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viernes, 26 abril, 2024
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Una convocatoria difícil

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Por: ROLANDO CORDERA CAMPOS •

A muchos les angustia la reiterada invención de bravatas y gracejadas con que el Presidente y su gobierno quieren afrontar una realidad indómita. Lo advierten como falta de coordenadas y razón no les falta. Asusta a más lo que, según su propia experiencia o las diversas notas de los medios informativos, sólo puede ser calificado como una gran crisis de seguridad pública, que se expresa en delitos de todo tipo y cada día con mayor violencia letal, dado el poderío del armamento que se usa y, también, por las destrezas de que hacen gala los criminales.

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En esas condiciones, el paso de buena parte de los mexicanos a una zozobra persistente y un temor lindante con el pavor y la desesperación no parece estar muy lejano si se asume con seriedad la perspectiva que resulta de temores e inseguridades cotidianos y masivos. Pero ahí topamos con otras evidencias que relativizan ese sentido de urgencia y desesperación que por todos lados se cuela.

La aceptación del Presidente, por parte de la opinión pública, se mantiene alta y en una circunstancia como la actual, en la que se han impuesto el mandatario y la Presidencia sobre el resto de los poderes constitucionales y, al parecer, sobre los intereses y las pasiones que solían presentar a un empresariado siempre en punto de fuga o al borde de la rebelión, hablan de una nueva normalidad. Un orden en el que la violencia, el crimen y la inseguridad estarían bajo el registro de las fuerzas armadas del Estado y de la propia retórica presidencial. Así, en materia de percepciones, nuestro país continúa siendo peculiar: combinación creciente de vertientes corrosivas de la vida pública, con un discurso presidencial que se dice capaz para mantener el buque estatal a flote y navegando, sin atreverse a mirar sus fallas evidentes de legitimidad.

Que de esta combinación ponzoñosa y peligrosa resulten todo tipo de desviaciones y fantasías, utilitariamente coreadas por el Presidente y su potente rama de agitación y propaganda, no debería sorprender ya a nadie. Frente a esta confusa y viscosa realidad política, que el mandatario quiere leer como manifestación de cambio de régimen, las opciones son pocas: la resignación, el exilio interior que tan bien practicaron los alemanes del Este, o un duro y rudo reconocimiento de su realidad para inscribirla en el escenario mayor de la República. Reconocimiento éste que, por más que les pese a los morenistas de hueso colorado, recoge mucho de aquellos momentos nombrados, aunque los dirigentes del gobierno y su partido pretendan edulcorarlo.

De todo esto no puede sino surgir un gran desconcierto y esa sensación de inseguridad y temor que alarma. Peligrosa combinatoria que no podrá ser modulada con placebos porque debajo de estos tristes sentimientos nacionales está, continúa estando, una economía socialmente insatisfactoria e incapaz de engancharse en los ciclos de recuperación y crecimiento que probablemente vivan el mundo y en particular Estados Unidos; menos protagonizar una reproducción endógena, basada en fuerzas propias porque están erosionadas por tanta inatención, por años de no recibir estímulos ni apoyos e inversiones; por no ser parte de las herramientas a utilizar para echar a andar un crecimiento estable, algo parecido a los relatos del desarrollo estabilizador que le contaron al Presidente sus mayores.

Construir una convocatoria implica compromiso y visión. Aprestarse a renunciar a lo que nos quede de vanidad y soberbia opositora o victoriosa. Tomar al país y a la política en serio obliga a reconocernos como una sociedad fracturada y pobre, desigual y con escasísimos recursos, incluso para irla pasando. Implica aceptar que no puede inventarse de la noche a la mañana una nueva economía, y que intentarlo puede dar lugar a situaciones de escasez y rebatiña que difícilmente podrían encauzar el Estado. Precisar objetivos y no divagar pueden ser buenos puntos de partida. Así como abatir ese machismo que sólo enceguece al más pintado.

El poema pedagógico intentado por la curiosa e intrigante oposición, que ahora medio flota, tiene que cambiar. Buscar reducar al gobernante no pasa de ser una mala caricatura de aquella célebre historieta intitulada Educando a papá (Bringing up Father). Aquí no se trata del despliegue de buenas maneras, como apuntan las críticas de salón sobreviviente. Lo que es urgente, frente al desorden mental y sin ton ni son que se apodera de nosotros con los días, es la necesidad de no negar las contrahechuras y confusiones en las que el país se encuentra, pero, también, tener la capacidad de verlo como una formación social dispuesta a recuperar su orgullo y seguridad y abocarse a trazar con firmeza la construcción de otros caminos, menos inciertos y más incluyentes. Estar abiertos a reflexiones autocríticas que tanto nos faltan.

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