3.4 C
Zacatecas
jueves, 28 marzo, 2024
spot_img

Escuchar los cantos del pasado para interpretar los ecos del ahora

Más Leídas

- Publicidad -

Por: Conrado J. Arranz •

La Gualdra 538 / Libros / Música

- Publicidad -

No hay destino sin camino es una obra del presente —ese que se va agotando antes de poder siquiera nombrarlo—, del futuro y, sobre todo, del pasado. Su presente es en realidad 2017, cuando el Seminario de Tradiciones Populares de El Colegio de México, dirigido por la investigadora Yvette Jiménez de Báez, le encargó a Guillermo Velázquez, sumido por aquel entonces en una crisis creativa ahondada por el contexto de violencia y corrupción que se vivía en México —según lo cuenta en la introducción—, un trabajo en el que dialogase con la gran voz universal, y a la vez local, de nuestro país, Juan Rulfo, quien por aquel año hubiera cumplido los cien de nacido. Por diferentes vericuetos de índole burocrática en los que no merece la pena entretenerse, y a pesar de prácticamente estar terminada la obra aquel año, esta pudo ver finalmente luz a finales de 2020, ya en plena pandemia global, y gracias al compromiso y excelente cuidado editorial de Ediciones Del Lirio. Si ya debíamos mucho a Guillermo Velázquez —juglar de fiesta y quebranto, embajador del huapango arribeño—, porque siempre es un placer ver encarnada en él la tradición, porque su esencia ya es un acto de amor, de cuidado y autocuidado, de posicionamiento político, porque su voz es preciosa y precisa, es decir, es literatura, con este libro-disco le vamos a deber aún más. 

Atender esta obra como recomienda el autor y el editor al inicio, es decir, “leer y escuchar simultáneamente el texto versificado y el audio, de preferencia con audífonos y sin interrupción”, es acercarnos un poco más a aquellas formas diferentes de contar relatos sin seguir una cronología. Desde el punto de vista temático y estructural, el tiempo también se diluye o difumina. Dos ejemplos. El primero, es que la obra se estructura en XII partes —número de los ciclos, de las horas de día y noche, de los meses del año, de la división perfecta del cielo—, la última de las cuales, “Tetracanto”, fue creada mucho tiempo antes, en concreto entre 1974 y 1975, cuando don Guillermo llegó a la Ciudad de México en busca de su destino tras abandonar el seminario, e influido por las lecturas de León-Portilla y de Garibay escribió esta canción en una antigua casa de la calle Guatemala, sin saber por entonces que bajo ella —y bajo él mismo que escribía un canto de guerra florida, de vida y decisión— se encontraba el Templo Mayor, el huey teocalli, el centro ceremonial de la gran Tenochtitlan. “Algo vibró”, nos dice don Guillermo, y con ese tono escuchamos la primera de las doce —también 12— seguidillas que la componen: “Son cuatro oscuridades / las que me pueblan / y cuatro claridades / las que me esperan”. El segundo, es que por aquellos años de escritura, todavía distantes del actual presente, aún no se sabía nada de la pandemia y, sin embargo, escuchamos ya su eco en una de las décimas: “[…] / Padecemos de orfandad / en un tiempo en que a raudales / las ‘realidades virtuales’ / confluyen a entretenernos, / y hemos dejado de hacernos / las preguntas esenciales”.

No hay destino sin camino ofrece infinitas lecturas analíticas, dependiendo de los intereses de cada uno de los lectores. Se puede considerar desde la perspectiva de la tradición del poema extenso o de largo aliento en Latinoamérica; o a partir de los intertextos y el diálogo con la obra de Juan Rulfo, con la que Guillermo Velázquez y la edición son profundamente cuidadosos; se puede analizar a partir de la oralidad, de la preeminencia del sonido que produce la palabra, de los ecos, de las figuras retóricas fonéticas que emplea; por supuesto, también a partir de la tradición de una estructura tan maravillosa como la de la décima —estrofa cultivada por Lope de Vega, Calderón, Góngora, Sor Juana, Juan Ruiz de Alarcón, Guadalupe Amor y numerosos poetas populares actuales— y su trascendencia como lengua común en Latinoamérica.

El hecho de poder leer el volumen de forma simultánea a la escucha de la voz de los personajes que intervienen en él, sobre un fondo musical creado por el Grupo Tribu a partir de instrumentación mesoamericana, y solo interrumpido por interludios o entremeses —porque es teatro también o sobre todo y ojalá la veamos algún día representada— de sones huastecos o arribeños, o de música urbana, nos involucra en una experiencia sensorial profunda, yo diría que no apta para cardiacos, porque una escucha así nos produce misterio, incertidumbre, tristeza, rabia, pero también fe, ánimo festivo, amor, catarsis. 

El libro de don Guillermo nos propone un recorrido, que bien podría ser el camino del héroe que dibujó Campbell para explicar la estructura del mito único, un mito único que, en este caso, en realidad, sería una gran epopeya mexicana que parte de lo que somos ante lo terrenal y ante lo espiritual, es decir, tal y como lo concibieron los antiguos nahuas y mexicas, ante el Topan, “lo que está por encima de nosotros” y el Mictlán, “la región de los muertos”, para conducirnos a nuestro presente: encontrar la libertad para vivir (esta sería la última fase que describe Campbell) en una tierra en la que la injusticia, los millones de desaparecidos y la necedad de nuestros gobernantes a veces nublan nuestros sentidos, nuestros caminos, nuestros diálogos, nuestro ánimo. Gran epopeya mexicana porque, aunque la voz de don Guillermo es una voz poderosa, presente, en la distribución de papeles dentro de esta obra, él no es solo Guillermo, ni siquiera es “YO” en la distribución de los personajes, sino que es “YO MISMO”, es decir, que podría ser “cualquiera”, es decir, cualquiera de nosotros —tú— que la estamos leyendo, o escuchando y, por tanto, que podríamos también estarla diciendo o recitando o cantando o simplemente vivificando.

