La Gualdra 519 / Día Mundial de la Poesía
I
No cansan estos pasos que ascienden la mañana.
Cuánta humedad, advierto,
en el otoño. Hojas secas debajo de los pinos.
Un bosque, hace minutos el calor.
Ahora un viento nuevo, su abrazo de montaña.
Maleza en el concreto
de las altas paredes.
Posesiones, terrenos, casas lejanas que apenas se vislumbran,
silenciosas de gente. La abundancia que ocupa más espacio. Árboles.
Al fondo ese rumor de pájaros que inventan el idioma del principio.
Y autos que aquí no se detienen casi nunca, rápidos
avanzan buscando la luz al final del camino.
No hay peatones. Soy dueño, propietario de este rumbo,
caminante a la buena
de banquetas que no están en su sitio.
En la distancia el puente, en esa curva;
escucho cómo sueña el agua entre la mugre:
algo se pudre lejos y se aleja,
algo se pudre adentro, también, de mi memoria.
Se pudre la mañana con su risa de coches ligerísimos,
se pudre el otoño de estas tierras,
se pudren mis palabras no barro sí penumbra.
Amanece.
Ya cerca veo el nicho de la virgen, sus flores de hace siglos.
Rumor y pan de fe
al inicio del puente, tan pequeño.
Quién reza aquí, quién se detiene alguna vez, como yo,
a observar las aguas lodosas, desechos de ciudad.
Este lugar conserva la belleza de la muerte:
qué palabra tan dura y desgastada,
absurda, que se agita en los claros
en donde alguna vez
rondó la hierba. Digo todo esto para anunciar que allá,
frente a las buganvilias que alumbran esa barda,
empieza lo común, casas comunes,
gente del diario y ruido,
el ruido saludable de mis pares,
peatones que van o que regresan
y llenan con su andar el comienzo del día.
En un puesto de flores me detengo:
compraré algunas rosas para la virgen solitaria
que vive junto al puente.
II
Y conmoverse
por ir después de un día de labores caminando la calle
con el sol en la espalda sintiendo
el aire frío de octubre
los pensamientos que vienen
desde la oscuridad. Y caminar seguir a paso fijo la hondura
de la sombra y entender una nube despierta
sobre el ruido de autos y camiones que van quién sabe a qué
por el rumbo contrario de mi sangre.
Pensamientos son pliegos tristeza del ayer cardo en la espina
del podrido fulgor de la barranca
el agua
rompe abajo las piedras despedaza la espuma de un jabón que desciende
por este arroyo nuevo de tan viejo.
Quisiera detenerme a mirar por un instante.
Detenerme a mirar como ese perro echado bajo el puente.
Detenerme a esta hora de la tarde.
Detenerme nomás por decir sí aquí el silencio no es tal
nunca el silencio.
Se oye el clamor del río las máquinas que tañen desde el alba
quisiera detenerme y dormir
detenerme y no ser
como ese perro que guarda el calor en su pelaje
que descansa sabiendo que mañana será otro día lleno de pájaros
y el golpe prematuro de los autos
pero habrá sol y siempre el sol dirá que nada ocurre
a no ser que detengamos la prisa
la prisa de no ser y detenernos.
[De Calles del cuerpo anochecido (Acá las Letras, Ediciones-Coneculta Chiapas, 2019)].
https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-519