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domingo, 28 abril, 2024
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Los Ratones Verdes

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Por allá en los cincuentas y sesentas, había un comentarista en el periódico Excelsior, llamado Manuel Seydé que hacía ciertas analogías sobre el desempeño de la Seleccción Nacional de Futbol; decía entre otras cosas, que en las etapas eliminatorias de la CONCACAF, eran un equipo devastador contra sus rivales del área, pero en cuanto disputaban algún encuentro contra equipos sudamericanos o europeos hacían un papelón espantoso. Decía que en el ámbito geográfico parecían cabeza de ratón y al enfrentar a equipos de otras dimensiones geográficas sólo eran una cola de león.
A partir de este análisis, contra toda la idiosincrasia nacional, bautizó al muy poco aguerrido equipo de futbol nacional como los “Ratones Verdes” y desde entonces, a pesar de que el desempeño de los futbolistas mexicanos ha mejorado un poco (salvo aquella triste experiencia de Argentina 78, cuando fueron masacrados por sus rivales Tunez, Polonia y –gulp- Alemania) desde Chile 1962, no se ha logrado el gran salto, es decir, llegar al menos a la etapa de semifinales, siempre se carga una maleta extra para empacar la desilusión que provoca que por angas o por mangas, se quedan en el camino, la mayoría de las veces en forma lamentable y algunas otras haciendo el ridículo.
Y por desgracia, los menos culpables son los jugadores. Los directivos y dueños de equipos profesionales son la máxima plaga que impide el crecimiento de los jóvenes que disfrutan esta disciplina y ven en ella una forma de vida. Son los especialistas en destruir los sueños de cientos de miles de jóvenes que tienen facultades y traen jugadores de dudosa calidad a ocupar los puestos de peso en los equipos profesionales; no tan solo en la Liga MX, sino en las divisiones inferiores. Entonces, cuando hay un compromiso como el campeonato mundial, los guerreros se derriten por falta de temple, por el desgaste físico y emocional, y los sueños de jugadores y aficionados se van por la cloaca. Ah, y en esta ocasión tampoco se cuenta con un técnico y cuerpo técnico mexicanos, un entrenador extranjero será el responsable de conducir al descremado equipo nacional. La solución es bien simple, invertir en fuerzas básicas y orientar a los centros de enseñanza hacia la cultura deportiva. Pero no hay tal. Y el gobierno, bien, gracias.
Obviamente, se espera que la selección haga un buen papel, pasando a la segunda ronda y ya después, todo lo que escurra es miel, pero no hay que hacerse las ilusiones. Si los adormilados delanteros despiertan y la defensa se faja bien los calzoncillos, se puede aspirar algo superior a la desvergüenza; así que habrá que desempolvar los rosarios y los sombreros anchos para adaptar el espíritu de aficionado ante lo peligroso e inminente. Y si no, hay que recordar que esto no es más que un juego donde veintidós niñotes se ponen a corretear una pelotita mientras el resto del mundo posa su trasero frente a un aparato de televisión y olvida sus compromisos y obligaciones.
México estará nuevamente en una de esas situaciones en que, mientras toda su población yace idiotizada por los vaivenes de la bola, sus gobernantes de alto vuelo y las cámaras organizan tremendas goleadas contra la soberanía nacional y su ciudadanía y, como en el 2006, aprovechan la babia colectiva para instrumentar fraudes electorales. Pero eso es harina de otro costal. Mientras, un poema:

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Ratones

Hay en un país lejano poblado por gente ilusa
que en lugar de trabajar, estudiar o hacer conciencia
sostiene del patriotismo una concepción confusa;
se entrega sin condiciones y mínima inteligencia
a unos cuantos iletrados, ralea de la peor gentuza
que no sabe de valores, menos aún de decencia.

Esta gente que da todo y siempre a cambio de nada,
mantiene sus esperanzas en lograr un resultado;
cada cuatro años se viste para la fiesta soñada,
un campeonato del mundo, delirio de trasnochados,
tras un hato de maletas que juegan de la patada
un deporte que funciona con gallardía y con descaro.

La muchedumbre en sus sueños idealiza a estos mezquinos,
los sueña siendo tan fuertes y tan rudos, como leones;
o volando siempre alto, oteando siempre al destino,
dominando el campo entero como soberbios halcones;
o, en el mejor de los casos roedores con furia y tino,
que hagan temblar a cualquiera, como feroces tejones…

pero, oh desilusión, qué contrariedad, de veras,
qué partidos aburridos ya sean de noche o con sol,
no se gana pa vergüenzas con estas flácidas fieras
descremadas por excesos, malas mañas, mucho alcohol,
se sienten la quinta esencia; como divas majaderas
practican todas las poses, pero jamás meten gol.

Aunque ustedes no lo crean, sentimientos sí que tienen.
Les ataca el tramafaz si acaso alguien los censura;
pero no es perder un juego lo que a ellos más les duele
lo que les revienta el hígado y les provoca amargura
es que no los consideren para salir en la tele.
Mientras hablan de pavadas, hacen sándwichs de basura.

Así que con requiebritos y a falta de fuerza bruta,
los balompédicos siguen mojando los pantalones,
animados por cronistas que los venden como fruta
del edén por fresca y sana: pero son deposiciones.
La muchedumbre les pide ser bravos en la disputa;
Le piden peras al olmo: sólo son… tristes ratones.

(Derechos reservados, 2014)

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