Existe un área de la vida productiva que no se aprecia en todo lo que vale, se soslaya su contribución al buen funcionamiento y bienestar tanto de las familias como de la sociedad. Se trata del trabajo del hogar, que en tiempos recientes queda incluido en el concepto más amplio de trabajo de cuidados. Y es que literal: estas labores no cuentan ni son ponderadas a cabalidad.
En positivo, desde hace algunos años se le comenzó a cuantificar. La visión oficial ya admite que las labores domésticas “representan” 27% del Producto Nacional en el caso de México, más la frase es solo eso; la realidad clara y llana es que el trabajo de cuidados no pesa en absoluto en el Producto Interno Bruto (PIB), como tampoco sus ejecutoras son compensadas monetariamente ni simbólicamente por realizarlo. Solo “representa” y entretanto, continua fuera del radar de la economía real, que sí se contabiliza, merece retribución y reconocimiento.
Pero hablemos sólo del trabajo del hogar cuando sí es remunerado, ese que realizan por lo general personas de sexo femenino, y que siendo labores subordinadas constituyen efectivamente empleos. Empleos singulares que se distinguen entre el resto por una baja retribución y casi inexistente cuadro de prestaciones.
En México, la cifra de trabajador@s del hogar no se conoce con precisión. Desde varios años antes de la pandemia hasta hoy, el dato oscila en torno a 2.5 millones de personas, que equivale al 4% de la Población Económicamente Activa (PEA) del país. Poco más del 95% de esos empleos corresponden a personas de sexo femenino, y 98% de estas ocupaciones se desenvuelve en la informalidad.
Sí, en la informalidad, porque siendo labores realizadas para terceros a cambio de una remuneración, operan al margen de la fiscalización y de la legislación existente. Al amparo de los usos y costumbres, los pactos orales que dan origen a estas relaciones de trabajo son frágiles y flexibles. Cabe recordar que en el país el 61.4% de las ocupaciones asalariadas y no asalariadas se encuentran en la informalidad, pero ninguna, como el trabajo doméstico es tan discriminado en su contribución al acervo social de valor.
En Zacatecas, a diferencia de otras zonas de México las trabajadoras del hogar no reportan perfil étnico ni inmigrante en general, siendo estos rasgos que en otras latitudes suman a su vulnerabilidad. No obstante, sus atributos son a todas luces de precariedad. Bien se sabe que, bajo el régimen de acumulación neoliberal vigente, se propende al deterioro de los empleos, incluso de los calificados; pero, en el caso del trabajo doméstico remunerado, desde su génesis ha reportado ínfima remuneración y condiciones indignas de contratación. Para un sistema económico cuya finalidad es la ganancia, si un bien o servicio no se canaliza al intercambio mercantil, sino al consumo inmediato, poco importa; y si es una mujer en su domicilio quien lo genera para aprovisionamiento familiar, resulta insignificante a la mirada pública. Pero importa, es enorme en cuantía y, sobre todo, es esencial para solventar la vida diaria de los hogares y para relevar al Estado de responsabilidades de asistencia social que pesarían sobre el erario público.
Con todo, la desprotección normativa y sanitaria de este sector en Zacatecas es alarmante. De las 64,639 personas trabajadoras del hogar registradas en el seguro social en el país, solo 271 corresponden al Estado de Zacatecas. Así de raquítica la cifra, así de grave el problema.
En efecto, son sólo 271 personas aseguradas (207 mujeres y 64 hombres) de las aproximadamente 24 mil mujeres que en el estado de Zacatecas trabajan en domicilios particulares. Mujeres que constituyen el sustento principal o complementario de igual número de hogares.
Conviene señalar que estas trabajadoras son en la entidad zacatecana el segundo segmento laboral femenino más nutrido en términos numéricos. En primer puesto lo ocupan las empleadas, despachadoras y dependientes en comercios, que son el más amplio contingente, al que corresponden cerca de 40 mil puestos de trabajo. Con todo, las empleadas domésticas no están presentes como sector de atención en la agenda gubernamental, como tampoco no se les ve en la escena pública ni política; su labor, méritos y dificultades, se mantienen “puertas adentro”.
Reconocer la importancia social y económica del empleo doméstico, su rol estratégico en el engranaje productivo local y la dignidad de estas trabajadoras invisibles es urgente. No sobra hacer un llamado a la ética y congruencia de clase; muchos de quienes acudimos a los servicios de las empleadas del hogar somos también trabajadores que pugnamos por derechos básicos y condiciones decentes. Cómo no estar dispuestos a defender y ofrecer lo mismo para cualquier otra persona que aspira a vivir, y no solo sobrevivir, de su trabajo.
Fuentes
Gobierno de México (2024), Datamexico. www.economia.gob.mx/datamexico/es/profile/geo/zacatecas-za?occupationMetrics=salaryOption&occupationSelectorGender1=gender2&peaSelector=unemployedOption&workforceSelector=workforceOption
Gobierno de México (2024). Programa de incorporación de personas trabajadoras del hogar. https://www.imss.gob.mx/personas-trabajadoras-hogar/datos-estadisticas