A pesar del largo recorrido que No hay destino sin camino supone por múltiples emociones, a veces dolorosas, a veces festivas, hay una suerte de catarsis, con fiesta y ritual incluido, que deja resonando una emoción: la esperanza. “Esperanza” es una palabra extraña, incluso algo contradictoria, porque en principio transmite algo pasivo, al suponer la espera. “Esperanza” viene del latín sperare, pero claro, el que espera es porque cree que algo o alguien va a llegar, es una espera activa. Además, Esperanza es el propio nombre de la madre de don Guillermo, que encarna una voz, la suya propia —magnífica además, poderosa—, que en realidad podría ser la de todas nuestras madres, también las de las madres que esperan a sus hijos e hijas desaparecidas. Y parece que esta gran epopeya, que parte de la duda —“Allá o acá, ¿dónde estoy? / —escarba la duda en mí—, / ¿estoy vivo?, ¿ya morí?, / ¿entro?, ¿salgo?, ¿vengo?, ¿voy?, / ¿sí soy quien pienso que soy? / ¿existo afuera o adentro?, / […]”—, busca también una respuesta a qué hacer mientras esperamos en este llano incendiado, en este llano en llamas que es nuestro México. 

Pues bien, esa tensión entre la pasividad y la actividad es la que va dibujando el camino del héroe que plantea Guillermo, un héroe que nace, como él mismo reconoce en la introducción, en una época de crisis personal, un héroe que ansía del sentido de la palabra para la vida, de un sentido no individual, sino comunitario, es decir, del sentido que compartimos todas y todos, del único posible para prosperar. Creo que esa esperanza es motor esencial del libro, como también reconoce Maximiano Trapero, investigador especialista en literatura tradicional, conocedor de la historia y trascendencia de la décima para el mundo hispánico, autor del prólogo.

Canto y narración, antigüedad y modernidad, perdurabilidad y no-tiempo, la última reflexión de esta reseña es a la luz de los antiguos hacedores de la palabra en estas tierras y también en torno a la décima. Don Guillermo ofrece con esta obra la oralidad del relato, liberando a la palabra de su estructura gráfica, multiplicando su significación gracias al sonido, la textura, el tono, las pausas, la música. La instrumentación mesoamericana que permanece como fondo musical durante la mayor parte de la grabación es una invocación del pasado, de la “memoria de muy allá”, que no podría entenderse solo mediante la escritura. León-Portilla, en El destino de la palabra, parte de la relevancia del tonalli, la “duración de luz y calor”, el destino; afirmaba así que todo lo que existía tenía de forma esencial un tonalli. Pues bien, el destino de don Guillermo Velázquez es cantar y contar, igual que aquellos otros pobladores que para encontrar su destino daban forma a los relatos por medio de los cuicatl, “canto, himno, poema”, y los tlahtolli, “palabras, discurso, relación”, en definición de León-Portilla. 

Motivado por esta obra en su conjunto, por el proceso creador de don Guillermo, por las búsquedas de lo esencial a través de múltiples recursos, me gustaría ver la lírica de los cuicatl y la narración de los tlahtolli esencializadas en la décima, estructura métrica que, junto a la copla, prefieren los músicos populares de América, para contar y cantar. Las décimas de don Guillermo, además, no son siempre convencionales. En ellas, a veces, como encabalgamientos corifeos, tienen cabida las voces de diferentes personajes, vivos o muertos, del más allá o del hoy; otras, se parten —normalmente por el “puente”, nudo temático de la estrofa— para que surga una voz infantil. El diálogo con Juan —no Preciado, sino Rulfo—, se produce de forma poética, no hay otra lectura estética posible. Juan, y sus personajes, también podrían hablar en décimas, como lo hacen los personajes de Guillermo, que están tomados de la realidad, porque el pasado es realidad presente, porque necesitamos la “memoria de muy allá, para [los] olvidos de hoy en día”. Así, escuchamos la voz de doña Chana la partera, doña Dimas la curandera, el arriero, un niño, un coro de mujeres, y también la de doña Esperanza, la mujer/madre de “yo mismo”, su hijo e hija, que están encarnados por la propia familia de don Guillermo, doña Chabe, Vincent, Victoria.

Como podemos ver, No hay destino sin camino tiene todo para que perdure en el tiempo, para que sea tiempo incluso, y eso que solo puedo trasladar aquí un humilde escrito, con el cual es imposible de atrapar por completo la esencia. Creo que su perdurabilidad, su potencial para convertirse en un canto, universal y nacional al mismo tiempo, están motivados por dos factores esenciales: la redondez significativa de la obra y la relación de esta con la naturaleza, a través de los símbolos; y el hecho de que las palabras merodeen de una forma constante otros aspectos que son imposibles de asir. Feliz escucha y lectura.

*Guillermo Velázquez, No hay destino sin camino. Ecos del páramo. Memoria de muy allá para olvidos de hoy en día, México, Ediciones Del Lirio, 2020.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra538

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -