La Gualdra 591 / Poesía / Libros
Transitar en las calles del recuerdo es un ejercicio que requiere no tenerle temor a la convivencia con fantasmas. La poesía es, en este caso y casi siempre, la mejor brújula para esa caminata fantasmal, dolorosa, siempre llena de un gozo que es vedado para muchos, pero luminoso y revelador para quienes pueden lograrlo.
Qué lleva al (le) poeta a sostener ese impulso primigenio de acomodar palabras para poder recorrer a las calles de su propia existencia, y en ese ejercicio doméstico, solitario, que nadie paga, construir también el mundo como un pequeño Dios jugando a edificar los escenarios donde la existencia y el tiempo transcurren. Y más concretamente, qué fue lo que Odette Alonso se contó a sí misma cuando volvió a caminar por estas calles de una Cuba que ya no existirá nunca más; probablemente que nunca existió, pero que gracias al milagro de la poesía, libro, ha perpetuado por siempre y para siempre en la experiencia del lector, en nuestras experiencias de caminantes que nos adentramos torpes e inocentes, tal cual lo requiere la poesía, a este viaje todavía sin definición qué es lo que transcurre.
Dijo una vez Chantal Maillard que el poema debía ser una mezcla de sensualidad y magia negra; y no se me ocurre mejor definición para los poemas incluidos en este libro, preciosamente editado que hoy nos convoca y que agradecemos que exista.
Eso es lo que ha hecho aquí nuestra poeta: conjuntar en una sola línea tensa, misteriosa, un acto de sensualidad, y ciertos trucos de brujería, santería quizá, para brindarnos este paseo. Y como dije al antes, para leerlo, suponemos también que para escribirlo, hay que estar dispuestos al terror que supone la infancia, habitáculo natural del recuerdo y la poesía. Pero también hay un miedo trabajado en estas líneas circulares que no tiene que ver con la metáfora, es el miedo llano, visible, de esos fantasmas que se asoman en las canciones del recuerdo, y que la memoria elabora en palabras dóciles pero no por ello menos dolorosas. Qué sortilegio echo andar, Odette, en este libro que ha podido llegar con tanta naturalidad, al que es, sin duda alguna su mejor libro escrito hasta ahora. Y qué gozo el de nosotros que cedemos en la dicha de ese embrujo, cuando leemos estos poemas de factura inigualable.
Desde la primera página, estos poemas tienen un poco de polvo, un poco de olor a las abuelas, un mucho de dolor flotando entre sus líneas: se escuchan los chirridos de unas puertas viejas, de unos colchones que guardan humedades que duelen todavía. Estos versos no se leen, se caminan, se habitan acaso, y usted no será necesariamente un lector sino un invitado, un paseante, cuando lea -y debe hacerlo- este libro, se lo aseguro. Entre estos polvos, en fin entre estas calles de recuerdos y estos fantasmas lo que transcurre es la poesía. Y lo que ocurre, indudablemente, es este descarado hechizo de magia negra del cual usted lector, no podrá salir ileso, porque nunca puede salirse de esa forma, ni del amor ni de la poesía, ni de nada que valga decididamente la pena.
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