El 4 de octubre de 1824 se promulgó la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, la cual estableció que la nación mexicana es una república representativa, popular y federal divida en tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, independientes y autónomos entre sí.
El Congreso Constituyente se integró con 114 diputados que se inspiraron en las de Cádiz y de Apatzingán, la Carta Magna de Estados Unidos de América y el Plan de Iguala. Tenía como fin primordial declarar el carácter independiente de México como país.
El recinto parlamentario donde sesionó se instaló en el antiguo templo de San Pedro y San Pablo, en la Ciudad de México. Dos años antes, en este lugar, Agustín de Iturbide prestó juramento ante un primer Congreso, que posteriormente destituyó, y él mismo renunció por la presión, entre otros, de Santa Anna y su Plan de Veracruz.
El nuevo parlamento estableció que el Poder Legislativo de la federación lo ejercería un Congreso general dividido en dos cámaras: una de Diputados y otra de Senadores; el Ejecutivo lo representaría un solo individuo que se denominaría presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y el Poder Judicial residiría en una Corte Suprema de Justicia, en los tribunales de circuito y en los juzgados de distrito.
Actualmente, el recinto alberga el Museo de las Constituciones, que se abrió en 2011 con el propósito de difundir los valores laicos y que la población conozca la historia del país por medio de sus Cartas Magnas. Es mucha la historia que guarda el antiguo templo que vale la pena recordar.
El inmueble era parte del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que fundaron los jesuitas a mediados del siglo XVI. Se caracterizó porque podía conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias y tenía la ventaja de que admitía seglares. Ahí se educaron Francisco Javier Clavijero, Diego de Abad y Francisco Xavier Alegre, entre otras eminencias.
El templo tiene una sola torre y conserva su pequeño atrio bardeado. Es de líneas muy sobrias, con pilastras en los dos cuerpos que sostienen un entablamento y un frontón triangular que se rompe con un nicho. Lo diseñó el alarife Diego López de Arbiza.
Es una de las pocas construcciones del siglo XVII que se conservan, aunque tuvo algunas modificaciones a partir de que se le despojó de su labor religiosa por las leyes de exclaustración.
Después de haber funcionado como sede del primer Congreso Constituyente del México independiente, en 1922 José Vasconcelos instaló ahí la sala de discusiones libres. Para ese fin se le hizo una decoración en el estilo mexicanista que surgió de la Revolución. Los artistas Roberto Montenegro y Jorge Enciso pintaron en los arcos representaciones de la flora y la fauna mexicanas. Asimismo, en el presbiterio, Montenegro plasmó el espléndido mural El árbol de la ciencia y diseñó los vitrales de los ventanales del crucero, que realizó con maestría Eduardo Villaseñor. En la cúpula, Xavier Guerrero pintó su visión del zodiaco.
En los años 40 del siglo XX se convirtió en la sede de la Hemeroteca Nacional y, también le dieron su toque decorativo al cambiarle los viejos vidrios de la ventana del coro, por un emplomado con el escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México, responsable de su custodia. En el frontón se instaló una escultura de Palas Atenea. La dependencia permaneció en ese lugar hasta 1979, cuando se trasladó a sus nuevas instalaciones en el Centro Cultural Universitario.
Al mudarse la hemeroteca, el soberbio inmueble quedó medio abandonado, hasta que en 1996 la UNAM lo remozó e instaló ahí el Museo de la Luz. Era un sitio novedoso e interesante que se cambió al colegio chico del antiguo Colegio de San Ildefonso, en el número 43 de esa calle, para dar el lugar al Museo de las Constituciones.
Y hablando de Antonio López de Santa Anna, los últimos años de su vida vivió en una hermosa mansión situada en Bolívar 14, actualmente es una de las sucursales del restaurante El Bajío. La querida Carmen Ramírez Degollado, Titita, quien lo fundó hace 50 años, sigue vigilante de que todo marche bien. Sus clásicos: para comenzar, empanadas de plátano y gorditas infladas de frijol. Imperdibles el mole de olla, el pulpo al mojo de ajo, las carnitas, la lengua a la veracruzana y la barbacoa.