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jueves, 25 abril, 2024
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Otra vez Rusia ante su encrucijada: entre el sometimiento y el mesianismo

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Por: ATANACIO CAMPOS MIRAMONTES •

Durante la segunda guerra mundial la Unión Soviética combatió prácticamente contra toda Europa. Más allá de que la economía de casi toda Europa soportaba el inmenso poderío militar nazi, junto con el ejército alemán participaban contingentes de muchos países, tales como Francia, Italia, España, Rumanía, Bulgaria, Hungría, etc. Pero al inicio de la guerra, en comparación con la Rusia actual, la URSS contaba no sólo con mayor territorio y población, sino que proporcionalmente su economía pesaba más a nivel internacional, el ideal socialista movilizaba millones y el régimen socialista contaba con un amplio consenso social. Además, Estados Unidos e Inglaterra, mal que bien, eran aliados.

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La Rusia de hoy renació del cataclismo geopolítico del desmantelamiento de la URSS y el campo socialista. No sólo eso, la desindustrialización que sufrió Rusia, y todo el espacio postsoviético, como consecuencia de las “terapias de choque”, la privatización atracadora, la pérdida de sus mercados, etcétera, fue mayor que durante la ocupación nazi en la segunda guerra mundial.

El mérito histórico del presidente Vladimir Putin es, precisamente, que logró restablecer la verticalidad del poder y, con ello, sobreponerse a las tendencias desintegradoras que alentaba Occidente y amenazaban con acabar definitivamente con Rusia; aun en las condiciones de un capitalismo salvaje, dominado por una plutocracia voraz, avanzó en la modernización económica, de las fuerzas armadas y el complejo militar industrial.

Al mismo tiempo que Putin ha sabido enfrentar un asedio permanente del poder hegemónico de Estados Unidos y Europa Occidental, también ha tenido que resistir y desplazar paulatinamente una poderosa fuerza interna, totalmente enajenada y alineada con los valores e intereses occidentales. Han sido 20 años de bregar con un régimen de ocupación externa. Como hombre de Estado, obligado por las mismas circunstancias, Putin mismo ha evolucionado: de mostrarse siempre como un convencido liberal (cogobernando con y para los “reformadores” y oligarcas surgidos del pillaje y apropiación de la enorme riqueza estatal y social de la URSS), a un hombre de Estado y patriota ante todo.

Si bien Rusia y China han expresado abiertamente su inconformidad con el actual sistema financiero internacional, reflejo del dominio unilateral de EEUU, ambos países se han conducido con sumo cuidado para no crear turbulencias que pudieran derivar en cataclismos financieros a nivel mundial. En lugar de confrontar abiertamente la hegemonía del dólar, optaron por ir cambiando paulatinamente la estructura de sus reservas monetarias y desprendiéndose de los bonos del tesoro; y nunca lo hicieron de manera repentina para no causar un desplome del dólar que afectaría también sus intereses y el valor de sus activos. Pero los juegos geopolíticos de Occidente y su torpe política de las sanciones unilaterales para aislar a Rusia terminaron por precipitarlo todo. Así, Rusia se ha visto obligada a responder finalmente con desafíos fundamentales a la hegemonía norteamericana: la convertibilidad del rublo y su respaldo en oro. Dos medidas trascendentales que ponen en duda la conveniencia de continuar con un sistema monetario basado en la moneda de un país sin respaldo en oro u otros activos demandados en la economía mundial.

¿Podrá resistir Rusia el aislamiento y las sanciones que buscan destruir su economía? Si Rusia sobrevivió a la destrucción social y económica en los años noventa que implicó la pérdida de más del 50% de su base industrial y la reducción de la población en más de 12 millones de almas, no será nada nuevo soportar la intensificación de la guerra hibrida de Occidente. Por su larga experiencia histórica, es más probable que la sociedad rusa resista un año de dificultades económicas por cada mes que la población europea tendrá que enfrentar de inflación y estancamiento económico, resultantes de decisiones políticas poco visionarias. Sin embargo, para ello, el régimen de Putin está obligado a romper definitivamente con el modelo económico neoliberal, causante de una espantosa desigualdad social.

¿A dónde lleva Putin a Rusia? Mejor dicho ¿qué representa Putin? El pensador ruso Alexandr Duguin sostiene que “Rusia es ahora un campo de transformismo típico y lo que comúnmente se llama putinismo no es más que cesarismo. Se opone a la hegemonía interna…así como a hegemonía externa… El cesarismo está equilibrando estos factores: intenta jugar por un lado con la modernización y por otro con el conservadurismo, tratando de retener el poder por cualquier medio. Esto es muy racional y muy realista: no hay idea, no hay visión del mundo, no hay metas, no hay comprensión del proceso histórico, no hay telos en el gobierno: esto es cesarismo ordinario en su comprensión gramsciana… El transformismo es una estrategia adaptativa-pasiva, lo que significa que tarde o temprano el objetivo de ese transformismo, no obstante, destruirá el cesarismo. ¿Qué tan pronto caerá el cesarismo? Todo depende de si la transformación se lleva a cabo con éxito o no. Es una estrategia de retaguardia pasiva condenada al fracaso, pero a veces de la forma más paradójica puede resultar bastante eficaz… Sólo una orientación exclusivamente hacia una idea, hacia la escatología, hacia el telos, hacia una meta y no hacia beneficios momentáneos, puede traer la victoria y el éxito.” (El gramscismo en las relaciones internacionales).

