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sábado, 15 febrero, 2025
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Para ti, Maestro Lalo

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

La Gualdra 650 / Eduardo Campech Miranda (1972-2024) / In memoriam

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“Tú debes ser Coordinador Estatal de Bibliotecas”. Eso tecleé en el chat de Facebook contigo, Maestro Eduardo, en aquel septiembre de 2010. Cómo no podía sostener yo eso, Amigo, si en la misma biblioteca madre te conocí en 1995. Tan joven eras, tan serio, y aun así te transformabas en fuego a la hora de hablar de algún libro. Eras desde entonces un nato promotor de la lectura, y ninguno de los dos imaginaba cómo la vida nos haría incidir en órbitas semejantes, a veces felizmente traspuestas.

La céntrica Biblioteca Estatal Mauricio Magdaleno de esos años 90 era un polvorín de usuarios. Me parece que Zacatecas leía entonces mucho más. Era 1995 un año en que los universitarios veíamos más a los rostros que a las pantallas. Discutíamos más, nos dolían más el país y el futuro. Veníamos de un año anterior que en mucho había convulsionado la vida nacional. En la Universidad Autónoma de Zacatecas se organizaban caravanas de abasto de víveres para los guerrilleros internados en la selva lacandona. Se organizaban también marchas de apoyo por las principales calles de la capital zacatecana. La Mauricio Magdaleno de entonces, frente a uno de los lados del Jardín Independencia, veía pasar esas manifestaciones y era también centro de incubación de muchas buenas ideas; además de centro de reunión para grupos de estudio, para quienes querían reunirse y no tenían para el café, e incluso para parejas de enamorados que alternaban entre las mesas del centro de lectura y las bancas de la plaza.

En las salas bibliotecarias andabas tú, Campech, en las tertulias vespertinas. En algún momento te vi presentar al dueto Alebrije, con Adrián Villagómez, con la loa fúnebre que escribió Rubén Blades al padre Antonio y su monaguillo Andrés. Después anduviste en el grupo de escritores cooperativos que presentaba sus textos “por las amplias venas de la noche”. Te recuerdo también, en ese tiempo, junto al bibliotecario Panchito García Medina, junto al profesor Sergio Arturo (entonces sin canas), y junto a la joven y amable Alma Ortiz.

A finales de 1996 se unieron tu nombre y el mío, Amigo, del modo más inadvertido. Tras tirar el bofe por los escalones de la sede del Instituto Zacatecano de Cultura, por la colonia Díaz Ordaz, en un mediodía llegué a la oficina de Alma Rita Díaz, quien me pidió poemas míos para una posible publicación en la revista nacional “Tierra Adentro”. La abuela ciudad Zacatecas cumplía entonces 450 años de fundación. Tres semanas después, en abril, cuando ya había olvidado yo el episodio, encontré por el Portal de Rosales al académico Marcelo Sada. “Es muy original su poema a la enchilada sola en el plato”, me dijo. “¿Ése apareció?”, preguntó mi sorpresa. Tras comprar la revista, encontré que cuatro residentes del estado habíamos sido elegidos para publicación de poesía: de ellos, sólo dos hombres. Además de mí, Eduardo Campech Miranda, nacido en 1972.

Años después, te invité a colaborar semanalmente en el suplemento cultural “Reloj de Arena”, de NTR. Gentil como siempre, aceptaste; sin pizca de ego, sin exigencias ni poses. Sabía yo que ya te afincabas en la biblioteca estatal, que forjabas buena trayectoria, que promovías la lectura, que atendías a varios grupos dentro y fuera del estado de Zacatecas.

Tras el fin del gobierno que presidió la entonces perredista Amalia García, llegó el del priista Miguel Alonso. Debo asentar que, dentro del multimedios NTR, tanto Kutzi Hernández como un servidor compartíamos inquietud por la necesidad de un mayor apoyo a las bibliotecas públicas zacatecanas. Por eso, en aquella tarde de inicios de septiembre, te pregunté si estabas considerado para ese puesto. Era tu destino natural; siempre lo creí. Me respondiste que no, y todavía recuerdo tus palabras: “ese puesto es político”.

