No debería haber duda: los ayer orgullosos sistemas democráticos están en peligro, en el Norte y en el Sur globales. Pero debajo de esta no tan novedosa circunstancia, se mueve un espectro mayor, que no es el del comunismo que anunciaran Marx y Engels en el siglo XIX. Se trata de un enorme, extenso e intenso malestar con y en la cultura, de mayor capacidad corrosiva que aquel que estudiara Freud.
Así, no debe sonar exagerado que desde estas solitarias páginas se advierta del desfondamiento acelerado de muchas sociedades, y de la nuestra, a pesar del obcecado negativismo de que hacen galas nuestras dirigencias políticas, en y frente al Estado. No sabemos qué piensa de esto la empresa o el capital, pero su mutis de la escena pública es lamentable y pernicioso.
No en todas las latitudes esta caída se expresa de igual manera; en algunas regiones, como en Ucrania o Medio Oriente, se ha impuesto la destrucción armada como rutina; en Europa Occidental cunden el desasosiego y el ascenso de los autoritarismos más rupestres, en tanto que aquí y ahora entre nosotros se expande la violencia criminal, apropiándose de territorios enteros.
Reinan el insulto y el invento infame que los parlamentos se ven incapaces de modular, por lo que la violencia se entroniza como lenguaje principal, casi único, en regiones enteras. El no pasa nada de los gobiernos de Sinaloa y federal sólo exacerba el miedo de la gente, que retroalimenta su búsqueda fútil de refugio en una anomia pasiva y destructiva de nuestros tejidos elementales.
Llegamos al tiempo de aventureros, demagogos y arribistas, resumidos imperialmente por el nuevo ascenso de Trump al poder presidencial de Estados Unidos. El país más poderoso del mundo y con su nuevo gobernante poco dispuesto a hacerse cargo de los peligros y carencias múltiples de un mundo en acelerada transformación, sin coordenadas de navegación ciertas y coherentes. De la anomia a la entropía, pues, y sin puertos de alivio a la vista. Todo el poder para el poder, como solía ironizar Carlos Monsiváis al observar los juegos siniestros de oficiales y oficiosos.
Después de grandes crisis, llamadas recesiones para no asustarnos, y pandemias, llegamos a un punto de increíble fragilidad, confusión y desconcierto de la cumbre al fondo de las pirámides sociales y de poder que daban algún sentido al mundo de la posguerra fría. A la más que evidente crisis de liderazgos, supuestamente responsables y formados en la experiencia de gobernar, le siguen unos dirigentes postizos que más bien semejan a domadores de circo. A esta crisis multidimensional de liderazgos se asocia groseramente un quebranto institucional, cuyos perfiles elementales delineamos en México con la aberrante reforma judicial y su secuela irracional pero no menos corrosiva.
En lugar de haber aprendido algo de lo que significaron aquellos azarosos años, fechados desde la gran crisis de 2008-2009, nos cayó encima el covid y no encontramos mejor respuesta que la suma de yerros y la resignación ante los cotidianos abusos de los poderosos y los criminales. A contracorriente del sentido común, no reflexionamos con seriedad ni con rigor sobre los errores y abusos del guion seguido por la globalización neoliberal, como tampoco se buscó reformar el sistema capitalista, empezando por la recuperación de un Estado rector y promotor del crecimiento y el bienestar.
La malhadada combinación de apertura externa sin una contraparte creativa con política industrial y redistributiva, ahora nos abruma con déficit múltiples de políticas y creación de bienes públicos, la reproducción de precariedades laborales y el debilitamiento progresivo de la cooperación social. Todo esto, como dijimos y repetimos, se ha traducido en más desigualdad, pobreza inconmovible, aguda concentración de los ingresos y, ahora, del poder constituido y desde luego del que deriva de la inicua concentración de riqueza que nos acompaña.
Habrá que andarnos con cuidado y cuidar que nuestros mandatarios no se manden; que dejen de cultivar la negación como forma de conducción del Estado y la sociedad, y afronten ya, con firmeza y sin bravatas, las durezas del mundo que son, de la A a la Z, las nuestras. Buscar entendimientos mutuos y comprensión cooperativa y genuina en acciones, políticas, promociones y diseños de estrategias debería llevarnos a formular un orden del día para la república y su fortalecimiento. Condiciones ineludibles para capear el temporal desatado por la antidemocracia americana y poder desplegar reflexiones de fondo sobre lo que nos pasa y nos pasó; antes de que nuevos vendavales azoten un edificio de cohesión sostenido en instituciones débiles y debilitadas por el uso y abuso irresponsable de un poder que nunca fue otorgado por nadie como absoluto.
Es de esta reconstrucción que tenemos que hablar y pronto.