La Rusia de Putin está desafiando el poder hegemónico de Estados Unidos y Occidente. La guerra no es de Rusia contra Ucrania (dos pueblos eslavos hermanados por una larga historia de sacrificios y hazañas), sino de Rusia contra todo el Occidente liberal que ha decidido sacrificar hasta el último ucraniano en aras de contener y desangrar a Rusia. En el mundo de hoy hay pocos sujetos nacionales con verdadera vocación soberana y Rusia, con todas sus limitaciones, es uno de los pocos países que pueden asumir un desafió de tales proporciones.

Si bien la guerra en Ucrania y las sanciones económicas impuestas por Occidente han consolidado a la sociedad rusa, el mayor desafío interno es construir un “pacto histórico” que deje atrás el transformismo sin idea y telos, pasar del cesarismo, centrado en mantener el poder por todos los medios, a reinventar la “idea rusa” como eje de una nueva hegemonía interna. Sólo así podrá resistir los embates del poderío hegemónico del Occidente liberal.

Sólo con un nuevo ideal social, al igual que la Unión Soviética en los años treinta, Rusia podrá movilizar todos sus recursos para actualizarse tecnológicamente en muy pocos años y en un contexto de hostil aislamiento. Eso no será posible sin un planteamiento ideológico que inspire el patriotismo de la mayoría de sus ciudadanos, y que vuelva hacer de la justicia social el valor central articulador de la sociedad, y que tanto se desdeñó todos estos años del capitalismo salvaje y el totalitarismo liberal.

Como intenté mostrar en La verdad como Justicia (Miguel Ángel Porrúa, 2020), la búsqueda incesante de ideales sociales, reveladores de la construcción del reino de Dios en la tierra, es lo que ha dado forma a una suerte de mesianismo cristiano en Rusia. La gran literatura y la filosofía rusa del siglo XIX son una muestra fehaciente de una incesante búsqueda de “la idea rusa” en escritores como Pushkin, Gogol, Turgueniev, Dostoyevski, Tolstoy… y en filósofos como Karamzín, Chaadaév, Jomiakov, Soloviev, Berdiáev, Fedótov, etc. Ya en 1829, en sus Cartas Filosóficas a una Dama, Piotr Chaadaév afirmaba que “los pueblos son seres morales de la misma manera que los individuos. Los educan los siglos, al igual que los años forman a las personas. Pero de nosotros casi se puede decir que somos una excepción entre los pueblos. Pertenecemos a aquellos que parecen no formar parte del género humano, sino que existen para dar al mundo alguna importante lección. Seguramente, la enseñanza que estamos destinados a impartir no pasará en vano, pero ¿quién sabe cuándo volveremos a encontrarnos unidos a la humanidad y qué desgracias tendremos que padecer hasta que se cumpla nuestro destino?”

Seguramente ese mesianismo cristiano ha inspirado al pueblo ruso para soportar, a la manera de Sísifo, los formidables sacrificios en la ascensión a su Gólgota histórica. No es casual que el mismo N. Berdiáev afirmara que las raíces y fuentes del comunismo ruso se nutren también de ese mesianismo.

Como otras veces en su historia, Rusia se encuentra ante una terrible encrucijada: se somete a los designios hegemónicos y desaparece como sujeto soberano o resiste a Occidente y se transforma para ser nuevamente una referencia ante el totalitarismo liberal. La inclemente historia, en una suerte de recurrente vaivén, obliga a Rusia ya abrirse o cerrarse, ya a integrarse o renegar de la civilización occidental. ¿Cuántas veces Rusia ha conmovido el mundo? Tan sólo en el siglo XX la Revolución de Octubre inspiró a los parias de la tierra las esperanzas que ninguna otra revuelta en toda la historia humana. La Unión Soviética no sólo liberó a Europa del nazismo, sino que puso la mirada de la humanidad en el firmamento al llevar al primer hombre al espacio.

En realidad la guerra en Ucrania inaugura un largo periodo de convulsiones y turbulencias sociales que no son sino la expresión de una crisis de la civilización global. Hace catorce años señalé que “la crisis de la civilización global es ante todo la crisis del modelo y los valores del mundo occidental: el culto al dinero, el consumismo, el liberalismo, y el individualismo son poco seguros para transitar situaciones críticas, y peor aún si de catástrofes se trata. En cambio, la voluntad pasionaria, el colectivismo, el altruismo, la primacía de lo espiritual sobre lo material, y el ascetismo razonable son los valores supremos que suelen guiar a los pueblos en los abismos insondables. Desde esta perspectiva, la experiencia soviética inevitablemente será rehabilitada, pues surgió y se abrió paso siempre en medio de la catástrofe. Y más de una vez conmovió al mundo con sus logros. Toda crisis representa también una oportunidad, y en eso cimentamos nuestro optimismo. Si bien es cierto que la fe brinda fuerza, también lo es que la voluntad debe fortalecerse, y la imaginación disciplinarse. Y para encarnar una obra inteligente, la fe, la voluntad, y la imaginación exigen una imagen, un sistema de coordenadas, un ideal” (La Verdad como Justicia).

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