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martes, 23 abril, 2024
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Trump: la globalifobia de la derecha

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

La historia de la humanidad parece ser un ir y venir entre polos opuestos. La relación tesis-antítesis describe con frecuencia los devaneos de la moda, el rock, el arte, y hasta la lucha de clases.

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Pasan los días, y el triunfo de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos, inverosímil para tanta gente, sigue levantando teorías y explicaciones.

Que si es la germinación del racismo WASP (White-anglo-saxo-protestant; blanco anglosajón y protestante) que está ahí oculto y persistente en el silencioso medio rural del gringo; que si es la impopularidad de la apodada Killary Clinton, con amplia experiencia en intervencionismo, y acusada de estar involucrada en el asesinato de la ecologista Berta Cáceres; que si es esto un fruto más de la apatía milenial que se resiste a luchar en las urnas por su futuro, etcétera.

Algo de razón hay en todas estas teorías, a las cuales habrá que agregarle que esto también es la radical respuesta a ocho años de gobierno de un presidente de raza negra, del cual se cuestionó su derecho a gobernar ese país hasta porque se dudaba de su lugar de nacimiento. Un mandatario que se retiró paulatinamente de las guerras en medio oriente, que no comenzó otras, y que flexibilizó su relación con Cuba.

Otros apuntan a que el discurso irreverente y tan alejado de lo “políticamente correcto” quien acepta con cinismo lo mismo su evasión de impuestos que sus acosos sexuales, cayó bien en un electorado harto de las mentiras bonitas y la doble moral bien representada por el matrimonio Clinton pretenda verles la cara.

La victoria de Donald Trump, es el intempestivo volantazo a la derecha que los pasajeros ‘olvidados’ fuerzan a hacer debido en parte a que perciben que el vehículo iba demasiado a la izquierda.

Más allá de todas estas explicaciones –desde mi perspectiva, acertadas si se les considera parciales-, el triunfo de Donald Trump es la respuesta también de la decepción de millones a quienes se les prometió que la globalización significaría bonanza y desarrollo.

No es un fenómeno propio de los vecinos del norte. Ya antes hemos visto el regreso de los nacionalismos y la reivindicación de lo local frente a la eliminación de fronteras con efectos desiguales, particularmente en Europa.

Ya los ingleses nos habían sorprendido por apoyar la salida de Reino Unido de la Unión Europa y con ello perder la posibilidad de viajar y vivir sin más trámite en 28 países; todo esto compensado –desde su visión- por la posibilidad de liberarse de los problemas que acarreaba la constante llegada de inmigrantes, y el costo de tener que invertir constantemente en ayuda a otros países en condiciones más adversas.

Con desdén, fueron ignorados quienes advertían que la eliminación de fronteras y la reducción del control estatal al mercado traerían fuertes consecuencias. Se les llamó globalifóbicos y se encerró con esta palabra a quienes alertaban de los riesgos que el supuesto libre comercio tendría para las economías de diversos pueblos.

Estos movimientos en su mayoría de izquierda, con la ventaja que dan el conocimiento y la información, han sacado provecho de la eliminación de fronteras y han sabido “globalizar la solidaridad” como se decía hace unos años, bien sea construyendo apoyo internacional que sirve de chaleco antibalas como ha hecho el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, o construyendo bloques de intercambio de beneficio mutuo como hicieron los países sudamericanos teniendo a Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, y los Kirchner en sus mandatos.

Los decepcionados hoy de ese cuento chino que prometía que la bonanza era la consecuencia inmediata e inevitable de la competencia, son los que gritan “make América great again” (hacer América grande, de nuevo) y pretenden reivindicar lo nacional, entendido esto como el establishment  en el que la prioridad era el bienestar de los hombres blancos, protestantes y sajones.

Pero el mundo ha cambiado ya, y su tranquilidad atraviesa por la necesidad imperante de lograr un estado mínimo de bienestar para quienes integran también ya esa nación, entre los cuales se cuentan once millones de mexicanos, varios más del resto de Latinoamericana, afroamericanos, musulmanes, y los pueblos originarios que en estos momentos resisten a la construcción del oleoducto, etcétera.

La “América” (como gustan llamarle) que recuerdan ya no es lo de entonces, sus condiciones económicas y políticas también son influidas por sus relaciones con otros países.

Trump parece estar tomando conciencia de ello y empieza a matizar su discurso. De cualquier forma, por si no lo tiene claro, las marchas multitudinarias en Estados Unidos que han tenido lugar a partir de su victoria, y la reacción internacional, se lo están recordando. ■

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