Ciudad de México. La zancada de un corredor durante un maratón posee un aura única. En cada desplazamiento, los participantes escriben con letras invisibles su historia de vida.
“No cualquiera está tan loco para correr un maratón”, le comenta una señora de 90 años a su hija desde el punto de salida, a un costado del estadio Olímpico Universitario durante la edición 41 del Maratón de la Ciudad de México.
En un trayecto de 42 kilómetros 195 metros suceden un sin número de anécdotas y surgen múltiples personajes. Hombres corriendo con emblemáticas máscaras, como las de ‘El Santo’ y ‘Blue Demon’, superhéroes como ‘El Hombre Araña’ y ‘Deadpool’, guerreros aztecas y un hombre con un disfraz de estrella, que iluminó desde su salida en el sur de la capital.
Conforme avanzan los kilómetros, el apoyo del público se vuelve un combustible extra para los competidores, basta un simple “¡Venga!”, “¡Eres mucho más que esto!” , “¡Son increíbles!”, para que algunas lagrimas se deslicen por las mejillas de quienes para este punto de la carrera, ya están en una lucha interna por no desistir.
Al cierre de la prueba, las piernas de los que llegaron a esta instancia dan el último esfuerzo y resisten el paso ante los gritos de sus seres queridos, quienes esperan por sus gladiadores frente a Palacio Nacional.
Algunos cruzan la línea de meta con una sonrisa y lágrimas en el rostro, a otros los sujetan del hombro otros corredores o miembros del servicio médico ante la presencia de calambres y muchos más levantan las manos al cielo, pues durante el trayecto ya contaron su historia con cada paso.