Ha fallecido Tomás Mojarro, quizá el último de una generación de los zacatecanos más deslumbrantes y que le dieron pie al renombre, la educación, los libros, la cultura masiva, la opinión equilibrada.
Es otro de los hijos predilectos del antiguo Cañón de Juchipila que le dio voz a los más hambreados y rotos que se tenga memoria y uno de los bastiones más firmes de la divulgación novelística de altura, estirpe de los grandes como Mauricio Magdaleno, Roberto Cabral, Velarde, y muchas y muchos más del acervo que esta tierra le ha dado a su orgullo mexicano y al asombro mundial.
Ha muerto un hombre verdadero. Todas las voces abordo denunciaron a los delincuentes que se solazaron ser de la saya de honorables y en cambio fueron criminales para sabotear la vida pública, robando y esquilmando con leyes a modo y Mojarro con sus programas de radio y conferencias y clases magistrales siempre fue línea directa refrescante, denunciante, fructífero.
Adiós al valedor que insistía en que los mexicanos somos peritos en fracasar y volver una y otra vez a intentar dejar atrás la estela de aciagas turbulencias y violencias callejeras, edificar estados nacionales con la hechura popular de las vanguardias y reiterar la reflexión y el humanismo como baluartes de la gente sencilla, chambeadora, ordinaria.
Adiós a un grande que se suma a la gran lista de zacatecanos de mucha puja popular y de honorabilidad y respeto entre la gente.
Un luto más, también el regocijo de haberlo conocido, el orgullo de su portento, el legado de su arrullo.