Con una preocupación genuina, y una convicción por tu valor como promotor de la lectura, yo tecleaba lo que te escribo al principio de esta carta: “Tú debes ser Coordinador Estatal de Bibliotecas”. Y te proponía yo buscar contacto con algún integrante del gabinete alonsista. Llegó al puesto algún designado que duró poco tiempo, y entonces regresó la inquietud. Aún tengo en nuestro chat de Facebook tus palabras: “en este momento estamos imposibilitados para echar a andar proyectos y convenios”.

Ése fuiste tú, Maestro Eduardo: un quijote preocupado siempre por el tamaño de los gigantes y de los boquetes burocráticos. “Hay en puerta convenios con la Universidad y con el consulado estadounidense, y no se pueden realizar desde abril por la falta del coordinador”, me tecleaste en ese agosto de 2013. A ninguna autoridad estatal le interesaba el perjuicio de tantos meses sin directivo. Tan acostumbrados han estado a eso de que las bibliotecas trabajan “con, sin y a pesar de” la cabeza que ponen.

Lo irrisorio del asunto es que, en 2016, yo terminé siendo una de esas cabezas. Necesité de tu ayuda, claro, y jamás dejé de reconocer que eras tú quien tenía más méritos, por trayectoria dentro de las bibliotecas, para ocupar el cargo. Hicimos alianza fuerte, Maestro, y me satisface haber sido uno de los escasos coordinadores estatales que jamás se peleó contigo.

Vamos a teclearlo como debe ser, Maestro Lalo: cuando las broncas venían, tenías que salir a refugiarte a alguna área de la Secretaría de Educación (y eso privaba aún ahora que la pinche muerte llegó por ti: qué le costaba abrazarte adentro de una biblioteca). Tan ciertos fueron esos destierros periódicos y penosos que, cuando me tocó ser coordinador por segunda vez, en 2019, la condición que puse fue tu regreso inmediato a las bibliotecas zacatecanas.

Cuando nos llegó la pandemia, desde el Sizart me propuso Tere Velázquez trasladar mis transmisiones de video facebookeras a un formato de programa de radio. Supe entonces que no podía estar yo solo: que te necesitaba a ti, el mejor promotor de la lectura en el estado de Zacatecas, para un “conversatorio de cubrebocas”. Como siempre, no fallaste. Llegabas en tu carrito rojo a Lomas del Calvario y nos aventábamos la hora de cultura para taxistas, amas de casa y demás confinados. Me ayudabas, incluso, a parar bien el celular con que también transmitíamos en vivo por redes sociales. Gracias siempre por todo eso.

Campech: haces falta, Maestro cabrón. Haces falta con tus pláticas sobre Gianni Rodari, los orgullos que te daba tu hijo Emiliano, los problemas nacionales en las salas de lectura o las ocasionales y urgentes peticiones de información para ver dónde podías obtener una cuarta o quinta fuente de empleo.

Haces falta porque has sido parte de la historia de Zacatecas en las tres décadas recientes, y otras tres o cuatro o cinco que íbamos a echarnos. Maestro Lalo: chingado, te fuiste antes. Y lo peor es que parece de pronto que vivimos en las comunidades del olvido, donde tu partida fue una noticia más, una esquela más, y llegan nuevas semanas y nuevas vainas.

Me prendo ahora a la inquietud de Jánea (quien siempre te apoyó mucho y a quien ahora agradezco la oportunidad) para que vuelva a escribirte. Me aferro a lo que tengo de chateos contigo. Cuando salí de tu velorio, me aventé dos veces el episodio completo de “Al filo del libro” con Jánea, con las revisiones de cómo nos habíamos conocido ella contigo y ella conmigo, y luego pasamos a los terrenos del paladar y las latitudes geográficas. Chihuahua, cómo estabas doliendo mientras te veía sonriente y hasta salivando por las evocaciones de sabor.

Sé que el texto me está saliendo largo, mas sé también que en su lectura muchas y muchos volverán a verte en medio de ese patio grandote, y todos los estantes alrededor, y los méndigos baños chiquitos, y ustedes los bibliotecarios entrando y saliendo, y un radiante 1995 en que eras joven y desde la Economía y la Literatura soñabas con una revolución. Mira que de pronto sí te salió, y siempre te agradeceré que me hayas permitido estar a tu lado. Mira que sí te salió, cuando menos… al filo.


*Eduardo Campech Miranda falleció el 1 de noviembre en la ciudad de Zacatecas.

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