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viernes, 19 abril, 2024
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¡Pone, Guacarock!

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Por: RENÉ LARA RAMOS •

Los días transcurren y de pronto: ¡¡BÚ!! Te esfumas y no podrás preguntar a nadie; ni saber por qué. Las historias quedan, los documentos, las hipótesis, la trayectoria, los haberes o las deudas culturales, también. Nada te llevas, la generosidad de alguna forma era tu amiga. Por fortuna, al partir, tampoco tuviste que dar explicaciones y eso es útil para que cada quien te recuerde como pueda o le dé la gana y con toda libertad, haga sus preguntas, declame sus diatribas, ajuste sus pendientes, contigo ausente. Ahora serás un repertorio infinito en duración: mientras el mundo dure y no tanto porque haya frases tan lacónicas, como la de aquel político azul: ¡Comes y te vas! ¿Zafio?

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Y tú, Armando Vega Gil, comido o no, descansado o no, de tantas noches; ya te fuiste, sin ser excepción, tal y como va a pasar a la gran mayoría: sin avisar para que siquiera nos dure, no el temor, sino la seguridad de partir pues La Parca siempre nos ronda. Sin darnos cuenta, va con nosotros; nos acompaña, día y noche. Ahí está, sin verla. Ni aunque nos pongamos frente a un espejo, se asomará, si no es la hora. Tras la edad, uno ve su avance o lo piensa, aunque no quiera. Algo importante, mientras la vida dure se le puede consumir, hasta con alegría intelectual, música y nuestro paisaje rocoso.

La muerte es fiel a todos y cada uno cuenta con su singular compañía, hasta que nos deja, se ajustan cuentas con el público o al revés: qué dejó, en el caso de Armando, cuántas y cuáles canciones, ¿serán suficiente compañía y heredad (no sólo cultural) para su hijo? Con todo, ¿a quién le apura morir así? Si uno ni sabe cuándo morirá, por lo común; aunque al morir, lo único seguro es: ya no habrá más fantasía. La propia se acaba cuando uno muere y el futuro, se cancela. La muerte, una seguridad tan fuerte, no deja límite alguno, ni para la preocupación. Entonces, si uno ni siquiera sabe cuándo morirá será irrelevante, si pagaron la quincena y si alcanza o no para algún disco o para tomar un café con mi poema cimbreante: Lo. Cimbreante porque me cimbra. Con todo, no es como cuando el público se las ajusta a uno después de una noche escribiendo y de nada sirvió lo escrito. Desvelado sólo para releer antes del amanecer alguno de los famosos nocturnos como el que se escribió, para Rosario y volver a Eluard. Mientras el amor crepite y chisporrotee, sabiduría, prudencia y decisión, habrá fuego y ternura a la vez, entre nos, a pesar de tu prudencia y sabiduría. Pero de Rosario, mi amiga, ya ni sé cómo le fue en Argentina, supe que continuó su trabajo en una librería de allá, no sé si del FCE. Importa la remembranza de su nombre, porque se sentía feliz de vivir allá y de seguro continua sonriendo a sus compañeros de trabajo, a los clientes, al paisaje y baile tango.

Con todo, cuando alguien muere, la Parca “de cada uno” está feliz, mientras escucha historias singulares: heroicas, ofensivas, poéticas, safias; de amor u odio y sigue a la espera. ¿También por eso se hacen calaveritas de azúcar? Je, je. ¿Disfrutar una muerte almibarada? ¡UPS! Sin Importar el cariz, el sujeto, la persona, el ser humano, social, histórico, cultural, etc., ya se fue. Su cuerpo quedó como objeto funerario al que hasta se puede vestir o maquillar, todo depende de los extipendios a pagar, ofrecidos y cobrados como extras, más allá de un velorio sencillo y sin mayores exigencias. Total, se ajustan cuentas, se fijan plazos y así nadie puede reclamar; menos el difunto, quien queda en espera de que pase el día o esa noche particular para su entierro y ni se preocupa porque a cada uno se irá después enterrando, no en bola, salvo una desgracia o una guerra, sino cada día para dar tiempo al ritual, mediante todo eso uno ni se da cuenta de su gradualidad, entra el olvido, la separación o terminación, luego difícil de superar sobre todo cuando se tuvo una relación íntima, afectiva o cercana como la de un familiar, por ejemplo, haya sido relación de amor o de odio, al fallecido, lo mismo da; de amada y amante, no, se debe sentir diferente.

Pero, ¿quién era Armando Vega Gil? ¿Hubo un jabón o una cervecera que lo patrocinara? De pronto, uno se pone a recordar, ¿desde cuándo tuve idea de un personaje, como Armando Vega Gil? No recuerdo el momento preciso sino la atmósfera: una culturalmente, bastante libertaria, en la que por las noches una vocecita infantil, insistía: ¡Pone, Guacarrock! Y no había de otra, porque hasta ya casi de mañana, al conciliar el sueño infantil: Armando Vega Gil y sus músicos, guardaban sus instrumentos y podían descansar. Hasta pronto, Armando Vega Gil, condolencias a tu hijo. En la Narvarte, los patines del diablo, descansarán unos días. ■

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