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viernes, 29 marzo, 2024
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Negro es negro

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Por: BÁRBARA JACOBS • Araceli Rodarte •

A pesar de su prestigio entre los de arriba y los de abajo del mundo, yo no era lectora de literatura policial, pero creo ahora que me he vuelto adicta.

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Sucedía que antes yo no la consideraba literatura propiamente dicha; además, me aterraba leerla. Hija de un gran lector en general, pero en especial de literatura policial, nací y crecí bajo su manto, de ahí que lo más natural habría sido que leyera este género antes que ningún otro. Pero no fue así. Me bastaba con ver las cubiertas de estos libros para rechazarlos. Cuchillos, sangre, armas de fuego. Y en las cuartas de forros, la mención de espías, detectives, policías, víctimas, intrigas, misterio, asesinatos, suicidios, luto. Nada de lo cual despertaba mi curiosidad; nada de lo cual me parecía atractivo o desafiante. Sencillamente, me erizaba el cuerpo de miedo, igual que la oscuridad. Es cierto que en mi carrera de escritora llegó el momento en el que tuve que sobreponerme a todas estas tonterías y al menos tratar de conocer lo más destacado del tema. Autores, títulos. Incluso, me atreví a leer algunos volúmenes destacados, así como me animé a hacer el esfuerzo de entender las tramas y de interesarme en su desarrollo. Sobre todo en mi adolescencia presumía de que, para leer sobre crímenes y tragedias, leía a Shakespeare y a Sófocles, o el ejemplo célebre de fratricidio en la Biblia. Pero con el tiempo dejé de sostener esta actitud, pues no denotaba más que ignorancia, y prefería, si no lograba serlo, al menos parecer culta.

Así, me familiaricé con Dashiell Hammett, y trataba de que no se advirtiera que la razón de base por la que me acercaba a él, considerado el creador de la novela policiaca negra, era que se trataba del amor de la vida de Lillian Hellman, dramaturga y narradora a quien sí leía. O, para no dar mala impresión en los círculos intelectuales, leí lo sobresaliente de John Le Carré y Eric Ambler, o hablaba de Poe, por más que a él lo tuve siempre en otro concepto.

Sin embargo, cuando hace poco por fin leí a Wilkie Collins, me di cuenta del mundo del que, por tonta, me había estado perdiendo. Y decidí adentrarme en él cuanto pudiera. Empecé por leer las biografías, autobiografías y ensayos de escritores como sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Georges Simenon y Raymond Chandler, hasta pasar finalmente a leer algunas de sus novelas y quedar tan encantada que me lancé a conocer a PD James, que me tiene fascinada, y que me remite a Patricia Highsmith, autoras a quienes los más conservadores fanáticos del género reprochan por no limitarse a las reglas clásicas, o narrar los hechos, sino que se extienden y adentran en indagar en las emociones de los personajes, o a convertir la novela policial negra en novela policial sicológica. Reproche de los conocedores que para mí ha resultado un atractivo más.

Veo con claridad la diferencia entre una novela literaria, por llamarla de algún modo, y la novela negra, pero no veo ninguna diferencia entre ellas cuando las dos son de primera calidad. Tanto en una de las divisiones como en la otra, hay autores anglosajones que, al intercalar en su narrativa expresiones en español, resultan algo decepcionantes, pues dichas expresiones por lo general están incorrectamente escritas o, incluso, captadas. Las incorporan en español en su texto, lo cual es loable; pero lo ideal sería que las citaran con corrección. Sin embargo, en ningún caso es ésta una razón para desechar a estos autores anglos tan bien intencionados; y no sé qué sucedería si un lector de hoy supiera suficiente latín para juzgar las citas en esta lengua muerta a la que era tan afecto, entre otros, Michel de Montaigne.

Por supuesto, a estas alturas ya leí a Rex Stout, después de leer una biografía suya. Y puedo decir que al fin haber conocido directamente a Nero Wolf me abrió puertas no sólo al futuro sino al pasado, pues me regresó de lleno al recuerdo de mi papá y su fascinación por este autor, comunista y perseguido por el macartismo. Además, debido a la experiencia de la lectura electrónica que hice anhelé con una fuerza inquietante los libros en papel que mi papá tuvo en sus manos o en sus libreros, pero libros que pienso rastrear en la bodega de un bar en la carretera de Toluca en donde el nieto mayor de mi papá, que los heredó, los resguarda mientras se establece en casa propia en Miami y los puede trasladar.

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