19.2 C
Zacatecas
viernes, 26 abril, 2024
spot_img

La educación….y Trump

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO • admin-zenda • Admin •

Cuando Hugo Aboites comenta que la victoria de Donald Trump  representa un “fenómeno cultural que claramente muestra los límites de la tesis de que la escuela civiliza” (La Jornada 12/nov/16), de manera nítida muestra una de las más viejas esperanzas de la izquierda: se podrá llegar al poder por la vía electoral porque la influencia de la educación sobre las masas despertará su conciencia de clase. Quizá no sea impertinente recordar que a principios del siglo XX Werner Sombart había sostenido, pintorescamente, que: “.en los arrecifes del roast beef y el apple pie las Utopías de toda clase están condenadas”. Eso lo escribió en un libro titulado: “¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?” (Capitán Swing Libros, (2009) Madrid), insinuando que ahí donde exista la abundancia el socialismo no puede florecer. La perplejidad de nuestro presente es que la victoria de Trump fue posible gracias a los blancos pobres acosados por los resultados del neoliberalismo. Los pobres no votaron por la izquierda;  confusa y falsamente representada por Hillary Clinton, como en su momento lo fue por Barack Obama. Una explicación que todavía puede invocarse es que esos blancos no solo eran pobres, sino analfabetos. Sin embargo, como sostiene el mismo Aboites, eso no es verdad: en Estados Unidos la escolaridad de la población es alta (9 de cada 10 adultos cursaron educación media superior, según el mismo Aboites) así que una explicación más sofisticada es necesaria. Aboites mismo la esgrime: la educación recibida es puramente instrumental, funcional a las necesidades de la industria capitalista. Carece de radicalidad, aunque Aboites, y muchos como él, prefieren decir que carece de “humanismo”. En tiempos de Lázaro Cárdenas la educación era “socialista” sin tapujos, y estaba garantizada en la constitución de la república.  Desde el punto de vista político la educación se concibe como un medio para un fin: si se educa a la gente “a la derecha”, votaran por fascistas depredadores de mujeres y amantes del dinero, si se les educa “a la izquierda”, sin duda votaran por demócratas feministas de aspiraciones franciscanas, pero tal enfoque está subordinando la educación a los objetivos políticos; ser “crítico” significa posicionarse políticamente en el sistema social. El medio de nulificar esa sub-ordinación consistió en promover la “educación de excelencia” porque con ello se puede hacer caso omiso de los contenidos específicos de la educación a favor de la pretensión de enseñar bien, sea lo que sea lo que se enseñe. Tal es la “utopía” de los pedagogos y macroplaneadores universitarios: enseñar bien y con calidad. Tal posición ya no es ideológica porque no está relacionada a una visión global de la sociedad sino a una característica de sus procesos (que estén bien hechos), ni se identifica con una instancia de poder (un partido político), por lo que está “políticamente indeterminada”. Durante la fase “neoliberal” todas las instituciones educativas aspiran a ser “excelentes”, lo que significa que todas, de una manera u otra aspiran a estar “políticamente indeterminadas”, lo que les permitirá integrarse a los sistemas de financiamiento por concurso; i.e., mediante la aplicación de proyectos a agencias federales lograr obtener los fondos necesarios para el desarrollo de objetivos definidos en tiempos precisos y bajo la supervisión de responsables. Como se ve los contenidos de la educación, desde el punto de vista administrativo, no están políticamente determinados. ¿Quedan entonces definidos por el docente? No, porque la integración de un “sistema nacional de bachillerato” aspira a homogeneizar todos los contenidos para facilitar la “movilidad” de un plantel a otro. Y lo mismo pasa con los contenidos de las licenciaturas. Queda para los doctorados, quizá, la determinación autárquica de los contenidos. ¿Y la política?, es decir, ¿dónde queda la crítica de la realidad existente?, porque la reproducción de la sociedad la garantiza la homogeneidad de los contenidos. Esa queda confinada al paramo de los partidos políticos. Como se ve, en nuestra sociedad no existe un nexo orgánico entre el contenido de la enseñanza y la participación política. La educación no aspira a enseñarle a los educandos cómo vivir, para desde ello concebir la sociedad que quieren, sino cómo integrarse a una sociedad para reproducirla. Y en todos sus ordenes, porque el desempleo, la delincuencia y la migración son modos de integración que en nada se relacionan a las esperanzas de los educadores. Pero las condiciones que permiten esos modos son constitutivas de la sociedad en la que vivimos. De todo lo anterior el mensaje es que la educación, sobre todo la que se imparte por las instituciones educativas hoy día, tiene cada vez menos que ver con la participación política, y ello por decisión de esas instituciones. ¿Es esta una perspectiva deseable? Sí, porque en la sociedad compleja que nos envuelve, pletórica de posmodernos, astrólogos, brujos, transexuales, gobernadores corruptos y rectores ineptos, lo menos que se necesita es la línea de un partido, y lo que se aspira a tener es la capacidad de decisión personal, seguida de la entereza para afrontar los riesgos. La evolución que importa comienza cuando los individuos tienen los medios de construir el conocimiento que necesitan para guiarse en la sociedad que compulsivamente les ha salido al paso. ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -