Termina un año de sombras densas y luces tenues, del que sería un alivio salir de no ser porque el siguiente se avizora muy pobremente prometedor.
Los puntos oscuros del panorama nacional durante estos últimos meses fueron los que llegaron para quedarse desde la disolución del Imperio Español, en las primeras décadas del Siglo XIX, si bien notoriamente agravados: guerra civil endémica; ausencia de línea divisoria entre los gobiernos y el mundo criminal; falta de garantías elementales para los más y exceso de privilegios para los menos; una economía no precisamente destinada a satisfacer las necesidades sociales sino a colmar los apetitos de una oligarquía parásita, presta a acaparar e incapaz de generar riqueza, etcétera; todo lo cual requiere permanentemente de acciones como las de Iguala, Tlatlaya, Tanhuato, Calera y el interminable etcétera inadvertido por la prensa extranjera.
Si bien meros atisbos, los puntos luminosos avistados este año, como la conciencia creciente de a quienes manejan el país la suerte de los más les tiene sin cuidado; el fin de la complacencia externa hacia el despotismo mexicano; la aparición de grupos de ciudadanos como los que acometieron acciones judiciales conducentes al uso legal de la mariguana; el repudio creciente del estilo de gobernar de “góberes preciosos” como el veracruzano Duarte, el morelense (nylon) Ramírez o el poblano Moreno Valle; las exitosas batallas ciudadanas contra atropellos del poder aliado los peores intereses en Oaxaca y la capital del país, etcétera.
Se cocinan ya medidas conducentes a revertir este puñado de pequeños triunfos, pero por lo pronto ahí están.
En el estrecho ámbito local el panorama luce aun más desolador, el abuso y la apatía van de la mano, entre una creciente sensación de orfandad y desamparo; y como remate, bajo unas siglas novedosas algo empieza a oler a rancio.■
