa más y las

neuronas enloquecidas no desean

continuar, pero unas gotas espesas las

empujan y no hay escape…).

David Ojeda: Las condiciones de la Guerra.

 

Cuando termina septiembre es una época de cambios para mí, además de que es mi cumpleaños, llega el otoño con la caída inminente de las hojas, antes sentía que el incipiente otoño auguraba la mejor época del año con el frescor de su viento y sus tardes nubladas, el festejo de nacimiento de Joaquín Cosío y de Emilio Carrasco el 4 de octubre, pero después, paradójicamente, el 9 es el aniversario de la partida del reverendo David Ojeda.

Después de haber sufrido recientemente un infarto y al estar en recuperación tras una serie de intervenciones quirúrgicas a lo largo de un año, me es muy importante recordar a mis amigos y recuperar la memoria de todos ellos. Me he transformado en una especie de mímesis del personaje principal de la novela de Umberto Eco La misteriosa flama de la reina Luana. Con ellos, Cosío, mi Sensei Ojeda, igual que con Gerardo del Río, Armando Adame, Alejandro García y Luis Humberto Crosthwaite, ellos amigos de verdad, a pesar del tiempo y la distancia comparten conmigo el interés por la creación artística, la literatura, el cine. Pero hoy gracias a mis memorias con ellos voy recobrando mi ser, este otoño me llega a la memoria el recuerdo nítido de Emilio Carrasco.

Conocí a Emilio Carrasco en septiembre de 1986 cuando iniciamos juntos la construcción de la Dirección de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Zacatecas, una dirección muy incipiente en ese entonces. Un día llegué para colaborar en la redacción, invitado de David Ojeda Álvarez, mi maestro en el Taller de Creación Literaria, para apoyar en la cuestión de redacción. Ahí fue donde conocí a un pintor de baja estatura, pero con un enorme corazón al que llamaban Emilio, a secas. En poco tiempo, Emilio y yo nos hicimos muy cercanos pues había tardes enteras en las que solamente estábamos él y yo esperando alguna noticia sobre el acontecer universitario para redactar un boletín o trabajar en el periódico mural El rebote, un diseño muy singular de Emilio que elaboraba muy artesanalmente con las únicas herramientas de unos esténciles y un mimeógrafo.

Recuerdo que en algún momento, mientras yo escribía en la máquina Remington, que tanto me encantaba, Emilio me preguntó qué estaba trabajando, conociendo bien mi proclividad y necesidad por la escritura de cuentos, le dije que era un cuento, Emilio me pidió que se lo platicara; empecé a decirle que era acerca de un guarda casa de un teatro quien, cuando las bailarinas entraban al escenario a ensayar, se escondía entre la escenografía para verlas bailar porque, de alguna manera, esta actividad voyerista le hacía sentir vitalidad a su cuerpo, a pesar de que era un hombre de más de 70 años. Mientras narraba el cuento, Emilio comenzó a bosquejar algo en su cuaderno de dibujo.

Cuando terminé el cuento, Emilio me propuso un trato: “Voy a hacer de este bosquejo un cuadro, y mi pintura va a parar en ninguna pared que no sea la tuya, ni tu cuento va a ir a parar a ninguna publicación. Así, vamos a intercambiar un cuento por una pintura”. Recuerdo muy bien lo que me dijo: “Yo tendré un cuento tuyo inédito y tú tendrás una pintura que jamás se integrará en mis exposiciones”. Sin dudarlo acepté el trato y seguimos trabajando.

Conforme pasó el tiempo terminé el cuento, lo presenté en el taller de Creación Literaria con David Ojeda, mis compañeros talleristas me hicieron algunas precisiones y modificaciones al texto, lo corregí y lo dejé listo para publicar. Emilio sabía esto perfectamente, me contactó para venir a mi casa, por supuesto acepté. Cuando Emilio toca la puerta, llega con un cuadro cubierto y dice: “Aquí está el cuadro que te prometí, ¿dónde está mi cuento?”. Fui a la carpeta donde lo tenía guardado y se lo entregué. Luego, Emilio sacó el cuadro y atrás del mismo estaba la dedicatoria muy personal que atesoro con mucho cariño.

Pasó el tiempo, cuando Emilio partió me dio mucha tristeza saber que el Covid lo había atrapado en sus garras, pero prometí honrar la memoria, como lo hacían mis amigos y compañeros de algunos años en la Dirección de Comunicación de la UAZ, Emilio Carrasco Gutiérrez y David Ojeda Álvarez, de la mejor manera a través de textos como este que recuperan en mi mente tiempos vividos que me han formado como escritor y como académico.

Ese cuadro está cerca de mí, todos los días lo veo, me provoca pensar siempre en Emilio, veo su obra, recuerdo todas aquellas actividades que hicimos juntos. Evoco y lamento. Yo afortunadamente sobreviví un infarto, me habría gustado que también ellos hubieran sobrevivido para tenerlos cerca de mí. El reverendo Ojeda y Emilio Carrasco vienen a mi mente, irremediablemente en estos días otoñales las imágenes de ellos, como las del cuadro en las que se diluyen y se sobreponen figuras geométricas en tonos azules y grises. Así recuerdo al Hombre araña Carrasco y a Madigan Ojeda, y este Batman en rehabilitación continúa recobrando sus recuerdos, poco a poco, para rescatar mi memoria y a mí mismo de la postración en la cama.

La luna de octubre, aunque es una imagen muy trillada, convoca a danzar a estas hojas otoñales con sus matices de colores que a veces caen en lento vaivén, algunas se las lleva el viento, pero a otras no, estas permanecen en la memoria, el imperio del otoño y el arribo de la noche las hace más perennes.

 

* UAEH /UAZ.

  

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_549

 

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